No basta con vanagloriarse de haber protagonizado esos hechos históricos, lo más importante es ser consecuentes todos los días de nuestra vida pública y privada
Estos días de abril, al igual que los de febrero, en Venezuela conmemoramos que, en distintas etapas de nuestra historia, hemos ejercido el supremo derecho humano a la Rebelión contra diversas formas de tiranía.
A nuestra generación le ha tocado ser testigo o partícipe de las rebeliones del 27 de febrero de 1989, del 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992 y del 13 de abril de 2002. Ahora bien, no solo basta con vanagloriarse de haber protagonizado esos hechos históricos, lo más importante es ser consecuentes todos los días de nuestra vida pública y privada, con el espíritu de honestidad, coraje, valentía y desprendimiento que practicamos en aquellas horas. Eso es lo que cuenta.
Una nueva rebelión popular comienza a gestarse desde la resistencia a la amenaza de restauración capitalista que significa el sabotaje económico; la mayoría opositora en la Asamblea Nacional y la agresión imperialista. Sin embargo, es necesario alertar que hay amenazas más sutiles y más letales de restauración de la dominación. Una de ellas es la corrupción, cuyo fin último es hacerse rico.
El enriquecimiento ilícito y grosero es una peligrosa forma de reproducción de los antivalores del egoísmo y la soberbia, contrarios a los valores cristianos y socialistas de la solidaridad y la humildad. Es, además, un instrumento para la desmoralización de los pueblos que están haciendo revolución.
Los incesantes llamados del comandante Chávez y ahora del presidente Nicolas Maduro, convocando al combate contra este flagelo, no han sido lo suficientemente acompañados. Sin embargo, no podemos negar lo que se ha hecho en estos años de revolución. Por primera vez en Venezuela hemos visto gobernadores, generales, burócratas y diputados enjuiciados o encarcelados por enriquecerse a costa del esfuerzo de nuestro pueblo.
Pero hace falta mucho más y no solo es una tarea del Estado, es fundamentalmente una tarea de cada revolucionario y revolucionaria, rebelarnos contra:
-La rosca de empresarios de maletín, corredores de seguros, financieros y cambiarios que se enriquecen de manera grosera, estafando a las instituciones del Estado y que sirven igual de testaferros a burócratas de distinto nivel que a dirigentes de la oposición.
-Contra el ‘neorriquismo’ que exhiben de manera impúdica quienes se han lucrado de manera ilícita, a costa de los mejores esfuerzos de la revolución bolivariana para lograr la prosperidad de nuestro pueblo.
-Contra la red de extorsionistas que se ha instalado en casi todas las estructuras de prestación de bienes y servicios, públicas y privadas, privatizando en la práctica lo que son derechos subsidiados o gratuitos, garantizados por la revolución a nuestro pueblo.
-Contra la explotación de pueblo contra pueblo a través del bachaquerismo, la extorsión criminal y la desviación de los recursos del poder popular.
La rebelión más importante es la espiritual y la tenemos que hacer en cada uno de nosotros contra los antivalores que generan el ansia de riqueza y poder material. La lucha contra el enriquecimiento ilícito de funcionarios siempre debe hacerse con ponderación y justicia, evitando las cacerías de brujas que terminan desmoralizando a toda la sociedad. Debe hacerse siempre teniendo en cuenta que la primera gran fuente de este mal es el capitalismo.
No debemos olvidar nunca que la lucha contra la corrupción la libramos en un contexto donde los padres de esa contracultura presumen ahora de ser un dechado de honestidad y tienen como objetivo destruir el liderazgo moral de la revolución. No son los Ismael García, Ramos Allup, Capriles, López o Rosales los que nos van a interpelar y a dar lecciones de moralidad a nosotros los revolucionarios.
Somos nosotros mismos los que tenemos que rebelarnos contra este fenómeno contrarrevolucionario. Yo aspiro, más temprano que tarde, que se realice un Congreso del PSUV, para discutir y decidir sobre formas de combatirlo y establecer nuevos referentes en el marco de una ética cristiana, bolivariana, socialista y chavista que anime, sobre todo a nuestra juventud, a seguir construyendo una cultura del trabajo y un modo modesto de vivir bien.
“No debemos olvidar nunca que la lucha contra la corrupción la libramos en un contexto donde los padres de esa contracultura presumen ahora de ser un dechado de honestidad…”
Elías Jaua Milano