El 6D se realizaron las elecciones, como estaba pautado, para elegir la nueva Asamblea Nacional, produciéndose los resultados por todos conocidos, en los que la derecha, al obtener mayoría calificada, 112 diputados, logra el control absoluto del Parlamento Nacional, y las fuerzas chavistas-bolivarianas quedaron en franca minoría, con 55 legisladores. Estos resultados, ni más ni menos, constituyen una significativa derrota para el proyecto político liderado por el comandante Chávez y, ahora, conducido por el presidente Nicolás Maduro.
Indudablemente que este es un hecho político de singular trascendencia en la vida inmediata del país, y, por supuesto, su resonancia y consecuencias ameritan de un profundo análisis que debe ser abordado con prontitud y agudeza crítica. En nuestro caso, debemos comenzar reconociendo que fuimos sorprendidos con esos resultados, pues nuestras conjeturas los situaban en una relación más o menos estrecha y, en ningún caso, en una desproporción como la que efectivamente se produjo.
Contumacia parlamentaria
Ciertamente esta nueva correlación de fuerzas en la Asamblea Nacional implica un cambio sustancial en la situación política del país que, indefectiblemente, tendrá repercusión en los más diversos ámbitos de la vida nacional; esta derecha que ahora asume la dirección del Legislativo va a intentar, desde esa posición de poder, trastocar los avances sociales y políticos alcanzados por el pueblo venezolano en estos últimos años, todo ello en el marco del propósito estratégico que la mueve, que, como se ha evidenciado ostensiblemente, es la de propiciar el derrocamiento del actual gobierno (forzando su renuncia o a través del referendo revocatorio) como paso previo al truncamiento de la revolución bolivariana.
Es decir, ahora van a explorar por la vía de la contumacia parlamentaria lo que han intentado infructuosamente a lo largo de tres lustros por la vía del golpe de Estado y de la insurrección guarimbérica y paraopositora. Esta es una derecha que aunque “se vista de seda” y se recubra del oropel parlamentario, siempre se estará moviendo en el filo de la navaja, pues, por su condición de expresión política de la burguesía local antinacional y parasitaria y de ser franquicia monitoreada desde Washington, está incapacitada para desarrollar una política propia, que, si bien de derecha, por lo menos, logre operar desde una perspectiva nacional; pero, esto es imposible, porque sería, como dijo el “filósofo” aquel, pedirle “peras al horno”.
Este triunfo electoral de la derecha paraopositora, naturalmente está revestido de varias connotaciones que abarcan distintas aristas tanto en el ámbito geopolítico como en el orden interno, en el campo de la derecha y en el bolivariano; teniendo particular relevancia el estudio del dato de la guerra económica, manifiesta táctica de campaña orquestada por el imperialismo y la burguesía parasitaria, para generar angustia y descontento en el pueblo venezolano y que sirvió de señuelo para captar el voto a favor de los opositores; igualmente, por otra parte, merece especial interés ubicar y analizar las fallas y errores intrínsecos a las fuerzas bolivarianas que incidieron para la obtención de resultados tan magros.
Pero, por lo pronto, en este avance analítico queremos destacar dos elementos que, a nuestro juicio, tienen significativa relevancia. En primer término, uno de naturaleza ética, y otro de carácter político:
Diferencia ética
Ante este revés, el más contundente padecido por el chavismo en los 17 años que tiene de ejercicio del poder político, el presidente Maduro, como máximo dirigente de esta corriente política, no dudó un instante, apenas la rectora Tibisay Lucena emitió el primer boletín del CNE en el que se reflejaba la tendencia irreversible de los resultados, para salir a reconocer, “el barranco de su derrota”; así lo había planteado la dirigencia chavista en la campaña previa a las elecciones y así lo asumió, con coraje e hidalguía, Nicolás Maduro, evidenciando la naturaleza ética y el talante auténticamente democrático que caracteriza a las fuerzas políticas que se identifican con el bolivarianismo.
A diferencia de la derecha opositora que las tantas veces que ha sido derrotada, electoralmente, en ningún caso ha tenido la disposición para asumir y reconocer la derrota, sino por el contrario siempre apeló al expediente denigrante de cantar fraude para mantener en jaque la institucionalidad del país y tener a mano un argumento que le permitiera justificar sus desmanes antidemocráticos. Para esta corriente política las elecciones sólo son legítimas cuando obtienen el triunfo. Esta conducta antiética, sin duda alguna, la marca y define.
El chavismo no votó por la derecha
El otro elemento está referido a la matriz política que se ha pretendido instaurar, a nivel de la opinión pública, de que el pueblo chavista optó por votar por la oferta de la derecha, decepcionado de las políticas adelantadas por el gobierno bolivariano, especialmente, en materia de seguridad personal y alimentaria.
Cuando el hecho cierto, analizando en concreto los números electorales y tomando como referencia los resultados de las elecciones presidenciales del 2013, cuando se midieron Maduro (7.575.506) y Capriles (7.302.641), y los resultados de ahora, en los que la MUD obtuvo 7.726.066 (423.425 más que Capriles) y el GPP, 5.578.834 votos, (1.996.972 menos que Maduro), diferencias que, objetivamente, indican que votos chavistas no migraron hacia la derecha sino que, simplemente, se abstuvieron; la cuestión está en determinar las razones que llevaron a tomar esa decisión.
Ese es el reto que tiene el movimiento chavista, que a pesar de la derrota sufrida se muestra moralizado para seguir dando la pelea en la lucha por construir una mejor sociedad.
NOTAS PARALELAS
Miguel Ugas