La condena a Leopoldo, Christian, Ángel y Demián, y todo lo que ha pasado y pasará en las causas penales seguidas a tantas personas por motivos políticos no puede sorprender a nadie. Así será hasta que nos animemos a cambiar las cosas en paz, pero con hechos, que vayan más allá de un “tuitazo” o de la simple y cómoda empatía “desde lejos”
Confieso que fui ave de mal agüero. El pasado jueves, ya faltando muy poco para que el país conociera el fallo de Susana Barreiros en el que injustamente condenó a Leopoldo López, Christian Holdack, Demián Martín y Ángel González, una cadena internacional me entrevistó sobre las posibilidades del caso y tuve que decir lo que mi experiencia de ya casi quince años en casos como estos me ha enseñado: Más allá de las alternativas legales, de las diferentes posibilidades que tenían cabida jurídica, no había razón alguna para ser optimistas, y la sentencia, como en efecto lo fue, sería definitivamente condenatoria.
No es que uno sea un oráculo ni mucho menos, ni tampoco que a uno le guste tener este tipo de oscuras certezas. Créanme que no solo en este caso, sino en muchos otros, me hubiera gustado echarle en cara a mi sombría intuición judicial alguna victoria sorpresiva de mi indoblegable, pero ingenuo, optimismo; pero son ya demasiadas las marcas que injustos hachazos similares han dejado en mi alma como para creer en pájaros preñados. En este país de despropósitos y de perversiones institucionales, no había forma de que la sentencia contra estos cuatro venezolanos fuera diferente. Tampoco hay, por el momento, posibilidad de justicia verdadera en ninguno de los demás casos en los que el sistema judicial es utilizado el arma de la intolerancia oficial, y estamos hablando aún de cerca de ochenta presos y de más de dos mil personas sometidas a investigaciones penales por motivos políticos. No es poca cosa.
Esto obedece a muchas razones, de las cuales quizás la más importante es que el gobierno, acorralado como está a nivel internacional por su evidente irrespeto a los derechos más elementales de la ciudadanía, de toda la ciudadanía, pero especialmente de la que se le opone, necesita símbolos, como el de esta condena, que a lo interno y a lo externo apuntalen su “verdad oficial” (así, entre comillas) sobre los eventos que signaron nuestra historia todo el año pasado. Que esto funcione o no, que al final eso no sirva más que para ratificarle al mundo que la represión y la persecución política en Venezuela son verdad, es ya otro tema, el punto es que es así… por ahora.
Víctimas de la persecución oficial
Con respecto a las protestas del año pasado, desde el primer día el poder se afanó en la imposición de una narrativa oficial que distorsionara y tergiversara toda la verdad de lo ocurrido y que, por supuesto, pusiera exclusivamente en los “otros”, en los demás, en los opuestos, el disfraz de “culpables”, dejando de lado cualquier otra consideración, especialmente las legales ¿Nos sorprende? Si es así, desconocemos que esto no es nuevo, y que desde el primer momento, incluso sin haber investigado ni un segundo, la “versión oficial” sobre cualquier cosa grave que ocurre en el país, casi siempre, por no decir siempre, está dirigida a procurar la impunidad de los verdaderos responsables de cualquier abuso o exceso del poder colocando a los opositores, indefectiblemente, como los “malos de la partida”.
Recordemos a Simonovis, Forero, Vivas y a los PM; a los exgerentes y trabajadores de PDVSA, recordemos a Usón, a Gebauer, a Ortega, a Poggioli, a los Guevara, a los banqueros presos y perseguidos y a los gerentes de Econoinvest; también a los Baduel, padre e hijo, y a Tirado; a los twitteros, a los estudiantes, a los comunicadores y a tantas, tantas otras víctimas de la persecución oficial de los últimos quince años. Nos cayeran bien o no los mencionados, estuviésemos o no de acuerdo con ellos o con sus métodos, en todos estos casos la verdad y la justicia están del lado de los justiciables, en todos estos casos lo “jurídico”, lo “legal”, lo “correcto”, hubiera sido absolverles de toda culpa y reconocerles su inocencia; ninguno de ellos debió ser investigado ni criminalizado, mucho menos condenado, por delitos que nunca les fueron probados. Conozco de primera mano los expedientes, he estado allí como abogado defensor y sé, como lo sabe también ahora Juan Carlos Gutiérrez, defensor de Leopoldo, de lo que hablo, pero al final en todos estos casos, como acaba de ocurrir el jueves que pasó, la necesidad del poder de hacer de estas personas ejemplo y punto de honor, y el ansia de convertirlas en argumento del miedo y de hegemonía, pasando en el lance por encima de la verdad, de la Constitución y de la ley, también prevalecieron.
Régimen busca hacer
difusa la verdad
Es un plan de actuación y de respuesta continuo, sistemático y premeditado, que además incluye una “estrategia de simetría” o “de espejo”, propia del ajedrez, en la que, a expensas de la verdad, que a todos nos interesa, y del erario público, que a todos nos duele, a toda iniciativa u organización les nace de la nada un “reflejo oscuro”, un “gemelo malvado”, una antítesis cuyo único propósito es defender al gobierno. A las “Víctimas del 11A” se les opuso la “Asociación de Víctimas del Golpe de Estado”, a la “Gente del Petróleo” se le opuso la “Asociación de Víctimas del Paro Petrolero”, y más recientemente, a las víctimas de los abusos y excesos del año pasado se les opuso la “Asociación de Víctimas de la Guarimba y del Golpe Continuado”, y así… Es un patrón de respuesta del gobierno, casi automático y hasta chambón, que tiene por objeto sembrar dudas, y en última instancia, relativizar y hacer difusa la verdad, al mejor estilo postmoderno… lo malo es que a veces, y en algunos escenarios, les funciona.
Es más, también forma parte de la jugada el logro injusto, pero formalizado, de la impunidad de quienes defiendan la “revolución”. Allí están las absolutorias, por ejemplo, de los “pistoleros de Puente Llaguno”, en su momento; la absoluta falta de investigación y condena a tanto funcionario o personaje violento, asesino o torturador de los últimos lustros y hasta los innumerables discursos oficiales en los que el poder califica de antemano como “héroes” o como “verdaderos patriotas” a desadaptados y antisociales que no merecen más que estar tras la rejas por haber servido de colmillos en las fauces de la violencia y de la intolerancia política.
Ir más allá de
un “tuitazo”…
Sabiendo todo esto, la condena a Leopoldo, Christian, Ángel y Demián, y todo lo que ha pasado y pasará en las causas penales seguidas a tantas personas por motivos políticos no puede sorprender a nadie. Así será hasta que nos animemos a cambiar las cosas en paz, pero con hechos, que vayan más allá de un “tuitazo” o de la simple y cómoda empatía “desde lejos”. El de la ingenuidad, al parecer, es un himen que en nuestro pueblo renace siempre, y por eso cada nuevo golpe sabe a dolorosa “primera vez”. Lo malo es que lo nutre el olvido, lo que nos condena a vivir de irrealidades y a añorar, crédulos, sorpresas indoloras, buenas y hasta festivas nuevas, que al final nunca son. Lo malo es que vivir así, de falsas expectativas, nos aleja de la comprensión verdadera del tamaño real, la perversidad y la ignominia totales del monstruo contra el que se lucha… y así, no hay manera de vencerlo.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé