Fernando Azpúrua demuestra por qué ganó el primer premio del Festival de Jóvenes Directores del Teatro Trasnocho
Hace temporada en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural, el director Fernando Azpúrua (Caracas, 1990), convertido en auténtico autor escénico, con su montaje de “Los amantes inconstantes”, basado en el texto “La doble constancia” (1723) de Pierre de Marivaux (París, 1688/1763).
Su tema central es la fragilidad o vulnerabilidad de las relaciones amorosas; tratado, para este siglo XXI, en tono y ritmo de comedia musical, con una propuesta singular y adaptada a la vida contemporánea, específicamente dentro de la diversidad sexual, lo cual sumerge al espectador en la historia de Silvio. Éste es raptado por el príncipe para jurarle su amor. Conseguirlo no le será tan fácil, ya que Silvio está profundamente enamorado de Alejandro. Es entonces cuando ciertos personajes del palacio deciden conspirar para hacer los deseos del príncipe realidad, para terminar demostrando cómo a través de sus inconstancias todos se entregan a las pasiones y abandonan las más puras promesas. Un espectáculo donde el amor es visto en su más profunda esencia en contraposición con la falta de constancia en las relaciones de pareja y su fragilidad.
Algo más que definiciones
Para disfrutar esta comedia dramática, el espectador debe revisar las definiciones que tiene sobre el amor, basándose en la teoría y en la práctica. Hay que despojarse de todos los prejuicios inculcados sobre el género y asistir así a una divertida representación de la comedia musical “Los amantes inconstantes”, ambiciosa creación de Azpúrua que ganó, precisamente, el Segundo Festival de Jóvenes Directores del Trasnocho.
Azpúrua metió mano a la historia de tres mujeres y tres varones que hacen un juego romántico para no aburrirse en un palacio de la Francia del siglo XVIII, como lo propone Marivaux, y los lleva a una especie de cabaret con fantástica pasarela, del siglo XXI, donde seis hombres (las damas cambian sus sexos, porque así lo quiso el versionista-director ) tratan de demostrar que el amor es una fantasía que los humanos se inventan para distraerse en sus vidas, con lo cual pretenden demostrarse que ese sentimiento es una necedad y que no se debe tomar nunca en serio, porque los seres amados son caprichosos y, además, peligrosamente inconstantes.
Estamos seguros que este experimento escénico le permitirá al más interesado espectador actualizar sus conocimientos amatorios o le quedará la espina de la duda o con muchas preguntas, como recomendaba Isaac Chocrón a quienes se atrevían a disfrutar de algunas de sus piezas teatrales, como “La revolución”, “La máxima felicidad” o “Escrito y sellado”, para citar sus más conspicuas creaciones.
Así se enseña cómo el poder y el dinero conspiran contra el amor tradicional, donde el sexo es otra moneda de cambio, y todo se limita a una ceremonia de 90 minutos donde sus ambiguos personajes -felizmente encarnados por Oswaldo Maccio, Carlos Díaz, Javier Figuera, Juan Bautista, David Colmenares y Saúl Mendoza- salen todos del mismo hueco y exponen, con desparpajo, sus inseguridades y sus inconstancias junto a sus nunca satisfechos deseos. Y para que todo se tome en fiesta, o en broma, el ritmo y los cuadros son musicales, donde se interpretan temas como Hotel California o Angie de los Rolling Stones. Ahí, de nuevo, la chequera mata al amor o al galán o al enamorado ser humano y obliga a cambiar no solo de cama.
Azpúrua quiso hacer así este desopilante espectáculo y dedicárselo la comunidad LGTBI y al público heterosexual para que con sus respectivos y cuidadosos códigos culturales hicieran consabidas comparaciones y sacaran conclusiones sobre la falsedad que está presente en las relaciones amorosas, siempre. Al mostrar una comedia con personajes del mismo se invita al espectador a un distanciamiento para que más allá de lo visual logre internalizar las situaciones románticas y todas las trampas que la sociedad del consumo le impone a las parejas.
Véala este fin de semana, porque después no se sabe si podrá. Y emita su opinión. Lo único que advierto es que ya camina y predica un director de teatro para este siglo, un director, que, como lo pedía Carlos Giménez, no es un director de tránsito, sino un autor escénico, como debe serlo todo aquel que pretenda ser creativo. Es un director de la talla de Orlando Arocha… pero más joven y en crecimiento. Es la ley de vida y ojalá haya más como él en esta tierra de gracia, tan necesitada de creadores.
“Ahí, de nuevo, la chequera mata al amor o al galán o al enamorado ser humano y obliga a cambiar no solo de cama…”