Creo que abundar sobre las esperanzas que han nacido del indiscutible logro de la coalición opositora del pasado domingo es, a estas alturas, llover sobre mojado y caer en lugares comunes sobre los que muchos han escrito ya. La ciudadanía puso su grano de arena y, por una vez, el liderazgo político estuvo a la altura del compromiso asumido. Se demostró que el voto no es ni un error ni tiempo perdido y que, si nos ponemos de acuerdo, y actuamos pensando en clave común, mucho es lo que se puede lograr.
Y ese es precisamente mi punto en esta entrega. Debemos ir más allá de la noción de la unidad que la entiende solo como estrategia electoral y focalizarnos en la unidad como modo de desempeño político permanente. De nada nos vale el triunfo obtenido si, apenas adjudicadas las curules, cada uno de los grupos o de las personas favorecidas comienza a hacer dibujo libre y se desvincula no solo de sus compañeros de fórmula, sino de las necesidades y aspiraciones de esa ciudadanía que depositó en ellos, como conjunto, su confianza.
Por ello, considero indispensable hacer un llamado a la nueva Asamblea Nacional, y más concretamente al liderazgo político y a los diputados electos merced la suma de las fuerzas opositoras, a que no pierdan de vista que, sin ánimo de quitarles méritos pero con los pies en la tierra, su triunfo no les es atribuible a título personal ni ha dependido de la preponderancia de tal o de cual partido político; este triunfo es de la suma de esfuerzos y de la presentación de una plataforma común, con visiones compartidas al menos en lo esencial, que a los ojos del ciudadano “de a pie” se propuso desde los partidos, loados sean por ello, y se mantuvo toda la campaña como una alternativa unificada y consistente en la que el bien común se puso encima de toda conveniencia aislada. Si acá hay un vencedor, si acá hay un protagonista, si de alguien puede decirse que fue el “muchacho de la película”, ese fue el pueblo venezolano, que demostró que cuando se le trata con respeto, coherencia y seriedad, sabe dónde colocar sus preferencias y su confianza.
Por eso, sacar las cuentas de cuántos votos y diputados obtuvo cada partido, perdónenme la franqueza, puede resultar de cierta utilidad para sus dirigentes o para los líderes de cada movimiento político, incluso puede que eso sea interesante pensando en los necesarios análisis que hay que hacer de cara a futuros eventos, cuando las aguas dejen de estar turbias y vuelvan a su cauce, pero nada de eso es importante ni prioritario ahora frente a los inmensos retos nacionales que se nos vienen encima. Treinta diputados por acá, veinte por allá y otros tantos acullá, cada cual o cada grupo siguiendo líneas dispersas e inconexas y halando la carreta hacia las propias y diversas conveniencias, hacen más daño que bien y no son por separado mayoría frente al oprobio ni significan diferencia alguna. Si superado el reto electoral, los partidos que conforman la unidad van a aplicarse entre sí una de “si te he visto no me acuerdo”, no hemos logrado nada. Lo realmente poderoso es la unión de esas 112 voluntades en una estrategia común y unificada, a corto, mediano y a largo plazo. Los cambios y avances que se pueden lograr, y que Venezuela necesita, dependen de que la unidad evolucione a mucho más que un simple pacto electoral.
Tampoco es momento para encumbrar a nadie, y debemos cuidarnos mucho, a la vez, de los individualismos mesiánicos que tanto daño nos han hecho y que, aceptémoslo, tanto nos tientan todavía. Es cierto que entre los diputados electos desde las filas opositoras hay personalidades que son bien conocidas a nivel nacional y que tienen una larga trayectoria, muy respetable por demás, en las arenas de la política pero, hablemos claro, no fue el peso de tales individualidades el que al final inclinó la balanza del favor popular. Aunque el de las fuerzas políticas pueda haber sido otro, el objetivo primario y fundamental de la ciudadanía en esta elección que pasó era el de lograr la mayoría en la AN, no el de colocar a tal o cual persona en una curul. La prueba de esto es que, sincerémonos, no hay persona que haya votado (hagan ustedes su propia encuesta privada) que, con respecto a por lo menos uno de los que al final resultaron elegidos con su voto, no haya tenido que tragar grueso al pulsar las teclas de la máquina de votación aceptando que, por encima de esas particulares animadversiones y desconfianzas, en algunos casos justificadas, había que poner la necesidad de un resultado general que sirviera al éxito que se anheló y que se dio.
Deben estar claros también nuestros representantes, de nuevo ruego excusas, ahora por el tono “grinch” y poco festivo de la admonición, en que los electores no estamos dispuestos a dejarles pasar deslices. Cada diputado debe trabajar conforme a su criterio y a su manera, he ahí el voto de confianza, pero de allí a estar cometiendo el pecado capital del “salto de talanquera” hay un larguísimo trecho. Pregúntenle a los personajes que se dieron recientemente a ello, todos sabemos quiénes son, cómo les fue en esta elección. No fueron ni serán perdonados. Tampoco aceptaremos diputados “echa carro” ni reposeros de ocasión, que ya bastante tuvimos que padecer sillas vacías en el Hemiciclo cuando quienes nos habían pedido su voto abandonaban su encargo cuando más se les necesitaba; ni mucho menos esos personajes que, con el “síndrome del hombre orquesta”, hoy son diputados pero al día siguiente quieren otro destino público o jugar en otro campo distinto porque “ya no les va” eso de ser legisladores. Quienes así actúan, y van de en enroque en enroque queriendo ser desde catchers hasta los novios de la madrina, le cierran el paso a otros liderazgos y desconocen que las obligaciones contraídas el 6D con el pueblo, el contrato que firmaron con nosotros, dura cinco años. No porque lo diga yo, sino porque así lo dice la Constitución.
La AN no obra milagros, pero sí puede ser pilar fundamental del cambio urgente por el que todos los venezolanos apostamos. Será una lucha difícil, no siempre fructífera en lo inmediato y plena de obstáculos y trabas obtusas, pues ya el gobierno ha demostrado que es muy mal perdedor. Ante este resultado electoral, nunca un presidente tuvo tan a la mano la posibilidad de reivindicarse como un verdadero estadista, demócrata, plural y de altura, pero nunca tal posibilidad fue tan burdamente y tontamente desperdiciada. Nunca un proyecto político estuvo tan cerca de poder desmentir categóricamente a quienes le atribuyen la arbitrariedad, la chabacanería y el abuso como norma, recuperando con ello la credibilidad perdida, pero nunca se había desaprovechado ese chance de la manera tan ciega y brutal como la que ahora exhiben los derrotados. Nos toca demostrar ahora que nuestra unidad va más allá, que nuestra meta es el bien común, que nuestros métodos son otros y que creemos, sin dobleces, que en este país sí cabemos todos.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé