Esta vez fueron pocas las sonrisas. Esta vez la fanfarria y los aplausos cedieron paso al silencio cabizbajo de los ánimos resignados. Pocos los gritos, pocas las alegrías, poca la emoción… pocas las ganas de verse resarcidos tras siete años de lucha en los que, paradójicamente, buscaban su indemnización, según lo reseña correodelcaroni.com
Sin la estridencia típica de los actos oficiales. Sin el despliegue de movilización que alardeaban otrora. Con el protocolo siempre en mano, y sin más discurso que la “justicia social”, lo de este miércoles en el parque La Fundación -plaza designada para la instalación definitiva de Petro San Félix- fue el inicio del fin del reembolso para los accionistas B de la Siderúrgica del Orinoco Alfredo Maneiro (Sidor): capítulo final de siete años de mora, luchas y vejámenes entre el Estado y los llamados a ser “el principal recurso de la empresa”.
Cuatro toldos y una tarima, el sonido de rigor y un estacionamiento con más camionetas que autobuses hablaban del despliegue de un funcionariado -siempre de rojo, siempre emperifollado, siempre de séquito-, empleados de la Gobernación del estado Bolívar, y una representación ínfima de aquello que llaman “poder popular”; todos al oído del arpa, el cuatro y las maracas que, sin mucho éxito, trataban de amenizar la espera.
La explicación de las caras largas y el talante cabizbajo está en el verbo de Pedro Acuña, director de Sidor por los accionistas B, quien no solo guarda sus reservas por el acto fuera del cronograma “para promocionar personalidades del gobierno”, sino que lamenta, entre otro centenar de copropietarios, el desfalco de una empresa que los llevó de la dignidad en la distribución de la riqueza a la mendicidad por su subsistencia.
“Ese modelo que llaman ‘capitalista’ nos generó más calidad de vida al permitirnos ser copropietarios de una empresa de alta rentabilidad y dividendos que nos garantizaban calidad de vida, pero en este modelo que llaman ‘socialista’ no nos queda más que vender nuestras acciones para rescatar parte de nuestro patrimonio de una empresa quebrada”, resumió.
– ¿’Justicia social’ entonces?
– Justicia social era recibir nuestros dividendos trimestrales para vivir dignamente y no tener que recibir un cheque de liquidación.
“Justicia” social
Mientras tanto, entre canciones llaneras y preludios ministeriales, inició la concreción de los primeros reembolsos: nombre, cheque y foto para inmortalizar la falacia del “pago de la deuda del capitalismo” que luego machacaría el alto gabinete de Miraflores:
José David Cabello como ministro de industrias; Eulogio Del Pino en calidad de presidente de Pdvsa; y el gran protagonista del acto, el vicepresidente del área social y extraoficialmente primer candidato en lista por el estado Bolívar por el PSUV para las elecciones parlamentarias, Héctor Rodríguez.
Los acompañan, y no es casualidad que así sea, otros aspirantes a una curul en la Asamblea Nacional: pero no todos, sino los estrechamente ligados a los fueros del poder del gobernador y dirigente estadal del PSUV, Francisco Rangel Gómez.
No es casual que Tito Oviedo, Ornella Arbeláez y Ángel Marcano hayan tenido puestos en el estrado. No es casual que Liris Sol Velásquez -de la facción del alcalde de Caroní, José Ramón López- haya negociado su silla junto a los otros. No es casual que Rangel Gómez reaparezca en su dualidad de apadrinador y apadrinado político, y que el diputado (mas no candidato hasta ahora) Richard Rosa, que ni siquiera fue nombrado, haya conseguido su puesto junto a Marcano.
De todos ellos, solo Del Pino, Noguera y Rodríguez asumieron vocería: primero y tercero para repetir el discurso de la “deuda del capitalismo” y machacar que el compromiso lo honran “con los primeros fondos de Petro San Félix -empresa mixta creada con capital de Pdvsa y la CVG para potenciar el desarrollo y la producción de ambas carteras en la Faja Petrolífera del Orinoco”. El segundo, para saludar a los accionistas y despedirse de ellos. “Me van a hacer falta”, expresó el general.
Conquista pírrica
Hasta ahí el preludio del resto de los reembolsos, que se entregaron con el mismo procedimiento hasta que la lluvia y detalles logísticos suspendieron el acto. Al final los 325 accionistas convocados recibieron su cheque sin la alharaca, los vítores y las pompas y la campaña adelantada que el gobierno quiso asomar con un puñado de cámaras, cornetas y micrófonos.
Ahí permanecieron los ex copropietarios, los eternamente sidoristas. Los que reciben el despojo de su patrimonio como acta de defunción de su propia empresa. Están los ancianos, los que no tanto. Los que corren por el cheque y los que necesitan ayuda para alcanzarlo. Los que apenas esbozan sonrisas, los que si acaso cruzan palabra, los que anhelan el apretón de manos, pero muy especialmente los que miran, cabizbajos, la dilapidación de años de esfuerzos malbaratados por la inflación, el desplome productivo, la desinversión y la demagogia laboral con etiqueta de “revolución obrera”.
Uno de ellos es José Luis Machado. Trabajó en la siderúrgica por 29 de sus 69 años, aunque su contextura enjuta, encorvada, la ayuda de un bastón y las arrugas de su piel morena lo muestren como un hombre que pisa los 80.
– Todo estuvo bien. Solo me falta la jubilación. Me dieron 260 mil, que los estoy necesitando por mi salud.
– ¿Para qué lo necesita?
– Para operarme de la próstata.
– ¿Y le alcanza?
– Creo que no.
Su esposa Lleilín, también sidorista, lo ayuda a responder las preguntas. Sus años en la planta de oxígeno y labores de combustión le dejaron una sordera parcial que lo hace dependiente de un auricular para mejorar la audición.
– ¿Qué si es justicia social? Será justicia porque nos corresponde el pago, pero eso es nada ahora por la inflación. Esto que nos dieron alcanza para un mercado.
Esta vez fueron pocas las sonrisas. Esta vez la fanfarria y los aplausos cedieron paso al silencio cabizbajo de los ánimos resignados. Pocos los gritos, pocas las alegrías, poca la emoción… pocas las ganas de verse resarcidos tras siete años de lucha en los que, paradójicamente, buscaban su indemnización, según lo reseña correodelcaroni.com
Sin la estridencia típica de los actos oficiales. Sin el despliegue de movilización que alardeaban otrora. Con el protocolo siempre en mano, y sin más discurso que la “justicia social”, lo de este miércoles en el parque La Fundación -plaza designada para la instalación definitiva de Petro San Félix- fue el inicio del fin del reembolso para los accionistas B de la Siderúrgica del Orinoco Alfredo Maneiro (Sidor): capítulo final de siete años de mora, luchas y vejámenes entre el Estado y los llamados a ser “el principal recurso de la empresa”.
Cuatro toldos y una tarima, el sonido de rigor y un estacionamiento con más camionetas que autobuses hablaban del despliegue de un funcionariado -siempre de rojo, siempre emperifollado, siempre de séquito-, empleados de la Gobernación del estado Bolívar, y una representación ínfima de aquello que llaman “poder popular”; todos al oído del arpa, el cuatro y las maracas que, sin mucho éxito, trataban de amenizar la espera.
La explicación de las caras largas y el talante cabizbajo está en el verbo de Pedro Acuña, director de Sidor por los accionistas B, quien no solo guarda sus reservas por el acto fuera del cronograma “para promocionar personalidades del gobierno”, sino que lamenta, entre otro centenar de copropietarios, el desfalco de una empresa que los llevó de la dignidad en la distribución de la riqueza a la mendicidad por su subsistencia.
“Ese modelo que llaman ‘capitalista’ nos generó más calidad de vida al permitirnos ser copropietarios de una empresa de alta rentabilidad y dividendos que nos garantizaban calidad de vida, pero en este modelo que llaman ‘socialista’ no nos queda más que vender nuestras acciones para rescatar parte de nuestro patrimonio de una empresa quebrada”, resumió.
– ¿’Justicia social’ entonces?
– Justicia social era recibir nuestros dividendos trimestrales para vivir dignamente y no tener que recibir un cheque de liquidación.
“Justicia” social
Mientras tanto, entre canciones llaneras y preludios ministeriales, inició la concreción de los primeros reembolsos: nombre, cheque y foto para inmortalizar la falacia del “pago de la deuda del capitalismo” que luego machacaría el alto gabinete de Miraflores:
José David Cabello como ministro de industrias; Eulogio Del Pino en calidad de presidente de Pdvsa; y el gran protagonista del acto, el vicepresidente del área social y extraoficialmente primer candidato en lista por el estado Bolívar por el PSUV para las elecciones parlamentarias, Héctor Rodríguez.
Los acompañan, y no es casualidad que así sea, otros aspirantes a una curul en la Asamblea Nacional: pero no todos, sino los estrechamente ligados a los fueros del poder del gobernador y dirigente estadal del PSUV, Francisco Rangel Gómez.
No es casual que Tito Oviedo, Ornella Arbeláez y Ángel Marcano hayan tenido puestos en el estrado. No es casual que Liris Sol Velásquez -de la facción del alcalde de Caroní, José Ramón López- haya negociado su silla junto a los otros. No es casual que Rangel Gómez reaparezca en su dualidad de apadrinador y apadrinado político, y que el diputado (mas no candidato hasta ahora) Richard Rosa, que ni siquiera fue nombrado, haya conseguido su puesto junto a Marcano.
De todos ellos, solo Del Pino, Noguera y Rodríguez asumieron vocería: primero y tercero para repetir el discurso de la “deuda del capitalismo” y machacar que el compromiso lo honran “con los primeros fondos de Petro San Félix -empresa mixta creada con capital de Pdvsa y la CVG para potenciar el desarrollo y la producción de ambas carteras en la Faja Petrolífera del Orinoco”. El segundo, para saludar a los accionistas y despedirse de ellos. “Me van a hacer falta”, expresó el general.
Conquista pírrica
Hasta ahí el preludio del resto de los reembolsos, que se entregaron con el mismo procedimiento hasta que la lluvia y detalles logísticos suspendieron el acto. Al final los 325 accionistas convocados recibieron su cheque sin la alharaca, los vítores y las pompas y la campaña adelantada que el gobierno quiso asomar con un puñado de cámaras, cornetas y micrófonos.
Ahí permanecieron los ex copropietarios, los eternamente sidoristas. Los que reciben el despojo de su patrimonio como acta de defunción de su propia empresa. Están los ancianos, los que no tanto. Los que corren por el cheque y los que necesitan ayuda para alcanzarlo. Los que apenas esbozan sonrisas, los que si acaso cruzan palabra, los que anhelan el apretón de manos, pero muy especialmente los que miran, cabizbajos, la dilapidación de años de esfuerzos malbaratados por la inflación, el desplome productivo, la desinversión y la demagogia laboral con etiqueta de “revolución obrera”.
Uno de ellos es José Luis Machado. Trabajó en la siderúrgica por 29 de sus 69 años, aunque su contextura enjuta, encorvada, la ayuda de un bastón y las arrugas de su piel morena lo muestren como un hombre que pisa los 80.
– Todo estuvo bien. Solo me falta la jubilación. Me dieron 260 mil, que los estoy necesitando por mi salud.
– ¿Para qué lo necesita?
– Para operarme de la próstata.
– ¿Y le alcanza?
– Creo que no.
Su esposa Lleilín, también sidorista, lo ayuda a responder las preguntas. Sus años en la planta de oxígeno y labores de combustión le dejaron una sordera parcial que lo hace dependiente de un auricular para mejorar la audición.
– ¿Qué si es justicia social? Será justicia porque nos corresponde el pago, pero eso es nada ahora por la inflación. Esto que nos dieron alcanza para un mercado.