Voy al mercado y me pregunto si soy el único al que un cartón de huevos a casi mil bolívares (hablamos de casi un millón de los bolívares viejos) le parece una patada en gónadas. Con esa plata, no hace tanto, uno podía comprarse un carro, y hace un poco más, pero no tanto más, un apartamento
A veces pienso que soy yo, que el problema es mío, que de tanto cabezazo contra estrados judiciales obtusos algunos tornillos se me han aflojado ya, sin remedio posible. Otras veces, con ánimo más benevolente, pienso que quizás lo que me ocurre es que, como mecanismo de defensa, mi mente y mi percepción de la realidad se han conjurado para mantenerme, contra toda corriente, relativamente sano, al menos en mi pequeña parcela interior, a modo de refugio. A veces me consuelo también pensando que como soy escritor “en construcción”, algo de orate debo tener.
No es fácil. Los niveles de incivilidad y de angustia a los que estos lustros nos han sometido no pasan lisos. Alguna mácula dejan. Mientras el mundo en general trata, al menos trata, de evolucionar, de ver un poco más allá de las desesperanzas, Venezuela no hace más que dar saltos hacia atrás, y los da con los ojos desorbitados, saltando y vociferando como guerrero maorí danzando su Haka. Es imposible no sentirlo no más al poner un pie en la calle.
Mansitos, callados y sumisos
Voy al mercado y me pregunto si soy el único al que un cartón de huevos a casi mil bolívares (hablamos de casi un millón de los bolívares viejos) le parece una patada en gónadas. Con esa plata, no hace tanto, uno podía comprarse un carro, y hace un poco más, pero no tanto más, un apartamento. Me pregunto si a alguien más le indigna hacer cola bajo el sol, cédula en mano y por varias horas, para que algún sujeto improbable con cara de “perdonavidas” decida si ese día vas a poder llevar harina, leche o detergente a la casa, mientras que por la “caja exclusiva para empleados” (nueva modalidad corporativa de promoción del bachaqueo) desfilan felices uniformes sacando en pacas lo que a ti solo te dejan llevar al detal, de a poco, y como si te estuvieran haciendo un favor ¿Soy yo el único al que el pitico que suena cuando te exigen poner tus huellas en una farmacia para comprar cualquier medicina le suena a burlona mentada de madre? La duda me asalta porque ahí nos veo a todos (y noten que no me excluyo) mansitos, callados y sumisos.
Nos estamos haciendo
reos de la anomalía,
el abuso, las carencias…
No es solo miedo. El miedo está allí, nos carcome, nos determina. Nadie quiere pelear con los demás arriesgándose a sufrir la violencia desbordada, caníbal y boba (porque es entre nosotros mismos, la víctimas, y no afecta para nada a nuestros victimarios) que ya es regla en nuestra nación; tampoco queremos que algún iluminado con ansias de “ganar puntos” rojos decida que, por quejarte, eres un “subversivo desestabilizador” lanzándote con ello al infierno de una absurda persecución penal por el simple hecho de expresar, con justas razones, tu descontento. A veces incluso el cálculo es hasta mucho más sencillo y peligroso, por la inmediatez que implica, y solo considera la conveniencia de nuestro indigno silencio momentáneo como parte del sacrificio que hay que hacer para poder disfrutar de una arepita en casa o para poder lavar los platos unos días. A pocos se les ocurre, en tales trances, siquiera preguntarse por qué en una nación como la nuestra, con toda la riqueza que ha recibido en la que fue nuestra mayor bonanza petrolera, tiene uno que estar haciendo “sacrificios” como éstos.
Todo eso es verdad, los temores existen y conjuran oscuras realidades que todos hemos padecido en mayor o menor medida, pero la cosa no para allí. Nos estamos además haciendo reos de la costumbre. A la anomalía, al abuso, a las carencias, incluso a la superstición, les estamos dando, poco a poco, carta de naturaleza en nuestra cotidianidad, y de tan comunes que se han vuelto las hemos empezado a considerar normales. Saquémoslo por acá: Según el Observatorio Venezolano de la Violencia, tenemos una tasa de homicidios de 82 por cada 100.000 habitantes (eso significa que son asesinadas más de 65 personas al día, en promedio), pero acá “no pasa nada”. Lo que hacemos con respecto a esto es modificar nuestros hábitos, adaptar nuestra forma de vida, en una apuesta paranoica en la que los números no dan, a tal realidad, pero nada más. Si con respecto a esta gravísima afrenta contra la vida, el más importante y fundamental de los “valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico”, que es responsabilidad directa de la ineficiencia de nuestros gobernantes, la opción no ha sido la queja, la demanda ni la exigencia, sino el “acomodo” ¿Cómo quedamos con respecto a otras situaciones, quizás menos dramáticas pero también muy graves, que también nos afectan y distorsionan?
Mientras baila la “pollera
colorá” la gente muere
de mengua en hospitales…
Y no es por meter el dedo en las llagas de nadie, pero mientras todo esto pasa, nos rodean y ahogan el absurdo y la locura. Estamos muy mal. Tenemos un primer mandatario que habla con fantasmas que se le aparecen como pajaritos, que compra costosísimos aviones rusos y que baila con su señora la “pollera colorá” mientras le busca pelea a los vecinos y en las clínicas no hay insumos y la gente muere de mengua por falta de medicinas; tenemos un presidente de la AN que se dedica a difundir falsedades en los medios oficiales con un garrote de cavernícola (sí, tal cual, no es cuento) en la mano y hasta tenemos a CONATEL llamándole ahora la atención a César Miguel Rondón porque supuestamente guardó un “vergonzoso silencio” en una entrevista que le hizo a un sujeto que no escatimó críticas contra el gobierno venezolano. O sea, CONATEL lo amonesta no por “lo que dijo”, sino por lo que “no dijo”. Porque “no dijo” lo que a gobierno le parece o le nace que el locutor “debía haber dicho” en la entrevista, todo en supuesto resguardo, esto es de antología, de la “libertad” de expresión ¡Épico!
Luchar por la
libertad y la cordura
Pero eso no es todo, mientras todo esto pasa además tenemos, ya más cerca, el amigo opositor que te dice que “no cree en el voto” ni en los métodos de reivindicación pacíficos y democráticos, pero que publica orondo cada vez que salen las predicciones de algún “vidente”, en el que misteriosamente sí cree porque le dice que “ya el tiempo se agotó” y que “el cambio ya viene”. Poco le importa, por cierto, que el tipo lleve meses o años diciéndole lo mismo, sin “pegarla” ni una vez. Del otro lado, tampoco te falta el amigo chavista que te dice, mirándote a los ojos y con plena convicción, mientras pasa a tu lado horas en la cola de la bodega para ver qué consigue ese día, que “Chávez vive”, y que la escasez y el alto costo de la vida son un invento mediático producto de la “guerra económica”, o si es más elaborado, que todo lo que estamos viviendo es parte de un “golpe continuado”, a cargo de la “derecha apátrida”. Que el gobierno sea el que haya acabado con la producción nacional, a punta de amenazas y de “exprópieses”, ni le va, ni le viene
Así estamos, como locos, desorientados y perdidos. La lucha ya no es solo por la libertad, ni por la supervivencia, ahora es también por la cordura.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé
Twitter: @HimiobSantome