¿Es que todavía no nos hemos dado cuenta quiénes son los adecos, los copeyanos y sus derivados? ¿Ni siquiera somos capaces de cuidar nuestros propios votos?
Cuando escucho a líderes duros de la revolución bolivariana diciendo que nos hicieron trampa en los comicios del 6D, me da una pena tan grande que deseara desaparecer de la faz de la tierra. Chávez sufrió un revés electoral en un momento decisivo del proceso, y nunca se le vio quejándose. Asumió su barranco y siguió adelante de la mano del pueblo hasta que desapareció físicamente.
De modo que a nuestros denunciantes podrán asistirlos las pruebas, toda la razón del mundo, y de acuerdo con la ley, todo el derecho de impugnar, pero más allá de eso, en mi caso particular, me afloran una serie de interrogantes que me duele callar como chavista, y me abate la necesidad de hacerlas públicas:
¿Es que todavía no nos hemos dado cuenta quiénes son los adecos, los copeyanos y sus derivados? ¿Ni siquiera somos capaces de cuidar nuestros propios votos? ¿Vamos a copiarnos del pataleo de la oposición cada vez que pierde? ¿Queremos dar lástima? ¿Pretendemos ocultar nuestra ineficiencia? ¿Intentamos demostrar que no nos derrotó la incapacidad para frenar la guerra económica opositora, las colas, el desabastecimiento, la especulación, el «bachaqueo» y la corrupción? ¡Por Dios! ¡No puede ser!
Sí, hablando de las elecciones del pasado no nos cansamos de criticar la consabida práctica puntofijista del acta mata votos, de la puntualidad de los difuntos sufragando, de los discapacitados y de las personas que desconocían como votar y eran asistidos por bandoleros y aprovechadores que les robaban las papeletas en sus propias caras.
Los domingos electorales de la IV República se convertían en un resuelve para los pobres que vendían su decisión al mejor postor. El lunes podría regresar el hambre, pero ese día con la venta de sufragios había «palos» y comida, por lo menos, un buen asado o un suculento sancocho de costilla de res.
En ese tiempo de la guanábana, el partido de turno (el verde o el blanco) ponía a su servicio el Gobierno en pleno, dinero, personal humano, vehículos, toda la logística posible, para ganarle al adversario y eso, prácticamente, se veía como un derecho adquirido. Era el campeón y tenía la ventaja.
De allí la decisión inmediata del comandante eterno de automatizar el CNE y fundar el organismo electoral más seguro, confiable y transparente del mundo, y de allí también el lloriqueo de la oposición al no poder hacer votar a los muertos ni realizar sus acostumbradas triquiñuelas.
Por eso me avergüenza, que ahora funcionarios importantes del Gobierno de Maduro, salgan diciendo con un dejo de ingenuidad que les hicieron trampa; pareciera que en 17 años de revolución no conocieron ni a Ramos Allup.
Respeto cualquier iniciativa, decisión, la pluralidad de criterios, pero me inclino por lo que me respondió en un tuit La Generala Candanga @ReinaDelan @AlberMoran, lapidarias sus palabras: Prefiero la derrota a aceptar que nos bailaron en nuestras narices.
Alberto Morán
aporrea.org