El periodista Alí Lameda sufrió un atroz encarcelamiento al ser acusado de “espía del imperio norteamericano”, solo por escribir cartas a sus familiares, en las cuales señalaba la pobreza y las carencias del pueblo de Corea del Norte
Todos nos quejamos. Que si la inflación, la escasez, el desabastecimiento, las colas para comprar comida, o sencillamente “que no nos alcanzan los reales”. Lo que no nos damos cuenta es que quejarse es un derecho que no es permitido en algunos sistemas políticos del mundo, en especial en el comunista.
Así lo aprendió Alí Lameda, ilustre poeta y periodista venezolano, quien vivió en carne propia las absurdas condenas de quienes, en medio de una revolución, castigan a quienes piensan distinto o se atreven a criticar al “Líder Supremo”.
Nacido en San Francisco, un pequeño pueblo del estado Lara, este personaje es considerado por muchos uno de los más grandes poetas venezolanos. Lamentablemente hoy no hablaremos de sus obras, sino de los siete años de encarcelamiento y torturas que sufrió, víctima del régimen de Kim Il Sung, abuelo del actual dictador que preside la República de Corea del Norte.
Su historia
Desde muy joven se identificó con ideas revolucionarias de la izquierda, uniéndose a intelectuales de la época que difundían las teorías marxistas. En su carácter de militante comunista viajó por varios países de Europa, buscando quizás una propuesta estable que finalmente llegaría en 1965, año en el que recibió una oferta laboral para trabajar en el Departamento de Publicaciones Extranjeras del gobierno de Corea del Norte. Su labor principal era traducir al castellano los discursos del “Líder Supremo” o “Presidente Eterno”, como le llamaban, a Kim Il Sung.
Felicidad efímera
Comprometido y feliz con lo que hacía, según consta en las cartas que hacía llegar a sus familiares, cuenta que hasta un apartamento, carro y chofer le asignaron, sin presagiar por un instante el duro momento que le venía.
Este guaro, como buen periodista, era una persona observadora y muy crítica de las injusticias sociales. En consecuencia, la inmensa pobreza y las carencias en las cuales estaban sumidos los habitantes de Corea del Norte no le pasaron desapercibidas. Además, ese no era ese el comunismo que él predicaba, situación que hacía saber a sus familiares en cartas privadas, sin saber que todas ellas eran leídas por el servicio secreto coreano.
Poco tiempo pasó para que este humilde socialista -cuyo único crimen fue criticar las injusticias del sistema comunista- fuera arrestado por ser, según se le acusó, “un agente infiltrado de la CIA”. Vale la pena resaltar que en esa época, al igual que ahora, como lo ratificó la Organización de Naciones Unidas (ONU), “las fuerzas de seguridad de Corea del Norte recurren sistemáticamente a la violencia y a castigos, con el fin de crear un clima de terror que evite todo posible cuestionamiento del sistema actual de gobierno y de la ideología en la que se basa”.
Comienza el calvario
Fue allí cuando comenzó el verdadero calvario de Lameda, resumido a siete años de privación de libertad en campos de concentración y prisiones del gobierno norcoreano.
Al principio no hubo cargos formales, pero se le confinó a una pequeña celda de 2 metros por 1 en el Ministerio del Interior, donde sería sometido, como es usual en esos sistemas “humanistas”, a largos e intimidantes interrogatorios.
Un año después, con la alegría tísica de salir de aquellos maltratos, se le otorgó una medida de arresto domiciliario, disposición que duró solo dos meses, pues pasado ese tiempo se lo llevaron preso nuevamente, a pesar del delicado estado de salud (perdió 22 kilos) que le había dejado su primer año de encarcelamiento.
La sentencia
Encontrado culpable, fue sentenciado a 20 años de trabajos forzados en un campo de concentración de Sariwon, ensamblando partes de “jeeps” que el gobierno utilizaba en jornadas de 12 horas. Nunca le permitieron tener un libro, mucho menos papel o un lápiz para escribir.
La comida diaria que recibía, por demás insuficiente, consistía en una porción pequeña de sopa y un puñado de arroz. Para matar el tiempo, y quizás para no volverse loco, compuso sonetos que repetía continuamente, ya que no podía escribirlos por no contar con los implementos mínimos necesarios. De esta forma memorizó “El viajero enlutado”, una obra que contiene más de un centenar de sonetos.
Ubicación y libertad
La familia, preocupada por no tener noticias de él (ya no recibían las habituales cartas) se enteraron de su situación por Carlos Díaz Sosa, esposo de Nelly Lameda, hermana de Alí, quien recibió una carta de un amigo que le contaba haber leído en medios latinoamericanos de Europa sobre el encarcelamiento al que estaba siendo sometido el “peligroso” escritor.
No fue sino hasta el 27 septiembre de 1974, cuando Alí Lameda salió finalmente en libertad, la democracia venezolana había logrado su cometido al exigir a Corea del Norte liberar al “venezolano que tenían preso” como condición no negociable para establecer relaciones diplomáticas con Venezuela.
Una vez recuperado, por lo menos físicamente, le concede a su cuñado periodista, Carlos Díaz Sosa, sus únicas declaraciones sobre lo sucedido. En ellas, publicadas en el diario El Nacional el 20 de abril de 1975, reveló que había sido “víctima indirecta de la decisión del Partido Comunista de Venezuela (PCV) de ir a la pacificación y renunciar a la vía de las armas”, opción criticada por los partidos comunistas de Cuba, Corea y Albania, que acusaban al PCV de traidores y de haber vendido a la revolución venezolana. Su prisión había sido, según sus propias palabras, “una manera de cobrarse esa medida al PCV”.
Lameda falleció en Caracas el 30 de noviembre de 1995, pero años después se mantienen vigentes las críticas hacia los encarcelamientos y torturas que alguien pueda sufrir solo por tener creencias distintas a quienes ostentan el poder en un momento determinado de la historia de cualquier país.
Emilio Materán
@elsabonin