Las montañas de la costa venezolana encierran historias que tienen un dejo de misterio, pues aún no manejamos el código exacto para descifrarlas. El mensaje, no claro para el conocimiento actual, es un intento efectivo de comunicación que trascendió de forma milenaria y que destapa la imaginación de quienes buscan interpretarlo. AVN
Los petroglifos, en su mayoría grabados sobre esquistos micáceos –piedra común de la cordillera central–, son libros abiertos que parecieran gritarnos con lenguaje mudo: “Estuvimos aquí, vivimos con la naturaleza. Éramos una sociedad organizada, productiva y creyente; éramos muchos”.
Desde 1977, el profesor Alexi José Rojas, reconocido investigador del llamado arte rupestre en el estado Vargas, ha dedicado buena parte de su vida a redescubrir la esencia de los senderos transitados por nuestros aborígenes antes de la llegada del español.
Empeñado en inventariar, describir y preservar cada una de esas invaluables piezas precolombinas, inició un camino que lo llevó a crear en 1985 el Museo Arqueológico Marapa y escribir numerosos ensayos, entre los que destacan Arte rupestre del municipio Vargas (1992), de autoría compartida con el arqueólogo Luis Laffer, y Petroglifo Carmen de Uria, una lectura etnográfica (2014), todos producto de sus muchas expediciones, no sólo en Venezuela, sino por varios países de Suramérica y Centroamérica.
Está convencido de que, más allá de una expresión de arte, “los petroglifos están en sitios de rituales, de mucha espiritualidad. Son sitios sagrados”, afirma.
En Vargas, litoral central de Venezuela, hay claras evidencias de la presencia de la Nación Tarama –una fusión entre las etnias caribes y arawakos– en más de 150 sitios arqueológicos, con cerámica, armas y adornos corporales. Igualmente se han localizado más de 200 petroglifos. La mayoría está ubicada en la parroquia Carayaca, en sectores de la antigua Hacienda El Limón, tales como Los Yánez, Plan de La Arsermera, Los Callejones, Lamedera, Camaticaral, La Vega, Caballeriza, Bucarón, Cagüita, El Trapiche, Limoncito y Fila de Indios. Este último encierra un contenido que pudiera ser mágico.
“Este sitio ha sido poblado por mucho tiempo antes de la conquista. Este lugar (Fila de Indios) es sagrado. Sus glifos son distintos al petroglifo que está en el sitio de habitación, en contexto cerámico, es decir, el lugar donde vivió el aborigen. Aquí no hay cerámica en todos los alrededores, ni hachas, ni puntas (…) El resto de los petroglifos, en su gran mayoría, está orientado hacia acá, mira hacia acá. Por eso digo que esto es un sitio especial que no tiene la misma significación que el resto”, explicó desde el lugar que alberga los petroglifos en Fila de Indios, vía Puerto Cruz.
Estos petroglifos se extienden por toda la sierra costera, utilizada por los aborígenes como caminos. Ellos conformaban una red de mensajes aún sin descifrar claramente.
“Las filas permiten toda una comunicación de montaña y, en efecto, nosotros nos vamos por toda esta montaña hasta Turiamo (estado Aragua) y todas, absolutamente todas, tienen petroglifos. Hay caminos que penetran desde la costa hacia Valencia (Carabobo), hacia lo que antes era el Lago de Tacarigua (hoy Lago de Valencia), y desde Ocumare de La Costa (Aragua), caminos que conducen a Vigirima, en Tronconero (Carabobo), donde está el centro de montículos con petroglifos, y vemos que hay alineamiento pétreo. O sea, es toda una caminería entre la costa y la zona tierra adentro de comunicación diaria”, precisó el experto.
Un elemento curioso es que algunos grafismos se repiten en nuestro territorio (en Barinas y Bolívar), y fuera de nuestras fronteras (al norte de Brasil, Guayana y algunas islas del Caribe).
Simbología rupestre
Figuras humanas comparten la roca con formas de animales cuadrúpedos que bien pudieran ser tigres o ranas. También hay búhos, reptiles y hasta osos frontinos. Hay numerosos espirales, soles, círculos concéntricos y puntos. Mayormente tienen curvas y formas redondeadas y suaves, que en general respetan la simetría.
Aun cuando Rojas no se atreve a hacer interpretaciones que pudieran estar contaminadas por nuestra cosmovisión actual, señala que en estos grabados asoman grupos familiares, cuyos miembros sugieren tener pinturas corporales, atuendos de plumas en la cabeza, collares y bastones.
También sugieren un culto al tigre, presente en numerosos glifos identificados por un cuadrúpedo con puntos en su cuerpo.
En petroglifos como el hallado a 650 metros sobre el nivel del mar sobre la cuenca del río Tanaguarena, en Carmen de Uria (Naiguatá), se pueden apreciar figuras con pintura facial y cuerpo pintado con formas romboidales y puntos en sus centros. En la cabeza, un tocado radial que hace pensar que se trataba de personas con jerarquía.
“Hoy todavía los yanomami, para curar a los enfermos, invocan el espíritu del tigre. En la iniciación del chamán también se invoca al tigre. En la cultura maya, el tigre está presente en todos los rituales y usan piel de tigre en las estelas grabadas mayas”, afirmó el especialista.
También son comunes las figuras de falo y vulvas, lo que insinúa la importancia de la reproducción como forma de perpetuación.
Algunos de estos símbolos permanecieron en el tiempo, pese a que no todos los grabados datan de la misma época. Rojas aclaró que no se ha descubierto un método para saber la edad de estos grabados.
Sin embargo, afirma: “Son precerámicos, es decir, anteriores a la cultura de la cerámica. Pero indudablemente cuando hubo cerámica, también grababan petroglifos. ¿Cuándo se dejó de grabar petroglifos? Cuando llegan los españoles y comienza el proceso de conquista, porque el aborigen se ocupó o de huir o de hacer la guerra, ya no daba tiempo de grabar”.
Lectura ideográfica
Ninguno de los petroglifos deja ver el desarrollo de un proceso de lectoescritura similar al nuestro o al desarrollado por otras culturas ancestrales.
Nuestros aborígenes lo pensaban y lo dibujaban. Quizá esto explica las variaciones en la escritura por los cronistas colonizadores, quienes buscaron captar, a través de la escritura, el sonido de la lengua aborigen.
“Según los filólogos, la comunidad indígena no pronuncia la g, sino el sonido que emite la w (…) porque guturalmente es la letra que emite el sonido más parecido a la voz indígena”, explicó el profesor.
Vocablos como guaira (canoa grande en lengua caribe y amigo en arawako) se hallan documentados como uaira, uayra, guayra, waira, wayra, huaira y huayra.
Preservación
Por ahora, sólo se dedican a la conservación de estos bienes patrimoniales los baquianos de estos sectores campesinos e investigadores.
“Es muy interesante buscarlos. Los ojos se agudizan, porque antes me pasaban desapercibidos, no los veía. Pero cuando conseguía uno, era muy emocionante”, contó Margarita Sandoval, viuda de Laffe, quien está al frente del Museo Arqueológico Panariwa, en el sector Los Yánez.
Cada vez que va a cultivar, José Gil, vocero del consejo comunal Limón en Producción, revisa las piedras en búsqueda de petroglifos, piedras de centella, puntas de lanza, collares y otro objeto precolombino.
“No somos muchos, apenas como diez personas de esta comunidad que estamos pendientes de preservar los petroglifos, que son parte de nuestra historia”, afirmó.
Rojas se propone profundizar su investigación por Venezuela y países vecinos para contribuir a armar el rompecabezas de nuestra historia precolombina.
Las montañas de la costa venezolana encierran historias que tienen un dejo de misterio, pues aún no manejamos el código exacto para descifrarlas. El mensaje, no claro para el conocimiento actual, es un intento efectivo de comunicación que trascendió de forma milenaria y que destapa la imaginación de quienes buscan interpretarlo. AVN
Los petroglifos, en su mayoría grabados sobre esquistos micáceos –piedra común de la cordillera central–, son libros abiertos que parecieran gritarnos con lenguaje mudo: “Estuvimos aquí, vivimos con la naturaleza. Éramos una sociedad organizada, productiva y creyente; éramos muchos”.
Desde 1977, el profesor Alexi José Rojas, reconocido investigador del llamado arte rupestre en el estado Vargas, ha dedicado buena parte de su vida a redescubrir la esencia de los senderos transitados por nuestros aborígenes antes de la llegada del español.
Empeñado en inventariar, describir y preservar cada una de esas invaluables piezas precolombinas, inició un camino que lo llevó a crear en 1985 el Museo Arqueológico Marapa y escribir numerosos ensayos, entre los que destacan Arte rupestre del municipio Vargas (1992), de autoría compartida con el arqueólogo Luis Laffer, y Petroglifo Carmen de Uria, una lectura etnográfica (2014), todos producto de sus muchas expediciones, no sólo en Venezuela, sino por varios países de Suramérica y Centroamérica.
Está convencido de que, más allá de una expresión de arte, “los petroglifos están en sitios de rituales, de mucha espiritualidad. Son sitios sagrados”, afirma.
En Vargas, litoral central de Venezuela, hay claras evidencias de la presencia de la Nación Tarama –una fusión entre las etnias caribes y arawakos– en más de 150 sitios arqueológicos, con cerámica, armas y adornos corporales. Igualmente se han localizado más de 200 petroglifos. La mayoría está ubicada en la parroquia Carayaca, en sectores de la antigua Hacienda El Limón, tales como Los Yánez, Plan de La Arsermera, Los Callejones, Lamedera, Camaticaral, La Vega, Caballeriza, Bucarón, Cagüita, El Trapiche, Limoncito y Fila de Indios. Este último encierra un contenido que pudiera ser mágico.
“Este sitio ha sido poblado por mucho tiempo antes de la conquista. Este lugar (Fila de Indios) es sagrado. Sus glifos son distintos al petroglifo que está en el sitio de habitación, en contexto cerámico, es decir, el lugar donde vivió el aborigen. Aquí no hay cerámica en todos los alrededores, ni hachas, ni puntas (…) El resto de los petroglifos, en su gran mayoría, está orientado hacia acá, mira hacia acá. Por eso digo que esto es un sitio especial que no tiene la misma significación que el resto”, explicó desde el lugar que alberga los petroglifos en Fila de Indios, vía Puerto Cruz.
Estos petroglifos se extienden por toda la sierra costera, utilizada por los aborígenes como caminos. Ellos conformaban una red de mensajes aún sin descifrar claramente.
“Las filas permiten toda una comunicación de montaña y, en efecto, nosotros nos vamos por toda esta montaña hasta Turiamo (estado Aragua) y todas, absolutamente todas, tienen petroglifos. Hay caminos que penetran desde la costa hacia Valencia (Carabobo), hacia lo que antes era el Lago de Tacarigua (hoy Lago de Valencia), y desde Ocumare de La Costa (Aragua), caminos que conducen a Vigirima, en Tronconero (Carabobo), donde está el centro de montículos con petroglifos, y vemos que hay alineamiento pétreo. O sea, es toda una caminería entre la costa y la zona tierra adentro de comunicación diaria”, precisó el experto.
Un elemento curioso es que algunos grafismos se repiten en nuestro territorio (en Barinas y Bolívar), y fuera de nuestras fronteras (al norte de Brasil, Guayana y algunas islas del Caribe).
Simbología rupestre
Figuras humanas comparten la roca con formas de animales cuadrúpedos que bien pudieran ser tigres o ranas. También hay búhos, reptiles y hasta osos frontinos. Hay numerosos espirales, soles, círculos concéntricos y puntos. Mayormente tienen curvas y formas redondeadas y suaves, que en general respetan la simetría.
Aun cuando Rojas no se atreve a hacer interpretaciones que pudieran estar contaminadas por nuestra cosmovisión actual, señala que en estos grabados asoman grupos familiares, cuyos miembros sugieren tener pinturas corporales, atuendos de plumas en la cabeza, collares y bastones.
También sugieren un culto al tigre, presente en numerosos glifos identificados por un cuadrúpedo con puntos en su cuerpo.
En petroglifos como el hallado a 650 metros sobre el nivel del mar sobre la cuenca del río Tanaguarena, en Carmen de Uria (Naiguatá), se pueden apreciar figuras con pintura facial y cuerpo pintado con formas romboidales y puntos en sus centros. En la cabeza, un tocado radial que hace pensar que se trataba de personas con jerarquía.
“Hoy todavía los yanomami, para curar a los enfermos, invocan el espíritu del tigre. En la iniciación del chamán también se invoca al tigre. En la cultura maya, el tigre está presente en todos los rituales y usan piel de tigre en las estelas grabadas mayas”, afirmó el especialista.
También son comunes las figuras de falo y vulvas, lo que insinúa la importancia de la reproducción como forma de perpetuación.
Algunos de estos símbolos permanecieron en el tiempo, pese a que no todos los grabados datan de la misma época. Rojas aclaró que no se ha descubierto un método para saber la edad de estos grabados.
Sin embargo, afirma: “Son precerámicos, es decir, anteriores a la cultura de la cerámica. Pero indudablemente cuando hubo cerámica, también grababan petroglifos. ¿Cuándo se dejó de grabar petroglifos? Cuando llegan los españoles y comienza el proceso de conquista, porque el aborigen se ocupó o de huir o de hacer la guerra, ya no daba tiempo de grabar”.
Lectura ideográfica
Ninguno de los petroglifos deja ver el desarrollo de un proceso de lectoescritura similar al nuestro o al desarrollado por otras culturas ancestrales.
Nuestros aborígenes lo pensaban y lo dibujaban. Quizá esto explica las variaciones en la escritura por los cronistas colonizadores, quienes buscaron captar, a través de la escritura, el sonido de la lengua aborigen.
“Según los filólogos, la comunidad indígena no pronuncia la g, sino el sonido que emite la w (…) porque guturalmente es la letra que emite el sonido más parecido a la voz indígena”, explicó el profesor.
Vocablos como guaira (canoa grande en lengua caribe y amigo en arawako) se hallan documentados como uaira, uayra, guayra, waira, wayra, huaira y huayra.
Preservación
Por ahora, sólo se dedican a la conservación de estos bienes patrimoniales los baquianos de estos sectores campesinos e investigadores.
“Es muy interesante buscarlos. Los ojos se agudizan, porque antes me pasaban desapercibidos, no los veía. Pero cuando conseguía uno, era muy emocionante”, contó Margarita Sandoval, viuda de Laffe, quien está al frente del Museo Arqueológico Panariwa, en el sector Los Yánez.
Cada vez que va a cultivar, José Gil, vocero del consejo comunal Limón en Producción, revisa las piedras en búsqueda de petroglifos, piedras de centella, puntas de lanza, collares y otro objeto precolombino.
“No somos muchos, apenas como diez personas de esta comunidad que estamos pendientes de preservar los petroglifos, que son parte de nuestra historia”, afirmó.
Rojas se propone profundizar su investigación por Venezuela y países vecinos para contribuir a armar el rompecabezas de nuestra historia precolombina.