“La política grande asemeja la cumbre de las más altas montañas; solo llegan a ella las águilas y los reptiles.” Voltaire
Nelson Chitty La Roche
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Der Untergang es el título de una extraordinaria película que se exhibió en 2004 y obtuvo una mención como mejor película extranjera por la Academia. Narra el final de Hitler y de aquellos fieles que le acompañaron. Muestra la desesperación del poder en su más detallada dinámica, en sus emociones y acciones, en la gravedad de su acontecer y no deja nada para el dramaturgo.
En el fondo, la desesperación del poderoso comienza con una suerte mórbida que lo envuelve; un sentimiento dual, una sensación dilemática que le conduce racionalmente a una percepción de perdida, derrota, final y por otro lado, ungido por la fortuna y por los dioses que lo sustentaron en el éxito, el ademán salvador. Solo que la certeza creciente que la realidad aporta lo turba, quema, irrita y transforma en trágico existencial. Es el inicio del infierno de alguna manera, lasciate ogni speranza…!
Claro que el drama que presento concierne a aquellos que carecen de la estatura moral y ética para asumir como diría Kipling, el triunfo y la derrota como impostores. Caldera a quién sabíamos altamente soberbio en una de sus tantas fallidas electorales acuño un aparentemente humilde aserto “…el pueblo siempre tiene la razón.” Adulador? No lo creo y por el contrario el fundador de la Democracia Cristiana en Venezuela persistió en sus afanes de liderar al país y ofrecerle su gestión, perdió y ganó como un demócrata que era sin desfigurarse en ese acto. Chávez de su lado, ladino, contradictorio, simulador no perdió electoralmente sino una consulta; aquella de la reforma constitucional del 2007 y cuido las formas democráticas al menos aceptando el resultado aunque como sabemos, usurpó al soberano y continuó erigiendo al socialismo del siglo XXI como doctrina oficial y, lo construyo, contaminando, destruyendo para hacerlo al país, sus finanzas, sus instituciones, su sentimiento nacional y hasta su soberanía.
Chávez encaró la muerte sorprendido en alto grado. Ese proceso de su enfermedad no debió para él conocer esa secuencia nunca. Jamás le creyó Chávez a la muerte, de ningún modo pensó él que ese cáncer lo vencería, para Hugo al que la vida había mimado y consentido como a ningún otro en la historia de nuestra patria no había final, ni para él ni para su botín, el poder. No sabemos cómo asumió Chávez su muerte. Ni siquiera cuando se produjo ni cómo fueron sus últimos días de lucidez. Una espesa opacidad rodea al asunto por ahora e incluso se oyen versiones en distintas direcciones que no podemos apreciar en el mérito veraz que tendrían. Más adelante sabremos otras cosas de ese término que aún no concluye sin embargo. Convencido Chávez por sí o por los deletéreos Castro, consciente a regañadientes de su epílogo próximo, avanzo el peón de la insolencia y lego en uno de sus segundones y espalderos el poder. Quiso así el comandante seguirlo ejerciendo a través de un epígono cínico como él mismo. Quiso burlarse de la muerte. La semana próxima Dios mediante traeremos a los herederos como actores de la desesperación del poder que llega a ellos también.