El revolucionario busca la verdad en la discusión rigurosa, no en las galleras, en los estadios, sino en los cuartos de estudios, en los laboratorios mentales más evolucionados
Toby Valderrama
y Antonio Aponte
aporrea.org
Gorbachov, aquel jefe del momento decisivo de la Unión Soviética, dilapidó el tiempo en reuniones, debates, circunloquios, giros inútiles; no tomó ninguna decisión y asistió desde el palco presidencial al derrumbe del socialismo. No es asunto de este escrito tocar los errores que llevaron a la crisis del sistema que Gorbachov no supo defender. Nos toca, más bien, estudiar los errores que cometió en la apreciación de la situación y las acciones que ella ameritaba. Nos importa aquella circunstancia para intentar comprender la grave realidad que hoy vivimos.
En la crisis se forma un poder paralelo, aquel representado por Yeltsin, que conquistó una parcela del poder soviético. Y aquí, por la captura del Legislativo a manos de la fracción más clara del capitalismo. Se presentó así una situación clara de confrontación de poderes.
Gorbachov no entendió que estaba en un periodo de organización de las fuerzas para una confrontación final de los dos poderes que ya no podían convivir. Era un periodo que debía, necesariamente, desembocar en un desenlace, y sin embargo, actuaba ajeno a esa alerta; discutía, discutía y no tomaba decisiones, resolvía lo táctico con pañitos calientes, se dejaba flotar en las aguas que se encrespaban cada vez más.
Aquí, entre nosotros, la situación es similar. La MUD toma la Asamblea y se prepara para el desenlace. Del lado del gobierno impera la improvisación: discute, discute y no encuentra el camino de vuelta a los mejores tiempos, no atina a comprender al momento histórico, la situación de alto peligro que atravesamos.
Hoy se debe combinar la discusión con las decisiones. La discusión no debe ser de lo subalterno, de lo circunstancial, de si allá las cosas no funcionaron, de si no llegaron las Canaimitas, de si el gobernador fue chimbo, no. Eso sólo serviría para acercar el fracaso. Se debe ir a las causas fundamentales, a las raíces ideológicas revolucionarias olvidadas, que son claras. Nos apartamos del mandato de Chávez, allí está la presentación del Plan de la Patria, y debemos volver a él con humildad, esa debe ser la autocrítica. Se trata de levantar la moral de la masa, la pasión que hoy yace aplastada por el tratamiento mercenario.
Cuando Gorbachov abrió los ojos, ya tenía todo perdido, su castillo de dádivas no soportó un pequeño soplo de las fuerzas reaccionarias. La Revolución Soviética terminaba humillada, con una masa que le dio la espalda, que no supo enamorar, y por un líder de tercera categoría que tuvo el valor de actuar.
Algunos pretenden defender a Gorbachov y postulan que no tomaba las decisiones porque no sabía, que su actitud era ganar un día y después se verá, que ya mantenerse era un triunfo. Esta es una explicación personal, por aquí llegamos a la conclusión de que Gorbachov no es malo.
Pero desde la revolución no actuó como debía, no fue un revolucionario. El deber de un revolucionario en aquellas circunstancias no es perderse en evasivas de la situación. El revolucionario busca la verdad en la discusión rigurosa, no en las galleras, en los estadios, sino en los cuartos de estudios, en los laboratorios mentales más evolucionados, en los cerebros, en la reflexión rigurosa; no en la alharaca de la multitud, no en el desahogo de los desesperados, no en las acusaciones a destiempo. Busca la verdad, la solución, primero en la teoría, sabe que la ideología determina, precede a la práctica revolucionaria, la improvisación es camino al fracaso.
El gobierno nuestro debía recoger esa experiencia, prepararse para la confrontación con el otro poder (que es una realidad), prepararse para actuar fuera de la legalidad burguesa, el otro poder lo está haciendo. Y esta preparación pasa por moralizar a la masa chavista, dotarla de las ideas que la guíen en las futuras e inevitables batallas, rescatar la confianza en el liderazgo.
Reúna a los hijos de Chávez, a todos, nadie está de más, impida la perversidad de que se repita el grito de «muera la inteligencia». Rebobine la historia, tráigalos del ostracismo, enriquezca con los mejores cerebros a la mano, y luego de ese Concilio, que el Presidente tome las decisiones, que de esa reunión salga un Comando Asesor y el huracán que reavive la llamarada chavista… Estamos seguros.