Menos de dos días después de que el presidente venezolano Nicolás Maduro ordenara el cierre de este solitario retén fronterizo entre Colombia y Venezuela, la familia Apochana salió de la polvorienta maleza y caminó con dificultad hasta un grupo de soldados colombianos, reseña Associated Press desde Paraguachón.
Los ocho indígenas estaban empapados en sudor pero impecablemente vestidos con túnicas en blanco y negro para asistir al funeral de un familiar al otro lado de la frontera.
Cecilia Apochana, cabeza de la familia de la etnia wayúu, se quejó de que las promesas que hizo Maduro por televisión de que los indígenas podrían moverse libremente por la frontera entre los dos países a pesar del cierre no son ciertas.
“Hemos caminado más de una hora por un sendero de tierra y hemos tenido que pagar a varias personas para lograr llegar hasta aquí”, dijo Apochana. Aunque nunca fue interceptada por las autoridades, el dinero, el tiempo adicional y el esfuerzo empleados para eludir el cierre la enfadan. “Esta es nuestra tierra, no debería haber una frontera que nos limite el paso y mucho menos cerrarla repentinamente”, protestó.
Lo que ha tenido que pasar la familia Apochana es algo que pronto podrían compartir muchos de los 600.000 wayúu que se distribuyen a uno y otro lado de la frontera. Durante siglos, esta tribu seminómada ha dominado la vida en la península de La Guajira, primero resistiendo la conquista española y, desde la independencia, cruzando libremente la frontera colombo-venezolana que divide arbitrariamente los 23 clanes en su patria ancestral.
Sin embargo, una disputa entre el gobierno de Venezuela y el de Colombia podría obligarlos a tener que elegir uno de los dos países para vivir.
Maduro ordenó el lunes el cierre de este puesto fronterizo, con lo que amplió a cuatro el número de cruces clausurados en las últimas tres semanas como parte de una campaña para erradicar el contrabando de gasolina y de productos de primera necesidad, los cuales dice son el motivo de la escasez en su país. Según Venezuela, que posee enormes reservas de petróleo, casi el 40% de sus productos subvencionados salen de la nación debido al contrabando, lo que supone un costo de 2.000 millones de dólares al año.
La realidad, sin embargo, contrasta con el duro tono de las declaraciones de los mandatarios y muestra una frontera que está muy lejos de ser impenetrable.
A cinco minutos a pie del puesto del control militar donde la familia Apochana se detuvo a descansar, Alberto Herrera sube y baja cada dos minutos una cuerda en medio de un polvoriento camino para cobrar a los motoristas y coches que quieren llegar al otro lado por este paso ilegal. Cobra 400 bolívares, equivalentes a menos de 60 centavos de dólar en el mercado negro, a cada coche y una cuarta parte a las motos.
“Si soy venezolana y quiero entrar a mi país no entiendo por qué tengo que estar pasando de forma ilegal por estos caminos”, protestó Zuleia Gutiérrez, que viajaba en la parte trasera de una moto. En el camino se cruzó con un joven cargado de cajas de leche, uno de los bienes más escasos en Venezuela.
Los wayúu no llevan pasaportes ni reconocen fronteras y durante décadas Colombia y Venezuela han permitido que crucen libremente el desierto de La Guajira. En el marco de su ofensiva para combatir el contrabando, Maduro prometió no afectar su libertad de movimiento.
Pero los líderes tribales dicen que es imposible que el cierre no los asfixie económicamente.
La Guajira tiene la tasa de desnutrición más alta en Colombia, el 11%, según la oficina del Defensor del Pueblo, y más del 55% de sus 930.000 habitantes, un tercio de los cuales son wayúu, viven en la pobreza.
Para sobrevivir, muchos wayúu dependen del contrabando, el cual no consideran ilícito. Hasta hace pocos días era habitual ver a indígenas al volante de destartalados automóviles de la década de 1970 cargados de bidones de gasolina, los cuales son casi gratuitos en Venezuela, para revenderla al otro lado de la frontera en torno a la bulliciosa ciudad de Maicao, donde les garantiza una buena ganancia.
“Aquí en La Guajira no hay fuentes de trabajo, no hay fábricas, no hay industria, no hay nada, y todo el mundo vive de mover gasolina, alimentos o productos de Venezuela”, explicó el indígena Rafael Acosta, de 45 años, mientras esperaba a un familiar que venía caminando a Colombia desde territorio venezolano a través de las veredas.
Pero en lo que podría ser una señal de que el cierre fronterizo está comenzando a afectar a la población, el precio de la gasolina que se vende en las calles de Maicao ha pasado en pocas horas de 4 dólares el lunes a 7 dólares el martes por cinco galones. En contraste, ese mismo combustible comprado en una gasolinera valdría habitualmente más del doble, unos 16 dólares.
Pero no es sólo su medio de vida el que está en riesgo. Al calor de la revolución bolivariana declarada por el fallecido presidente Hugo Chávez hace 16 años y los bajos precios subvencionados de los productos de primera necesidad, muchos wayúu —aproximadamente la mitad de los cuales viven en Colombia— viajaron a Venezuela para aprovechar un sistema de salud más barato y de programas sociales que no podrían pagar al otro lado. A lo largo del año pasado, a medida que Maduro intensificó su persecución al contrabando, las dificultades para vivir en Colombia han aumentado. La pobreza, sumada a la brutal sequía, obligó al gobierno colombiano a poner en marcha programas para suministrar alimentos a miles de familias wayúu.
Pero aunque el contrabando ha dado a estos indígenas una forma de ganarse la vida, ha socavado sus tradiciones. Cada vez se ven menos mujeres de la región que caminan orgullosas con sus largos vestidos hasta los tobillos, y los hombres han sustituido el taparrabos Si’ira, por pantalones vaqueros y gorras de béisbol. También los oficios tradicionales como el pastoreo, la pesca o la confección de coloridos bolsos han sido sustituidos por el tráfico de gasolina o la compra-venta de productos a uno y otro lado de la frontera.
Remedios Fajardo, líder de la que es una de las últimas sociedades matriarcales del mundo, teme que las tensiones sociales aumenten debido a la crisis económica en Venezuela y la respuesta de Maduro a la misma sin respetar su forma de vida.
“Los wayúu siempre hemos sido comerciantes. Históricamente teníamos intercambio con las Antillas y ahora hemos cambiado el tipo de comercio, llevando y trayendo producto entre hermanos a uno y otro lado de la frontera”, defiende Fajardo. “No es que nos hayamos transformado; simplemente nos hemos adaptado”.
Menos de dos días después de que el presidente venezolano Nicolás Maduro ordenara el cierre de este solitario retén fronterizo entre Colombia y Venezuela, la familia Apochana salió de la polvorienta maleza y caminó con dificultad hasta un grupo de soldados colombianos, reseña Associated Press desde Paraguachón.
Los ocho indígenas estaban empapados en sudor pero impecablemente vestidos con túnicas en blanco y negro para asistir al funeral de un familiar al otro lado de la frontera.
Cecilia Apochana, cabeza de la familia de la etnia wayúu, se quejó de que las promesas que hizo Maduro por televisión de que los indígenas podrían moverse libremente por la frontera entre los dos países a pesar del cierre no son ciertas.
“Hemos caminado más de una hora por un sendero de tierra y hemos tenido que pagar a varias personas para lograr llegar hasta aquí”, dijo Apochana. Aunque nunca fue interceptada por las autoridades, el dinero, el tiempo adicional y el esfuerzo empleados para eludir el cierre la enfadan. “Esta es nuestra tierra, no debería haber una frontera que nos limite el paso y mucho menos cerrarla repentinamente”, protestó.
Lo que ha tenido que pasar la familia Apochana es algo que pronto podrían compartir muchos de los 600.000 wayúu que se distribuyen a uno y otro lado de la frontera. Durante siglos, esta tribu seminómada ha dominado la vida en la península de La Guajira, primero resistiendo la conquista española y, desde la independencia, cruzando libremente la frontera colombo-venezolana que divide arbitrariamente los 23 clanes en su patria ancestral.
Sin embargo, una disputa entre el gobierno de Venezuela y el de Colombia podría obligarlos a tener que elegir uno de los dos países para vivir.
Maduro ordenó el lunes el cierre de este puesto fronterizo, con lo que amplió a cuatro el número de cruces clausurados en las últimas tres semanas como parte de una campaña para erradicar el contrabando de gasolina y de productos de primera necesidad, los cuales dice son el motivo de la escasez en su país. Según Venezuela, que posee enormes reservas de petróleo, casi el 40% de sus productos subvencionados salen de la nación debido al contrabando, lo que supone un costo de 2.000 millones de dólares al año.
La realidad, sin embargo, contrasta con el duro tono de las declaraciones de los mandatarios y muestra una frontera que está muy lejos de ser impenetrable.
A cinco minutos a pie del puesto del control militar donde la familia Apochana se detuvo a descansar, Alberto Herrera sube y baja cada dos minutos una cuerda en medio de un polvoriento camino para cobrar a los motoristas y coches que quieren llegar al otro lado por este paso ilegal. Cobra 400 bolívares, equivalentes a menos de 60 centavos de dólar en el mercado negro, a cada coche y una cuarta parte a las motos.
“Si soy venezolana y quiero entrar a mi país no entiendo por qué tengo que estar pasando de forma ilegal por estos caminos”, protestó Zuleia Gutiérrez, que viajaba en la parte trasera de una moto. En el camino se cruzó con un joven cargado de cajas de leche, uno de los bienes más escasos en Venezuela.
Los wayúu no llevan pasaportes ni reconocen fronteras y durante décadas Colombia y Venezuela han permitido que crucen libremente el desierto de La Guajira. En el marco de su ofensiva para combatir el contrabando, Maduro prometió no afectar su libertad de movimiento.
Pero los líderes tribales dicen que es imposible que el cierre no los asfixie económicamente.
La Guajira tiene la tasa de desnutrición más alta en Colombia, el 11%, según la oficina del Defensor del Pueblo, y más del 55% de sus 930.000 habitantes, un tercio de los cuales son wayúu, viven en la pobreza.
Para sobrevivir, muchos wayúu dependen del contrabando, el cual no consideran ilícito. Hasta hace pocos días era habitual ver a indígenas al volante de destartalados automóviles de la década de 1970 cargados de bidones de gasolina, los cuales son casi gratuitos en Venezuela, para revenderla al otro lado de la frontera en torno a la bulliciosa ciudad de Maicao, donde les garantiza una buena ganancia.
“Aquí en La Guajira no hay fuentes de trabajo, no hay fábricas, no hay industria, no hay nada, y todo el mundo vive de mover gasolina, alimentos o productos de Venezuela”, explicó el indígena Rafael Acosta, de 45 años, mientras esperaba a un familiar que venía caminando a Colombia desde territorio venezolano a través de las veredas.
Pero en lo que podría ser una señal de que el cierre fronterizo está comenzando a afectar a la población, el precio de la gasolina que se vende en las calles de Maicao ha pasado en pocas horas de 4 dólares el lunes a 7 dólares el martes por cinco galones. En contraste, ese mismo combustible comprado en una gasolinera valdría habitualmente más del doble, unos 16 dólares.
Pero no es sólo su medio de vida el que está en riesgo. Al calor de la revolución bolivariana declarada por el fallecido presidente Hugo Chávez hace 16 años y los bajos precios subvencionados de los productos de primera necesidad, muchos wayúu —aproximadamente la mitad de los cuales viven en Colombia— viajaron a Venezuela para aprovechar un sistema de salud más barato y de programas sociales que no podrían pagar al otro lado. A lo largo del año pasado, a medida que Maduro intensificó su persecución al contrabando, las dificultades para vivir en Colombia han aumentado. La pobreza, sumada a la brutal sequía, obligó al gobierno colombiano a poner en marcha programas para suministrar alimentos a miles de familias wayúu.
Pero aunque el contrabando ha dado a estos indígenas una forma de ganarse la vida, ha socavado sus tradiciones. Cada vez se ven menos mujeres de la región que caminan orgullosas con sus largos vestidos hasta los tobillos, y los hombres han sustituido el taparrabos Si’ira, por pantalones vaqueros y gorras de béisbol. También los oficios tradicionales como el pastoreo, la pesca o la confección de coloridos bolsos han sido sustituidos por el tráfico de gasolina o la compra-venta de productos a uno y otro lado de la frontera.
Remedios Fajardo, líder de la que es una de las últimas sociedades matriarcales del mundo, teme que las tensiones sociales aumenten debido a la crisis económica en Venezuela y la respuesta de Maduro a la misma sin respetar su forma de vida.
“Los wayúu siempre hemos sido comerciantes. Históricamente teníamos intercambio con las Antillas y ahora hemos cambiado el tipo de comercio, llevando y trayendo producto entre hermanos a uno y otro lado de la frontera”, defiende Fajardo. “No es que nos hayamos transformado; simplemente nos hemos adaptado”.