Todos hubiéramos querido que el crecimiento del gigante que tenemos al sur hubiera sido más orgánico y sustentable, para el bienestar de sus pobladores
La compleja situación del gobierno de Brasil pica y se extiende, crece como bola de nieve. Al momento de escribir esta nota, se tiene como una posibilidad cierta la destitución y enjuiciamiento de la presidenta Dilma Rousseff, por sonoros casos de corrupción.
¿Qué sucedió para que la heredera de Lula Da Silva esté a punto de salir por la puerta trasera de la historia de su país?
¿En qué momento se perdió la alegría colectiva que se había alcanzado en la vecina nación por el triunfo de Lula da Silva y posteriormente el de su sucesora?
Ciertamente, si retrocedemos unos cuantos años, la luna de miel de los brasileños con Lula parecía un jardín de rosas.
El país crecía, la clase media recibía a nuevos miembros, se robustecía el poder adquisitivo y la nación crecía; hasta lograba convertirse en sede de los mayores eventos deportivos, como el Mundial de Fútbol y las Olimpiadas.
Da Silva parecía estar haciendo lo que tenía que hacer: atraía inversiones, trabajaba en su marca-país, posicionaba el talento carioca en el mundo y, sobretodo, mantenía a sus ciudadanos contentos.
Sin embargo, el crecimiento de Brasil no fue lo suficientemente orgánico y no pudo alcanzar las coordenadas del desarrollo. En su contra jugó -y sigue jugando hoy- la enorme desigualdad que aquella sociedad alberga en su seno y que no pudo corregirse suficientemente.
Y sobre todo, jugó la corrupción. Los escándalos que hoy revientan, como el de Petrobrás, y que venían moviéndose desde hace años bajo la piel aparentemente próspera del lulismo-dilmismo.
Toda fiesta trae resaca. Se cantó victoria antes de tiempo y el aterrizaje es duro, la desilusión terrible y la gente pasa factura.
Lo que sucede es lamentable desde todo punto de vista. En primer lugar, porque todos hubiéramos querido que el crecimiento del gigante que tenemos al sur hubiera sido más orgánico y sustentable, para el bienestar de sus pobladores.
En segundo lugar, la estabilidad -o inestabilidad- económica y política de Brasil influye para bien o para mal en todo el continente, debido a las enormes dimensiones de esta nación.
Y también cae en lo lamentable, el hecho de que tanto Lula como Dilma y su Partido de los Trabajadores, trajeran una ilusión de llegar al poder cargada de idealismo, ganada a las causas más nobles y elevadas, que en el camino se contaminó con todas las perversiones, con las peores prácticas de lo que decían combatir.
¿Cómo serán los próximos días en la convulsionada tierra brasileña? Pues, no lucen fáciles.
La señora Rousseff tiene fama de tener un carácter duro y de no rendirse ante las dificultades. Fue legendaria su actuación durante la dictadura militar de los años 60 y 70, donde enfrentó cárcel y torturas. Habría que ver si puede más esta inclinación personal hacia la intransigencia o la certeza de que despejar el camino para salir de la crisis sería un gran favor para el porvenir de su patria.
Su suerte está en manos del Congreso, el cual se inclina inequívocamente a su salida. A pesar del personalismo y el populismo que ha caracterizado las administraciones Da Silva-Rousseff, las instituciones brasileñas gozan de buena salud. Y aunque siempre queda un margen de maniobra, habrá que ver qué sucede.
Uno de los protagonistas emergentes de esta interesante trama de intrigas es el vicepresidente Michael Temer, enfrentado a la mandataria y quien ya tiene montado un hipotético equipo de gobierno.
Otro de los hombres clave es el presidente del Senado, Renan Calheiros, quien luce como aliado de la primera magistrada y tiene en sus manos la potestad de jugar con los tiempos para acelerarlos o extenderlos.
Dilma apuesta porque la situación se prolongue para que se enfríe; mientras Temer prefiere apresurarse para surfear la ola del descontento popular en caliente, que se ha mostrado con impresionantes manifestaciones multitudinarias en las principales ciudades de Brasil.
Si Dilma es destituida y enfrenta un juicio, el señor Temer tomaría la presidencia con el peso de no ser un hombre carismático y que despierta escasas simpatías, aún entre los detractores de la Rousseff. En contrapartida, los mercados parecen confiar en él, ya que ha tendido puentes hacia especialistas en el área económica para enderezar el rumbo de trepidante decrecimiento que ha convertido al post-lulismo en un aterrizaje forzoso.
Otro factor a tener en cuenta es el partido de los Trabajadores, la robusta organización política que ha respaldado a Lula y Dilma. Si bien han obtenido un fracaso estrepitoso en su prueba de habilidad para gobernar; conservan su tradición de movilizaciones de calle y este puede ser un factor de cuidado si pasan a la oposición.
En el momento actual, todos los actores principales deben evitar el síndrome del elefante en la cristalería y actuar con la máxima prudencia, por el bien de Brasil y de todo el continente.
David Uzcátegui