Para tratar de justificar sus actitudes, invocan la amenaza de la “derecha”, que estaría a punto de dominar y devorar a la América Latina
Desde hace quince años, venimos denunciando la existencia en América Latina de “dos izquierdas” distintas e incompatibles. La una es la socialdemocracia decente, representada por los movimientos gobernantes en Brasil, Uruguay, Chile y partes de América Central, que han iniciado importantes ensayos de desarrollo económico con justicia social y con pleno respeto de los derechos humanos y ciudadanos. La otra es la falsa “izquierda”, vociferante, demagógica y dictatorial, de los seguidores y émulos del chavismo coaligados internacionalmente en un movimiento denominado “bolivariano” (con irrespeto al Libertador).
Esta división es, en parte, la continuación histórica de la pugna que ha existido entre la socialdemocracia y el comunismo estalinista desde la tercera década del siglo XX, y cuyos pormenores en Venezuela han sido analizados en forma exhaustiva y didáctica por el profesor Antonio Ecarri Bolívar en su obra Socialdemócratas vs. Comunistas (Libros de El Nacional, Caracas, 2011).
Ese conflicto ideológico entre dos maneras antagónicas de interpretar y aplicar las enseñanzas del socialismo clásico, se ha complicado por el hecho de que un importante sector del estalinismo latinoamericano se apartó de la ortodoxia de los partidos comunistas originales, para buscar tenebrosas alianzas y maridajes con corrientes militaristas y fascistas, y unir a los extremistas de derecha y de izquierda en un mismo odio contra la democracia liberal y el socialismo democrático.
El fascismo latinoamericano, a su vez, también andaba en búsqueda de alianzas con sectores de izquierda que le permitiesen ocultar su naturaleza derechista y asumir un disfraz “revolucionario”. Ya en 1929 Ernesto Röhm, instructor militar alemán en Bolivia y futuro jefe de las tropas de asalto de Hitler, persuadía a los cadetes bolivianos de que el nazismo era un “socialismo nacional” liberador de pueblos oprimidos. De este modo, el totalitarismo nazi-fascista, herramienta represiva de latifundistas y consorcios transnacionales, fue contrabandeado como presunto movimiento “popular”, embaucó a muchos nacionalistas latinoamericanos y se plasmó en regímenes como el de Perón. Los comunistas pronto descubrieron que tales movimientos eran penetrables y manejables.
Esta colusión entre fascismo y estalinismo se encuentra de manera evidente en los orígenes y la formación del chavismo. Ideas e influencias tan contradictorias como las de Douglas Bravo y de Norberto Ceresole se mezclaron en el pensamiento antidemocrático de Hugo Chávez y sus compañeros militares. Esto se reflejó luego en un régimen que abarca, grotescamente, por un lado, a ideólogos de ultraizquierdista y por el otro a plutócratas militares y civiles, ligados al capitalismo más salvaje y corrupto.
Este cariz facho-estalinista debería haber desacreditado al chavismo, desde hace tiempo, ante los ojos de los socialistas democráticos del mundo. Lamentablemente, la ingenuidad o pereza mental de muchos de ellos –para no hablar del reparto de petrodólares- hacen que incluso hoy en día, en contraposición a socialistas verticales y dignos como Felipe González y otros, exista un sector internacional de “progresistas” que adulan y defienden al régimen opresor y destructivo presidido por Nicolás Maduro.
Para tratar de justificar tal actitud, invocan la amenaza de la “derecha” que estaría a punto de dominar y devorar a la América Latina. Nadie puede negar que tal derecha existe y que seguramente maniobra para ganar poder político y control económico. Pero la culpa de su avance la tiene precisamente la falsa “izquierda” que contamina y desacredita al conjunto progresista que no osa deslindarse de ella. Por ello, para quitar sustento a la derecha, lo primero es derrotar a la falsa izquierda.
Demetrio Boersner
demboers@gmail.com