Tras la imposición por parte del Tribunal Supremo de Justicia del Decreto de Emergencia Económica que el Ejecutivo aspiraba fuera aprobado por la Asamblea Nacional, se ha inaugurado una nueva retórica en el discurso oficialista, que recurre a la metáfora de los motores.
Recordemos que esto no es nuevo, ya que en el tercer gobierno del fallecido presidente Hugo Chávez, se habló de los “cinco motores de la revolución”.
En aquella oportunidad, se venía de un triunfo en las urnas electorales en diciembre de 2006, y la sobreabundancia de ingresos por los elevados precios del petróleo, permitía crear una ilusión, una euforia, en medio de la cual se podía aplaudir cualquier metáfora y no muchos se atrevían a avizorar que el manirrotismo frenético y la mala administración pasarían factura al país algún día.
Hoy el escenario es radicalmente opuesto. El carismático líder del proyecto revolucionario ya no está, el petróleo ha descendido prácticamente al precio de costo de producción y el bote hace agua por todas partes. Todo ha sucedido a la vez, años y años de políticas erradas pasan facturas.
Debe ser por eso que hay más motores. En esta oportunidad se les habla a los venezolanos de catorce. La desesperación oficialista casi los triplicó, quizá porque piensan que si la retórica se adereza con hipérbole, puede calar mejor en el pueblo.
Los nombres que se han puesto a los hipotéticos motores inducen al desconsuelo; porque dan cuenta de que quienes hoy administran los bienes -y los males- de los venezolanos no tienen ni idea de lo que están haciendo.
Por ejemplo, se habla de un “motor” que estaría destinado a crear nuevas exportaciones para generar divisas. Es una propuesta cínica, por decir lo menos, cuando al productor particular venezolano se le ha acorralado por más de 10 años, con un control cambiario que no tiene fines económicos sino políticos, tal como lo confesara una vez el hoy vicepresidente de la república, Aristóbulo Istúriz.
La empresa privada enfrenta actualmente la caída dramática de su capacidad de producción, ante la no entrega de divisas y la alegre agricultura de puerto que se generó con el fabuloso ingreso de petrodólares, que permitía comprar todo afuera y venderlo a precios inferiores al costo de producción en Venezuela.
Ahora, cuando estamos a punto de que el petróleo se venda por debajo de su costo de producción, nos damos cuenta de que hay que generar divisas. Tarde piaron. Suponiendo que fuera buena la intención de proclamar a los cuatro vientos el deseo de generar nuevas exportaciones, eso lleva tiempo y dinero en el estado actual de las cosas. No disponemos ni de uno ni de otro.
Otro “motor” nos sorprende con el nombre de “Economía comunal, social y socialista”. Volvemos otra vez al problema de los apellidos. El problema, sí, es la economía. “La economía, estúpido”, gritó alguna vez Bill Clinton, el expresidente de Estados Unidos, en medio de una campaña presidencial. Ahora, que esa economía sea comunal, social, y socialista… ¿Con qué se come eso?
Porque volviendo a la colección de frases célebres de políticos del mundo, el célebre socialista chino Den Xiaoping dijo alguna vez: “No importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”.
Es decir, hasta un gato rojo aplaudiríamos, si hiciera bien su trabajo. Pero apellidar con coletillas ideológicas trasnochadas a la economía, nos dice que estamos muy lejos de tomar el rumbo que pueda permitir realmente nuestra recuperación.
Este nuevo desliz, entre tantos que hemos visto en estos días, es pariente directo del ministerio de “Economía Productiva”, cuyo primer encargado duró un tiempo brevísimo en el cual demostró no tener idea de por dónde empezar, más allá de traer una colección de prejuicios que pueden sonar muy bien en algunas aulas de clase; pero que ruedan aparatosamente por el suelo apenas se intentan llevar a la práctica en una economía real. Por supuesto, toda economía debe ser productiva.
En caso contrario, no es economía.
Habrá que ver cuánta responsabilidad tienen aquellos motores primigenios de hace una década en lo que hoy padecemos. Desde hace mucho tiempo se nos lanzó por el rumbo equivocado; pero la sobreabundancia de recursos petroleros servía para echar tierra sobre los errores. Hoy ese artilugio ya no existe y nos encaramos sin anestesia a la realidad más dura de la historia de Venezuela.
En resumen, el tiempo de adornar políticas erradas con palabras bonitas, pasó hace rato. Hoy sí es verdad que el emperador está desnudo ante las penurias que padece la gente día a día en la calle.
Con motores no se solucionan las cosas, por muchos que sean. Recordemos las potentes máquinas que llevaron al Titanic a toda velocidad a su encuentro fatal con el iceberg que lo hundió.