Hay en las actitudes y actos del TSJ, de la minoría parlamentaria oficialista y hasta de Maduro algo que se revela como mucho más peligroso: La falta absoluta de comprensión del momento histórico
Va a ser muy difícil reconstruir al país desde los niveles de negación que exhibe el liderazgo oficialista. Leen muy mal las líneas que la realidad del país les ofrece cada día. Ya no es solamente la actitud de malos perdedores, que ya raya en la ridiculez y cansa, incluso podemos decir que la cosa va mucho más allá del deseo de mantenerse en el poder “como sea”. Hay en las actitudes y actos del TSJ, de la minoría parlamentaria oficialista y hasta de Maduro algo que se revela como mucho más peligroso: La falta absoluta de comprensión del momento histórico y, lo que es peor, de sus propias limitaciones.
Es un mal heredado. Chávez siempre actuó como si las reglas que a todos nos rigen, desde las económicas hasta las que nos recuerdan día a día que solo estamos de paso por esta tierra, no le fuesen aplicables. Hablaba de centurias, de milenios y en última instancia, de delirios; disfrazaba de eternidad lo que, por definición y esencia, como el poder, es pasajero; se creía intocable y ajeno y eso le impedía, como se los impide ahora a los líderes oficialistas, ver lo que les estalla debajo de la nariz. Es muy difícil darse cuenta de lo que está en realidad pasa a tu alrededor, de lo que es inmediato y real, cuando tienes la mirada perdida en lejanos e inalcanzables horizontes.
El 6D, que debió ser una llamada a tierra, un campanazo de realidad y un llamado a la reflexión les pasó por debajo de la mesa. De las etapas del natural duelo político que les correspondía, se quedaron con la primera: la negación, y con la segunda, como es el enfado o la ira. Solo unos pocos han comenzado a negociar sus términos con la pérdida, o en este caso, con la derrota, o a encajar la tristeza que les produce confirmarse como minoría. Ninguno, absolutamente ninguno, lo ha aceptado. Y cuando no se acepta una verdad, la realidad se ocupa de recordarte que no puedes escapar de ella, te guste o no.
Estuve presente en la AN cuando se consignó para ser sometido a discusión el Proyecto de Ley de Amnistía. Toda una experiencia, por muchas razones, pero especialmente por el nivel de desconexión con la realidad que pude constatar tanto en los diputados oficialistas que intervinieron como en las “barras” que se llevaron para corearles la gracia. Era casi surrealista ver a oficialistas tan disociados, tan enajenados… y tan absurdos, al punto de reivindicar para sí mismos consignas que, como la invocación del 333 y del 350 de nuestra Carta Magna, que recogen nuestro derecho a la rebelión frente a regímenes abusivos, hasta ahora habían sido privativas de la oposición más radical.
Hablaban de la amnistía, y de las supuestas víctimas de “La Salida” de 2014 como si su líder máximo no hubiese sido el principal promotor, en dos oportunidades además, de otras “salidas” que en 1992, a diferencia de la propuesta en 2014, que se centró en mecanismos pacíficos y constitucionales, sí apostaron sin ambages y de manera clara y directa por el uso de la violencia, de la muerte y de las armas como mecanismos para la consolidación, por las malas, de los propios ideales.
Reclamaban “justicia”, muy airados, para las víctimas de los asesinatos de las protestas de 2014 (que en su gran mayoría, y así está en los expedientes, fueron asesinadas por cuerpos de seguridad del Estado o por civiles que actuaron con su aquiescencia), pero ni por asomo hablaban de la justicia, que tampoco ha llegado, para los centenares de muertos que dejaron los experimentos golpistas de su comandante supremo, ni mucho menos se les ocurría pedir respuesta para los familiares de estos asesinados que en el año 2000 vieron frustrados sus anhelos porque Chávez, básicamente, se “auto amnistió”, a él y a sus compañeros… y nadie dijo ni pío.
Yo les invitaría a poner los pies sobre la tierra, a aceptar que Venezuela está cambiando y a dejar de conducirse y de comportarse desde la negación.
Pero lo veo difícil, muy difícil.