En Caracas y algunas zonas de la provincia, ya tenemos zonas liberadas, donde el hampa impone públicos toques de queda, sin que el gobierno se dé por enterado
Noel Álvarez
@alvareznv
La descomposición social y la crisis de gobernabilidad se perciben a simple vista. Cuando uno sale a la calle, se puede topar con alguna de estas situaciones o con todas a la vez: aceras sucias y malolientes; borrachitos y mendigos durmiendo en cualquier parte; personas haciendo necesidades fisiológicas sin ningún pudor; otras ubicadas en los semáforos esperando el cambio de luz para hacer malabares, acompañados de algunos discapacitados; madres con niños en situación de abandono; ancianos que parecieran no poder sostenerse en pie, todos buscando ser premiados con dinero por los conductores.
En las cárceles ya no manda el gobierno, ahora lo hacen los pranes, quienes emulando la figura de los señores feudales, gobiernan en sus feudos administrándolos casi como una empresa privada. Allí se consiguen productos de primera necesidad, cual si de lujosos supermercados se tratara. En esos centros, eufemísticamente llamados “centros correccionales”, celebran mejores fiestas que las ofrecidas en los más selectos locales del país. Desde las prisiones, las bandas coordinan secuestros, enfrían carros robados, expenden a la vista todo tipo de drogas, portan mejores armas que las policías y hasta lenocinios públicos mantienen.
El país se convirtió en un caos. No estamos seguros a ninguna hora del día o de la noche, porque te pueden asaltar saliendo de tu casa, caminando hacia la parada del microbús, dentro de la camionetica y, para colmo, ni siquiera dentro de los vagones del Metro de Caracas uno se encuentra a salvo. Los policías nunca están cuando se necesitan y si los encuentra, le puede pasar lo que a un amigo a quien acababan de atracar. El policía le dijo: “¿Tú como que estás loco, quieres que me arriesgue a que me den un tiro?” En Caracas y algunas zonas de la provincia, ya tenemos zonas liberadas, donde el hampa impone públicos toques de queda, sin que el gobierno se dé por enterado.
Algunas personas me preguntan que si no tengo miedo de escribir y de decir públicamente lo que siempre digo, les respondo que no solamente tengo miedo, estoy aterrado por lo que está pasando. Un frío terrible me recorre la espalda cada vez que mis hijos me dicen que saldrán de noche o llegarán tarde. Como buen católico, la única alternativa que encuentro es encomendarlos a Dios para que los proteja. ¡Claro que tengo miedo! Pero más miedo tengo que la cobardía nos lleve a perder nuestro país. Por eso trabajo todos los días, sin pensar en cargos ni prebendas, solo para ayudar a que, constitucionalmente, esta pesadilla acabe. ¡Que Dios nos bendiga y proteja a todos los venezolanos!