La gira de Obama a Cuba y Argentina representa una apertura positiva hacia el continente, realizada por el presidente más progresista que ha tenido Estados Unidos
Está en el interés de Washington que todos los países de la región hagan parte de su dispositivo geopolítico. Nada de extraño o novedoso. En el caso de Cuba, pudiera ser un objetivo, pero a largo plazo, ya que se parte de una situación de separación absoluta que no facilita alcanzar esa meta, aunque está claro que ya no existen las razones de la guerra fría para que no haya relaciones normales entre los dos países. Es lo que Barack Obama ha comprendido.
El caso del resto de los países del continente es distinto. Durante toda la guerra fría hicieron parte del dispositivo estadounidense y solo recientemente algunos de ellos se han venido distanciando. Unos de modo más pronunciado, como Venezuela, otros de forma menos marcada, como Brasil o Uruguay. Obviamente, el objetivo estadounidense es revertir esa separación con prontitud y meter todos esos estados en su redil. Estas circunstancias conforman la dimensión internacional del conflicto venezolano, que tiene, por supuesto, su propia dinámica interna con la que se entrelaza.
Ahora bien, en la élite dirigente estadounidense existen diferentes tendencias y corrientes con relación a los métodos para alcanzar ese objetivo. Hay radicales y hay moderados. Como se sabe, Obama se guía por lo que se denomina “paciencia estratégica”, y se inclina más por intervenciones de “baja intensidad” que por incursiones armadas.
La gira de Obama a Cuba y Argentina representa una apertura positiva hacia el continente, realizada por el presidente más progresista que ha tenido Estados Unidos. Sin embargo, no puede concluirse que se haya producido un cambio de fondo en los objetivos geoestratégicos de ese país en el hemisferio.
En consecuencia, ya que el objetivo estratégico esencial de Washington no ha variado, es de esperarse que sobre Venezuela sigan ejecutándose diferentes acciones de intimidación y presión. Las modalidades de intervención de “baja intensidad” no son un simple saludo a la bandera, sino actuaciones al margen de las normas que regulan las relaciones entre países y buscan efectos concretos para obligar a un Estado a someterse a las decisiones de otro Estado.
En realidad, el viaje de Obama no ha modificado en lo sustancial el cuadro de las relaciones de Latinoamérica y el Caribe con Estados Unidos, puesto que todavía está pendiente el diseño de nuevas formas de cooperación entre las dos partes del continente, con base en el respeto mutuo y en términos distintos al de una integración subordinada. Mientras, el pulso continúa.
Leopoldo Puchi