Jesucristo dice en el evangelio de Juan, capítulo 8, versículo 29: “Porque el que me envió conmigo está, no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”.
El Señor, como Hijo de Dios, sabía que es necesario agradar al Padre Santo para demostrarle obediencia, adoración y reverencia.
Y así lo leemos en el Salmo 69:30-33 “Alabaré yo el nombre de Dios con cántico, lo exaltaré con alabanza. Y agradará a Jehová más que sacrificio de buey o becerro que tiene cuernos y pezuñas. Lo verán los oprimidos y se gozarán. Buscad a Dios y vivirá vuestro corazón….”.
El ser humano nace con la semilla del pecado, lo cual lo lleva a ser incrédulo y desobediente, olvidando que Dios ve el corazón y conoce nuestros pensamientos.
Esta situación es lo que tiene al hombre en un ambiente desagradable al Padre, lo cual se manifiesta en los procesos y pruebas que afrontamos cada día, pero cuyo fin es transformar nuestra vida.
Pablo nos recomienda. “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto racional, No os conforméis, a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”, versículos 1 y 2, de capítulo 12 de la Epístola a los Romanos.
Cuando seguimos las instrucciones de las Santas Escrituras, podemos estar seguros que todo lo que hagamos le agradará al Padre Celestial, a nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo, nuestro único Dios vivo y verdadero.
El cristianismo no es una religión, es entregar nuestra vida a Jesucristo y aceptarlo como nuestro Señor y Salvador.
Dios te bendiga y te guarde. Hasta el próximo encuentro con La Palabra de Dios
Lic. Beatriz Martínez (CNP 988)
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