El proyecto político oficialista ha hecho uso del hampa como arma política, como instrumento de control social, como mecanismo para desmovilizar a la ciudadanía, para aterrorizar al pueblo y hacerlo así mas fácil de oprimir y dominar
¿Será casual que el gobierno haya utilizado los servicios de un “pran” llamado “El Gordo Bayón” para que despachara desde Miraflores como “asesor laboral” del oficialismo en la discusión del contrato colectivo de Sidor? ¿Será casual que los pranes hayan logrado tanto poder como para paralizar ciudades completas (Maracay, Porlamar, Cumaná, Guiria, etc) cuando les da la gana? ¿Será casual que en la propia capital de la república los pranes ejerzan hoy control territorial sobre toda la cordillera de cerros que empieza en La Vega, sigue por la Cota 905, continúa por El Cementerio y termina en El Valle, dividiendo la ciudad en dos? ¿Es todo esto simple “casualidad”, mera “coincidencia”?
De los “buenandros” al “camarada pran”…
No, no lo es. Pero tampoco es esta situación producto solo de la ineficiencia del gobierno en el combate al hampa. La realidad es mucho más grave: Esto es resultado de que el proyecto político oficialista ha hecho uso del hampa como arma política, como instrumento de control social, como mecanismo para desmovilizar a la ciudadanía, para aterrorizar al pueblo y hacerlo así mas fácil de oprimir y dominar. Por considerarlo de altísimo interés público (y tras recibir la debida autorización de su autor, el joven economista venezolano Daniel Lansberg Rodríguez, @Dlansberg en twitter) comparto el artículo “La delincuencia como arma política”, publicado originalmente hace casi cuatro años, el jueves 23 de agosto de 2012, en “El Universal”:
Un texto indispensable:
“En agosto de 1988, el gobierno militar de Birmania (hoy Myanmar), uno de los regímenes más represivos del mundo, parecía estar al borde del colapso. Un movimiento estudiantil democrático basado en la Universidad de Rangún, la capital, había impulsado a cientos de miles de ciudadanos a tomar la calle. Desesperados, las autoridades arremetieron contra los manifestantes de manera salvaje, matando o hiriendo a miles. Pero para el pueblo birmano cada represión solo reforzaba la importancia de su lucha y las protestas crecían…
Durante dos semanas, el gobierno intentó fútilmente dispersar a esta gran muchedumbre hasta que un día las Fuerzas Armadas y la policía abandonaron sin explicación las calles y se encerraron en sus cuarteles. El mundo esperaba con anticipación la inevitable capitulación del régimen y por primera vez desde 1962 los ciudadanos de Birmania experimentaron lo que era sentirse libres.
Pero esta historia no tiene un buen final. Justo después de haber retirado su presencia de la calle, el Gobierno anunció una amnistía general y vaciaron las cárceles. Por todas partes de la nación, una multitud de matones, ladrones, violadores y saqueadores fueron liberados; echados simultáneamente a la calle sin comida, sin dinero y sin previo aviso.
En ausencia de autoridad estatal, esta manada de expresidarios hizo de la capital una orgía de saqueo, asesinato y violencia en menos de una semana.
Miles abandonaron las manifestaciones para proteger a sus familias y propiedades; y cuando, tras tres semanas viviendo en lo que el filósofo inglés Tomas Hobbes llamaría «un estado de naturaleza”, las fuerzas del Gobierno por fin reaparecieron pocos birmanos resistieron.
Sin el apoyo de las multitudes o la superioridad numérica con la cual habían contado anteriormente, el resultado era inevitable. Los que insistieron en quedarse hasta el final, en su mayoría líderes estudiantiles, fueron fácilmente superados, detenidos o masacrados; teniendo como resultado el que, hasta hoy, el mismo régimen continúa al mandato de Birmania.
La Pirámide de Maslow, conocido diagrama comúnmente demostrado en cursos de introducción a la política, psicología y administración, organiza a las necesidades humanas dentro de una estructura jerárquica. Según la teoría, cuando las necesidades básicas al pie de su pirámide (comida, seguridad, sueño y sexo) están en riesgo de no ser satisfechas, los humanos perdemos el interés en las necesidades que se encuentran en la cima (como afiliación, libertad y autorrealización).
Al final lo que lograron los generales, fue crear circunstancias en las cuales los beneficios que prometía la democracia, perdían importancia para la mayoría de la población al depravarlos de su seguridad personal.
Mientras que la anarquía que ahogó al impulso democrático en Birmania duró apenas tres semanas, Venezuela ya lleva años en ‘un estado de naturaleza’. Encuesta tras encuesta nos dice que el venezolano le da más importancia al tema de seguridad que a cualquier otro. Nuestros líderes se benefician con un pueblo atemorizado, limitado en sus sueños de obtener algo mejor y resignado a vivir sin ser libre.
La crisis de violencia y anarquía en este país es sin precedente y son pocos los venezolanos cuyas vidas no hayan sido íntimamente afectadas por un secuestro, un robo o un asesinato.
Al relatar estas historias a personas de otras nacionalidades la reacción siempre es la misma: primero incredulidad, seguida de inmediato por un aluvión de preguntas; pero entre amigos y parientes venezolanos se trata de esperar pacientemente que el otro termine, para contar de nuestros propios encuentros con el hampa.
Eso no es normal. Si existieran unas olimpiadas internacionales de delito armado, seríamos una superpotencia en medallas, y obviamente es natural sentirnos profundamente afectados.
Pero la lección del fracaso del movimiento democrático en Birmania es que una sociedad que solo le da prioridad a la base de la pirámide, puede pasar por alto otras necesidades que, aunque parezcan menos inmediatas, son igualmente importantes, de hecho son las que nos hacen humanos.
Tras catorce años de quinta república, ya sabemos lo que podemos esperar del gobierno actual con respecto las necesidades básicas; del posible gobierno de oposición aún no sabemos. Visto así, escoger por quién votar es cuestión de decidir cuál paquete de promesas resulta más creíble.
Pero en lo que se trata de la autorrealización: de mantener tus propias opiniones sin ser relegado a ciudadano de segunda; de escoger una carrera, una filosofía o un camino basado en tus aspiraciones y no en las preferencias del Estado; de poder hacer (o no hacer) lo que quieras con lo tuyo; de ser creativo sin temor; de vender lo que siembres o construyas o diseñes por lo que tú crees que vale… Si nos atrevemos mirar hacia la cima de la pirámide, la decisión está clara”.
Políticos presos y malandros libres
Tras revisar este texto de 2012, ahora los venezolanos sabemos por qué este gobierno cedió al hampa primero el control de las cárceles y luego el control de extensas zonas del país conocidas en la jerga oficial como “zonas de paz”. Ahora los venezolanos sabemos por qué este gobierno desarmó a los policías y permitió que el hampa hoy tenga fusiles de asalto, granadas y hasta bazucas.
Ahora podemos explicarnos por qué este régimen se vuelve histérico con una Ley de Amnistía y Reconciliación que le dará libertad a muchos venezolanos que no han cometido delito alguno y que están presos solo por sostener criterios distintos a los del gobierno, al mismo tiempo que sujetos como “El Picure” y “El Topo” no sólo están libres, sino que imponen su “ley”.
Ahora sabemos por qué tenemos un poder judicial ineficiente frente a los asesinos y ladrones, pero muy “eficiente” para sabotear el trabajo de la Asamblea Nacional democrática y autónoma.
Pero también sabemos una cosa: que para sacar a los malandros de las calles primero hay que sacarlos del poder. ¡Pa’lante, que falta menos!
“Si existieran unas olimpiadas internacionales de delito armado, seríamos una superpotencia en medallas…”