Asesinatos crueles y muestras de vampirismo eran las pistas para cazar a este criminal. Kürten degollaba a sus víctimas, la mayoría de ellas niñas o mujeres jóvenes, a las que violaba brutalmente
Conocido como “El vampiro de Dusseldorf”, Peter Kürten es, probablemente, uno de los asesinos más sádicos y tristemente célebres en la historia del crimen. Fue declarado por los siquiatras “el rey de los pervertidos sexuales” y es considerado por muchos un auténtico monstruo que desde pequeño hasta su edad adulta, fue evolucionando en su camino a la maldad.
Peter Kürten nació en 1883, en la ciudad de Köln-Mulheim, Alemania. Vivió una infancia sobrecargada de violencia, pues sufrió toda clase de abusos en el cuarto donde vivía hacinado junto con sus padres y doce hermanos. Su padre era un brutal obrero alcohólico que violaba a su esposa y a sus propias hijas, por lo que terminó en prisión.
En 1895, Kürten se mudó junto con su familia a la ciudad de Düsseldorf. A los 14 años se fugó de su casa y se dedicó a vagar por pueblos cercanos, asaltando a las jóvenes que encontraba a su paso: las golpeaba, las violaba y las robaba.
A partir de 1900 fue arrestado en diversas ocasiones acusado de fraude, robo e intento de homicidio. En 1905 fue sentenciado por robo a siete años de cárcel, lapso en que Kürten se dedicó a envenenar a otros reclusos en el hospital de la prisión. Pero el verdadero monstruo que era Peter Kürten despertaría con su siguiente crimen.
El horror invade Dusseldorff
En el mes de mayo de 1913, Kürten se introdujo a un bar y en la parte de abajo, donde vivían los dueños del local, encontró dormida a la hija de los mismos, Christine KIeinde de trece años de edad. Kürten le tapó la boca con la mano y comenzó a cortarle la garganta, se inclinó sobre el cuello y bebió la sangre que brotaba de ella. Como un gesto de desafío, escribió con la sangre sus iniciales en un pañuelo antes de marcharse.
De aquí en adelante, el frenesí de Kürten por la sangre se desataría por completo. Consiguió un hacha y se dedicó a atacar a transeúntes por las calles de Düsseldorf en la noche. Experimentaba orgasmos al contemplar la sangre manando del cuerpo de sus víctimas. Lo capturaron y estuvo otros ocho años en prisión.
Fue liberado en 1921 y se mudó a Altenburg donde conoció a su futura esposa, una exprostituta recién liberada de la cárcel, donde había ingresado por dispararle a su novio. La joven rechazó su propuesta de matrimonio, pero accedió a la boda cuando Kürten la amenazó con matarla.
En 1925, Kürten regresó a Dusseldorf. De inmediato recomenzó su frenesí asesino. Asaltaba mujeres en la calle, las golpeaba y las violaba en callejones oscuros. Incendió granjas y graneros e incluso dos casas de la ciudad. Intentó estrangular a cinco jovencitas, a quienes dejó inconscientes y heridas.
Cambiaba constantemente su modus operandi para despistar a la policía, utilizaba diversas armas como martillos,
tijeras, sogas, hachas y cuchillos. A todas sus víctimas les causaba heridas cortantes y se bebía toda la sangre que podía antes de darse a la huída. Pronto la población de Dusseldorf entraría en pánico y empezaría a pedir justicia a la policía contra “el vampiro” que asolaba a la ciudad.
La policía buscó rápido un culpable y atrapó a un hombre trastornado mental que estaba de paso por la ciudad. El mismo declaró ser el asesino y fue enviado a un asilo. La población dio un suspiro de alivio …y Kürten también. El hombre volvió las andadas pero esta vez de forma más violenta. Finalmente, llegó su último crimen.
Kürten engañó a Maria Budlick, una empleada doméstica, para llevarla a Grafenberger Woods, un bosque de las cercanías. El malhechor estranguló a su víctima para agredirla sexualmente pero la dejó con vida después de experimentar el orgasmo. Al marcharse el asesino, Budlick acudió a la policía donde pudo dar información precisa sobre Kürten. Poco después, aparecía el retrato robot del hombre más buscado de Alemania.
Cuando se enteró por el periódico, Kürten ofreció a su esposa la posibilidad de delatarle a cambio de que ella cobre la recompensa. Así, el 24 de mayo de 1930, el vampiro de Dusseldorf se entregaba sin oposición. Todos los que lo conocían se sorprendieron ya que decían que era un gran trabajador, amigable con todos y cariñoso con los niños.
Kürten confesó sus delitos. El juicio dio inicio el 13 de abril de 1931 y finalizó ocho días después con la sentencia de muerte por medio de la guillotina. Fue encontrado culpable de nueve cargos de asesinato, aunque según Kürten fue responsable de 79 asaltos y por lo menos trece asesinatos.
El día de su muerte, el 2 de julio de 1931, Kürten de 48 años de edad, estaba tranquilo y le comentó al guardia que lo custodiaba su última gran ilusión:
“Dígame, cuando me hayan decapitado, ¿podré oír y sentir al menos un momento el torrente de mi propia sangre saliendo de mi cuello?”
Desde siempre
Desde niño, Kürten empezaba a mostrar síntomas de extrema maldad y disfrutaba del placer de torturar y matar animales. A los nueve años, empujó desde una balsa a un compañero de juegos, mientras estaban a orillas del río Rhin, otro chico saltó al agua para ayudar al primero, pero Kürten los golpeó en la cabeza, provocando que ambos se ahogaran. La policía investigó el caso, pero todo pareció ser un accidente y el hecho no tuvo mayor repercusión.
Edda Pujadas
@epujadas