Los resultados de las recientes elecciones han favorecido claramente a los sectores de oposición; una mayoría descontenta se ha expresado
A propósito de las elecciones venezolanas, Hilary Clinton dijo: “Venezuela ha dado un paso democrático, votó por el cambio”. Cabe preguntar, ¿si el resultado hubiese sido distinto no tendría también un carácter democrático? ¿Sólo es democrático un voto cuando es a favor de una determinada corriente? La observación viene al caso porque esta manera de razonar está ampliamente extendida en Venezuela –de lado y lado- y es el sustento de una visión que niega la existencia “del otro”. En esta óptica se desestima el pluralismo basado en la concurrencia de proyectos diversos y se interpretan los hechos en blanco y negro.
Bajo ese esquema mental es difícil imaginar que se puedan crear formas de convivencia y equilibrio en nuestra sociedad. Para avanzar es necesario adoptar un punto de vista distinto, incluyente, que tenga en consideración la legitimidad de todos los actores.
Los resultados de las recientes elecciones han favorecido claramente a los sectores de oposición. Una mayoría descontenta se ha expresado. Cerca de 56% de los votos emitidos ha sido a favor de la MUD, mientras que el GPP ha obtenido cerca de 41%. Estos resultados evidencian que ambos factores representan grandes fuerzas sociales, que ascienden y descienden al ritmo de las coyunturas. Ninguno de ellos se encuentra en una situación hegemónica y es obvio que tampoco disponen del piso necesario para instrumentar su “programa máximo” respectivo.
Los escenarios que se abren luego de la votación se inscriben en esta circunstancia. La derrota electoral del Gobierno estimulará a los factores más extremos, que pugnan por una ruptura y por el desmantelamiento del sistema sociopolítico vigente. Sin embargo, el conjunto de fuerzas partidarias de la preservación del sistema dispone de energías como para sostenerlo o resistir. Es un escenario encrespado.
No hay que olvidar que las hegemonías no se decretan sino que derivan de largos procesos, por lo que habría que pensar en propiciar el surgimiento de un escenario diferente al señalado, uno en el que la convivencia y la confrontación coexistan durante todo un período histórico.
En esa perspectiva, lo decisivo no es disimular el enfrentamiento sino reconocerlo para proceder a demarcar los términos de una cohabitación en lo referente a las políticas públicas y a la geopolítica, a partir de los intereses en conflicto, no sólo partidistas sino sociales e internacionales.
Visto desde una perspectiva de largo plazo, sería dentro de esos límites que se ejercería el poder y tendría lugar la alternancia al frente de los poderes públicos. Una suerte de compromiso histórico, una negociación política a lo grande y no un “consenso”, que no existe. Este sería el escenario de una cohabitación realista y viable, siempre y cuando se deje de lado la visión equivocada enunciada por Clinton y se asuma plenamente el valor de la democracia.
Leopoldo Puchi