A pesar del estruendo desconcertante, siguió trabajando en la mina San José en el desierto de Atacama, en Chile. Él y un grupo de hombres estaban extrayendo oro y cobre a casi 800 metros de profundidad en una mina de más de 100 años de antigüedad.
Cinco minutos después, Urzúa sintió que la montaña se volvía a estremecer y supo que algo andaba mal.
«La montaña siempre te da una advertencia. La montaña no se derrumba sola. Es algo que como mineros sabemos, siempre hay algo», dijo Urzúa, quien había hecho esa labor desde hacía 31 años.
Urzúa dijo que un mes antes había escuchado un estruendo tan fuerte que llamó a su equipo para evacuar. Sus superiores investigaron y le dijeron que no había nada de qué preocuparse, cuenta. Los mineros volvieron a trabajar.
Se suponía que tendrían una junta de seguridad el 6 de agosto para hablar de la actividad del mes anterior en la mina. Nunca tuvieron la oportunidad.
La mina colapsó el 5 de agosto de 2010 y atrapó a 33 mineros; pronto se volvió noticia internacional. A más de 700 metros de profundidad, los mineros luchaban contra el hambre y trataban de aferrarse a la fe, a la esperanza y a cualquier cosa que pudieran para mantenerse vivos.
Para salir adelante, los mineros dividieron las escasas raciones que tenían: dividían entre 33 personas las latas de atún, las galletas y el agua grasienta que se usaba para enfriar el equipo de extracción.
Los rescatistas perforaron más de una docena de agujeros tratando de encontrar a los hombres. Tras varios días sin encontrar rastros de vida, el entonces presidente de Chile, Sebastián Piñera, comenzó los planes para erigir una cruz gigante para rendir homenaje a los mineros. Sin embargo, el 22 de agosto de 2010, el mundo supo que los hombres seguían vivos luego de que una herramienta de perforación saliera de las profundidades con una nota adherida a ella. La nota indicaba que los 33 hombres estaban vivos.
Tras un arduo proceso de rescate que constó de tres proyectos de perforación diferentes que se apresuraban para sacar a los mineros de su prisión subterránea, los mineros salieron uno por uno en una cápsula llamada Fénix.
5 años después…
Cinco años después, muchos luchan con las huellas psicológicas de su encierro y algunos han tenido dificultades para conservar su empleo.
Al principio hubo programas de televisión y compromisos sociales. Los invitaron a Creta, una isla griega. Los invitaron a Disney World. CNN los honró como héroes en Los Ángeles. El Manchester United, un equipo de futbol, los invitó al centro de entrenamiento del equipo y les dio asientos en un palco para ver un partido. Incluso los llevaron de viaje a Jerusalén e Israel los invitó a una peregrinación por Tierra Santa.
Pero con el tiempo, el interés del público empezó a decaer y, con ello, cesaron los viajes y dejó de fluir el dinero.
Hoy, muchos de los mineros tienen problemas para mantenerse, algunos viven de una pensión de unos 500 dólares al mes (unos 7,750 pesos). Es apenas la mitad de lo que ganaban en la mina San José.
Urzúa también recibe esa pensión. Él y otros mineros esperan que un contrato editorial y una película que se estrenará a finales de año les den algo de dinero. Pero miden su entusiasmo porque, hasta ahora, la fama no ha traído fortuna.
Otro minero, Jorge Galleguillos, completa su pensión con visitas guiadas a la mina a cambio de donativos. Es como el historiador del grupo: junta las fotos que tomaron, las botas que usaban y otros artículos de su vida bajo tierra con la esperanza de que al hacerlo mantendrá viva su historia. El hombre, que ahora tiene 61 años, dice que da clases de danza folklórica chilena para ahuyentar las pesadillas que lo despiertan a las 4 de la mañana, todos los días.
«Estoy vivo gracias a Dios. Eso es lo importante. Pero debería estar mejor. Debería estar mejor», dijo.
Como muchos de los mineros, Galleguillos ha luchado con el angustiante tiempo que pasó atrapado en la mina y buscó ayuda psicológica inmediatamente después de que lo rescataran.
El minero Alex Vega sabe cómo se siente Galleguillos.
«Los psiquiatras me dicen que he mejorado mucho… en comparación con cómo estaba al principio», dijo Vega.
Esto podría deberse en parte a que su mente nunca está quieta. A Vega le ha ido mejor que a la mayoría de los mineros ya que de día trabaja como mecánico y de noche construye una casa nueva para su familia.
«Mantiene mi mente ocupada», dijo. «Si no estoy trabajando, los recuerdos empiezan a inundar mi mente».
Edison Peña, el minero que después corrió el maratón de la Ciudad de Nueva York, y Ariel Ticona corrían en los túneles de la mina para mantenerse en forma y ocupados mientras estuvieron atrapados.
La hija de Ticona, Esperanza, nació cuando él estaba bajo tierra y él pudo ver un video de su nacimiento cuando estaba en la mina.
El futbol siempre ha sido su pasión y sorprendentemente se dedicó a jugar poco después de su rescate y su recuperación.
«Dos días después de que me dieran de alta del hospital, fui a jugar con el equipo de futbol de mi barrio», dijo. Ticona sigue jugando con el equipo de su barrio; como fue el minero 32 al que sacaron, adoptó ese número y lo lleva orgullosamente en la camiseta. Juega para mantenerse ocupado.
Luego de que una extraña tormenta e inundación dañaran su casa, él y su familia se mudaron con su madre y le cuesta mantener un empleo. Ticona depende en gran medida de su pensión, pero entre tanta penumbra, hay esperanza. Su hijo, Ariel Alejandro Ticona Segovia, nació el 9 de julio de 2015.
Luego de una prolongada investigación sobre el derrumbe de la mina, los fiscales determinaron en 2013 que no había suficientes pruebas para levantar cargos penales.
Hasta ahora, la vida ha presentado retos a cada uno de los 33 mineros. Pero el acontecimiento que los une es un recordatorio de lo que pueden lograr con voluntad y fe.