Es fácil perderse en los espejismos del aplauso obligado, de la imagen pública forjada a contrapelo de la verdad, de la supuesta “simpatía del pueblo” casi siempre obtenida mediante coimas o amenazas
Una de las más importantes virtudes que debe tener todo ser humano es la de saber cuándo debe retirarse, cuándo toca dejar el camino libre a los demás.
Sea que se trate de una responsabilidad cualquiera o hasta de nuestra vida personal, saber cuándo corresponde apartarse y saber discernir cuándo somos más un obstáculo que una ayuda, es indispensable.
Conocer nuestras limitaciones es verdaderamente un signo de sabiduría. Pero no todos tienen estas virtudes, mucho menos cuando están en el poder.
Es fácil perderse en los espejismos del aplauso obligado, de la imagen pública forjada a contrapelo de la verdad, de la supuesta “simpatía del pueblo” casi siempre obtenida mediante coimas o amenazas, y de las falsas adulancias, sobre todo cuando se tienen pocas luces. Maduro, definitivamente, está perdido en ese laberinto, y ello le impide darse cuenta de que su tiempo ya pasó. Si yo fuera él, estaría pensando seriamente en poner el cargo a la orden del pueblo.
Maduro y su mentor tenían que estar conscientes de sus graves limitaciones de cara al inmenso reto que tenían por delante, que no era otro que el de preservar lo que sea que los oficialistas entiendan por el “legado” de Chávez sin perderse en el camino, pero había mucho más: debía Maduro abrir puertas, y rejas, que Chávez había mantenido cerradas, tenía que huir del estigma del persecutor, tenía que entender que el carisma, a diferencia de las consecuencias de los errores políticos, no se hereda y debía mostrarse como un líder distinto de su predecesor.
Tuvo la oportunidad histórica de ser diferente, de enrumbar al país hacia el progreso, de pasar a la historia como el hombre que sí sabría conjugar los anhelos y sueños de muchos, de los que creyeron con buena fe en la “revolución”, con el pragmatismo político y económico, no siempre populares, y el talante democrático que jamás tuvo Chávez. Pero perdió su tren, y hoy todos pagamos las consecuencias.
Las razones por las que Maduro se aferra aún al poder solo él las conoce.
Elucubro que, más allá del humano egoísmo, quizás no renuncia de una vez porque está convencido de que su manifiesta y generalizada impopularidad es “momentánea” y no depende de sus evidentes carencias como líder ni de sus graves errores, sino de toda esa sarta de argumentos falaces, como el de la supuesta “guerra económica”, que él mismo y muchos de sus voceros repiten como loros.
La cosa es que un Presidente no puede darse el lujo de vivir al margen del país que gobierna, de su realidad, de su verdad. Un Presidente serio debe saber cuál es el mensaje claro que le está enviando el pueblo y no puede dejarse encandilar por ningún intermediario entre él y la situación real del país.
También puede que no se anime a dejar el camino libre a los demás porque es un preso de sus propias responsabilidades, que ya no podrá evadir haga lo que haga, o de quienes, en sus propias filas, nunca le han visto sino como una herramienta para seguir raspando de la olla lo que puedan raspar, mientras quede.
Si esto es así, no tenemos entonces un Presidente, lo que tenemos es un títere, una impostura, una intolerable farsa que cada día suma rojo a su deuda y a la nuestra.
No hay “revolución” que valga un solo niño muerto porque el gobierno inepto sea la causa de que no haya medicinas. No hay “legado” que valga las lágrimas de las madres que lloran todos los días la pérdida de sus hijos a manos del hampa ni hay “proceso” que se sostenga a costa de las angustias de los padres que no pueden llevar la comida a la mesa.
Esa es nuestra realidad. Por eso, si yo fuera usted, Maduro, dejaría la presidencia de inmediato. Ya usted le falló al país, al pueblo y también a su mentor.
Cada día que pasa usted en Miraflores es un día más que Venezuela pierde para el inicio de su impostergable reconstrucción.
Esas piedras van directo a su morral. Usted decide si las carga o no, esa es su cruz, pero también es la nuestra. Por eso, si yo fuera usted…
EPÍGRAFE
“No hay ‘legado’ que valga las lágrimas de las madres que lloran todos los días la pérdida de sus hijos a manos del hampa ni hay ‘proceso’ que se sostenga a costa de las angustias de los padres que no pueden llevar la comida a la mesa…”