En la profundidad de los pantanosos ‘bayou’ de Luisiana el tiempo parece pasar más lentamente… pero no tanto como para salvar a una comunidad de indígenas cajún que vive en una pequeña franja de tierra a punto de ser tragada por el mar.
Este estado del sur de Estados Unidos ha perdido casi 5.000 km2 de tierra costera desde la década de 1930. Se han hecho importantes esfuerzos para preservar el litoral y enlentecer la erosión, pero cada hora Luisiana pierde una superficie equivalente a un terreno de fútbol.
Maryline Naquin, de 70 años, fue una de las primeras moradoras: “Allí atrás estaba lleno de árboles”, cuenta, sentada en su porche. “Ahora hay solo agua. Mucha agua”.
La comunidad de la isla de Jean Charles nació cuando un francés, repudiado por haberse casado con una indígena, desembarcó a inicios de los años 1800. Casi todos sus hijos se casaron con integrantes de la comunidad autóctona.
Los ‘bayou’, zona de antiguos brazos y meandros del río Misisipi, les procuraban buenas cosechas de camarones, peces y cangrejos para alimentarse y vender en la ciudad.
En su época de mayor auge casi 700 familias vivían en la isla, a la que se accede por carretera; cuando Naquin era niña incluso sobraba espacio para destinar a pasturas para vacas y caballos.
Hoy quedan apenas unas 30 familias y muchos temen que la próxima gran tormenta los expulse por completo.
“Siempre vivimos aquí y no podemos imaginarnos viviendo en apartamentos, en lugares estrechos”, añadió Maryline Naquin.
A lo largo de las costas de Luisiana se han construido diques para proteger las viviendas, pero no ha ocurrido lo mismo con la isla Jean Charles. Demasiado caro, según las autoridades.
– “Es demasiado tarde” –
Sin seguro, Naquin no podrá reconstruir su casa la próxima vez que una tormenta la dañe. Parece resignada a esta idea, aunque quiere quedarse la mayor cantidad de tiempo posible.
Los diques del río Misisipi frenaron dramáticamente el flujo de sedimentos en el delta y, cuando Katrina azotó la zona el 29 de agosto de 2005, la frágil costa ya estaba en mal estado.
La mayor parte de la atención se centró entonces en la destrucción de Nueva Orleans, pero en los ‘bayou’ la gente también tenía serias dificultades para reconstruir sus viviendas. Pocas semanas después llegó además el huracán Rita.
Las dos tormentas dejaron juntas más daños que los 25 años previos de erosión: 850 km2 de ciénaga fueron tragados por el agua.
La marea negra de 2010 trajo más problemas a la costa: la mezcla de petróleo y dispersantes dañó aún más las frágiles plantaciones del litoral.
Chris Chaisson, de 32 años, es uno de quienes se vieron obligados a abandonar la isla para encontrar trabajo y una existencia más estable para su familia. Sufre por no haber podido criar a su hijo en esta isla, donde sus ancestros vivieron por generaciones. Tampoco está seguro de que sus nietos puedan visitarla algún día.
“Se pierde una herencia, la cultura de la gente que vivía allí”, dice este activista que lucha contra la erosión del litoral desde hace 10 años. “Esta comunidad va a extinguirse debido a la erosión y no hay una solución real para protegerla”.
El pastor Keith Naquin, de la iglesia Father’s Home, tiene hermosos recuerdos de su infancia en la isla: “Por la mañana todos escuchaban música francesa y por la tarde siempre encontrabas a alguien cocinando afuera”, relata quien ahora vive en tierra firme, a unos 20 minutos de la isla.
“Recorrer la carretera de la isla era un verdadero viaje: nunca sabías dónde te detendrías, pero siempre había algún lugar donde hacer una pausa. Era como una gran familia”, cuenta.
Asegura que la riqueza de los cursos de agua era tan abundante que un día atrapó casi 500 kilos de camarones con una simple red, en pocas horas.
Los habitantes todavía pueden vivir de lo que pescan pero deben ir cada vez más lejos. Y la isla Jean Charles es hoy una ciudad fantasma.
“Es demasiado tarde” para salvar la isla, sostiene Keith Naquin.
AFP
En la profundidad de los pantanosos ‘bayou’ de Luisiana el tiempo parece pasar más lentamente… pero no tanto como para salvar a una comunidad de indígenas cajún que vive en una pequeña franja de tierra a punto de ser tragada por el mar.
Este estado del sur de Estados Unidos ha perdido casi 5.000 km2 de tierra costera desde la década de 1930. Se han hecho importantes esfuerzos para preservar el litoral y enlentecer la erosión, pero cada hora Luisiana pierde una superficie equivalente a un terreno de fútbol.
Maryline Naquin, de 70 años, fue una de las primeras moradoras: “Allí atrás estaba lleno de árboles”, cuenta, sentada en su porche. “Ahora hay solo agua. Mucha agua”.
La comunidad de la isla de Jean Charles nació cuando un francés, repudiado por haberse casado con una indígena, desembarcó a inicios de los años 1800. Casi todos sus hijos se casaron con integrantes de la comunidad autóctona.
Los ‘bayou’, zona de antiguos brazos y meandros del río Misisipi, les procuraban buenas cosechas de camarones, peces y cangrejos para alimentarse y vender en la ciudad.
En su época de mayor auge casi 700 familias vivían en la isla, a la que se accede por carretera; cuando Naquin era niña incluso sobraba espacio para destinar a pasturas para vacas y caballos.
Hoy quedan apenas unas 30 familias y muchos temen que la próxima gran tormenta los expulse por completo.
“Siempre vivimos aquí y no podemos imaginarnos viviendo en apartamentos, en lugares estrechos”, añadió Maryline Naquin.
A lo largo de las costas de Luisiana se han construido diques para proteger las viviendas, pero no ha ocurrido lo mismo con la isla Jean Charles. Demasiado caro, según las autoridades.
– “Es demasiado tarde” –
Sin seguro, Naquin no podrá reconstruir su casa la próxima vez que una tormenta la dañe. Parece resignada a esta idea, aunque quiere quedarse la mayor cantidad de tiempo posible.
Los diques del río Misisipi frenaron dramáticamente el flujo de sedimentos en el delta y, cuando Katrina azotó la zona el 29 de agosto de 2005, la frágil costa ya estaba en mal estado.
La mayor parte de la atención se centró entonces en la destrucción de Nueva Orleans, pero en los ‘bayou’ la gente también tenía serias dificultades para reconstruir sus viviendas. Pocas semanas después llegó además el huracán Rita.
Las dos tormentas dejaron juntas más daños que los 25 años previos de erosión: 850 km2 de ciénaga fueron tragados por el agua.
La marea negra de 2010 trajo más problemas a la costa: la mezcla de petróleo y dispersantes dañó aún más las frágiles plantaciones del litoral.
Chris Chaisson, de 32 años, es uno de quienes se vieron obligados a abandonar la isla para encontrar trabajo y una existencia más estable para su familia. Sufre por no haber podido criar a su hijo en esta isla, donde sus ancestros vivieron por generaciones. Tampoco está seguro de que sus nietos puedan visitarla algún día.
“Se pierde una herencia, la cultura de la gente que vivía allí”, dice este activista que lucha contra la erosión del litoral desde hace 10 años. “Esta comunidad va a extinguirse debido a la erosión y no hay una solución real para protegerla”.
El pastor Keith Naquin, de la iglesia Father’s Home, tiene hermosos recuerdos de su infancia en la isla: “Por la mañana todos escuchaban música francesa y por la tarde siempre encontrabas a alguien cocinando afuera”, relata quien ahora vive en tierra firme, a unos 20 minutos de la isla.
“Recorrer la carretera de la isla era un verdadero viaje: nunca sabías dónde te detendrías, pero siempre había algún lugar donde hacer una pausa. Era como una gran familia”, cuenta.
Asegura que la riqueza de los cursos de agua era tan abundante que un día atrapó casi 500 kilos de camarones con una simple red, en pocas horas.
Los habitantes todavía pueden vivir de lo que pescan pero deben ir cada vez más lejos. Y la isla Jean Charles es hoy una ciudad fantasma.
“Es demasiado tarde” para salvar la isla, sostiene Keith Naquin.
AFP