El desgobierno de Nicolás Maduro implica el continuismo de acciones y omisiones que están destruyendo a Venezuela
Vamos por partes. De que estamos atrapados, estamos atrapados. Me refiero tanto a Venezuela como al conjunto de los venezolanos.
Atrapados en una crisis que entra en los terrenos de crisis humanitaria, y por causa de una hegemonía despótica y depredadora que se resiste a ceder ni una pizca de poder efectivo, y cuyo principal vocero, Nicolás Maduro, proclama que nadie lo sacará de Miraflores.
¿Pero estamos atrapados sin salida? Naturalmente que no. Naturalmente que sí hay salida.
A ésta no se la quiere ver con suficiente claridad, a pesar de los llamados de tanta gente razonable que, como Luis Ugalde, plantean con todas sus letras que “lo más sensato parece ser la pronta renuncia de Maduro -voluntaria o inducida–, para caminar juntos con bases políticas y constitucionales hacia el éxito: del actual empobrecimiento masivo y corrupción a la superación de la pobreza en democracia social y con economía de mercado, dentro del bien común y la Constitución”…
La cita es larga porque es necesaria: el padre Ugalde propone una salida para salir del entrampamiento. Una que no va a caer de las nubes ni se producirá por ósmosis, sino que debe ser conquistada por la presión social y política de la población venezolana.
Que no sólo está en su derecho constitucional de hacerlo, sino en su deber patriótico y también constitucional. Y ello porque el continuismo del desgobierno de Maduro implica, a su vez, el continuismo de las acciones y omisiones que están destruyendo a Venezuela.
No nos confundamos ni nos dejemos confundir por influencias internas o externas: la salida de Maduro y sus colaboradores es un requisito indispensable para que pueda abrirse un camino de cambio constructivo. Y esta salida no debería supeditarse a trabajosos procesos jurídicos, cuya eventual eficacia está seriamente en entredicho.
La renuncia es una vía plenamente constitucional, que no debe ser descartada con el argumento de que el potencial renunciante no lo quiere hacer. ¡Claro que no quiere! Y los grupos y carteles que se benefician de él, tampoco quieren… Sólo la creciente y fortalecida presión en la dirección de la renuncia puede lograr que se haga realidad.
Las llamadas condiciones objetivas, no pueden serlo más. Caos económico, caos social, numerosos signos de desintegración del orden público, configuración de escenarios de crisis humanitaria, parálisis gubernativa, corrupción rampante, rechazo cada más vez más intenso –más actitudinal, hacia Maduro y su establecimiento de poder. Habrá quienes no quieren ver esto. Pero eso no afecta en nada que ese agregado de dramas sea el panorama del presente, y con tendencia al deterioro.
Un dirigente político tan esmeradamente moderado como el gobernador de Lara, Henri Falcón, ha llegado a declarar que el país se encuentra ante una gran explosión social o una guerra civil. Son éstas palabras mayores. Pero no son irreales.
Es evidente que una crisis de la magnitud de la venezolana, sin que se haga nada eficaz desde el poder para encararla, puede conllevar a situaciones todavía más devastadoras de las que ya se padecen. Y sería una irresponsabilidad máxima, o algo peor, que no hiciéramos todo lo que la lucha democrática permite –y exige, para salir adelante. No, no estamos atrapados sin salida…
Fernando Luis Egaña