La realidad es que en Venezuela hay hambre, por culpa de un desgobierno que es incapaz de garantizarle a los ciudadanos el acceso a los alimentos, a las medicinas, al agua potable, a la luz eléctrica y al más sagrado de los derechos: el derecho a la vida
Venezuela se acerca a horas decisivas, pero hay que tener claro a qué decisión es a la que nos aproximamos. Aquí el problema planteado no es si habrá revocatorio o si todo seguirá igual. En realidad, «que todo siga igual» sencillamente no es posible, pues eso ya no depende de la publicidad o la propaganda oficialista y opositora.
Aquí lo que va a determinar el curso de los acontecimientos no son los discursos, sino las realidades. Y la realidad es que en Venezuela hay hambre, por culpa de un desgobierno que es incapaz de garantizarle a los ciudadanos el acceso a los alimentos, a las medicinas, al agua potable, a la luz eléctrica y al más sagrado de los derechos: el derecho a la vida.
La dirección del cambio
Así que lo que viene en Venezuela es cambio, y cambio inminente, sin duda alguna. Y no porque la oposición lo promueva o porque el gobierno lo permita, sino porque la realidad económica y social lo impone.
Lo que no está claro aún, preciso es reconocerlo, es la forma y la dirección de ese cambio. Porque no todo cambio es necesariamente para bien.
Cuando la sedición de los «notables» se sumó a la conspiración de los golpistas para acabar con el gobierno democrático de Carlos Andrés Pérez, algunos pensaron: «está bien, porque nada peor puede pasar», y claro que pasó algo peor: pasaron estos 17 años de destrucción nacional.
Cuando falleció el presidente Chávez, algunos pensaron que vendrían cambios «necesariamente» positivos, y lo que vino fue el diosdado-madurismo.
Es fundamental, pues, que estando el país a las puertas de cambios claramente inevitables e imparables, los venezolanos tomemos las medidas necesarias para que esos cambios sean para bien, y específicamente para el bien común. Y eso empieza por la definición de cómo luchar en estas horas decisivas.
El cambio que se propone
Porque, como reza la célebre frase, «no hay camino para la paz: la paz es el camino». De la misma forma no hay otro camino para la democracia que la lucha democrática. Nadie puede dar lo que no tiene: no se puede construir un país de convivencia con las armas de la intolerancia, ni se puede construir un país de progreso con las armas de la destrucción.
No se trata de juego de palabras, sino de valores y principios: para los demócratas, el fin no justifica los medios, los condiciona. También se trata de un asunto práctico, concreto: los demócratas no queremos «gobernar aunque sea sobre escombros», como Maduro, sino administrar una transición pacífica que permita iniciar en las mejores condiciones posibles el duro trabajo de la reconstrucción nacional.
Para eso entonces es fundamental tener muy clara tanto la estrategia (hacia donde se quiere ir) como la táctica (cuál es el mejor camino, y cuál es la mejor manera de transitarlo).
A dónde (y por donde) vamos
Hacia dónde vamos afortunadamente está claro. Desde el 2015, la Unidad dejó de ser reactiva y pasó a ser propositiva.
Los casi 8 millones de votos que sacamos el 6 de diciembre de 2015 fueron emitidos no a favor de un partido o de unos nombres, sino de una alianza que propuso un programa: la Venezuela unida, un país con una economía libre, abierta, productiva, capaz de financiar una sociedad realmente inclusiva y solidaria que viva y prospere en el marco de una democracia funcional y transparente.
Cómo llegar a ese objetivo también está claro: por las razones arriba expuestas, nuestra estrategia (la única por cierto que ha permitido victorias fundamentales como la del referendo del 2007 o las parlamentarias del 2015) es pacífica, democrática, electoral y constitucional.
Estando claro hacia dónde vamos y por qué camino debemos ir, faltaría solo la definición de cómo transitarlo…
Cuál es el camino, y cómo transitarlo
Para definir tal punto, el instrumento que hemos utilizado es la «Hoja de Ruta», que tan buenos resultados nos dio en 2015. En 2016, sin embargo, el reto es mucho más complejo, porque ya no se trata de lograr la mayoría en el Poder Legislativo, sino de desplazar a la cúpula corrupta e ineficiente del poder político para cambiar el sistema actual, que multiplica y distribuye miseria, por un sistema que permita y promueva la generación de riqueza y la construcción de bienestar para todos. Por esa complejidad del cuadro nacional, nuestra Hoja de Ruta 2016 expuesta al país el pasado 9 de marzo inicialmente planteaba varias opciones posibles. Contrastadas tales opciones con la realidad política y social, ha emergido el Referendo Revocatorio como el instrumento para lograr el cambio pacífico que el país quiere y necesita.
Y ha aparecido también la dura postura, reaccionaria y violenta, de la minoría que se opone a los cambios porque no quiere perder sus privilegios.
Frente a esta realidad, nuestra conducta debe ser firme y clara: el único que está interesado en la violencia es el gobierno. Los únicos recursos que le quedan al gobierno son la violencia institucional, que ejerce a través de la burocracia (CNE, TSJ, etc.) y la violencia física, que ejerce a través de los cuerpos represivos y de los grupos irregulares. Más que equivocados, necios seríamos si ubicáramos nuestra lucha en el terreno de la violencia, el único en que el adversario conserva alguna fortaleza…
¡Pacíficos y combativos!
El terreno de nuestra lucha es la realidad social y económica, porque esa realidad es la que ha unido al país contra el régimen. La presión que debemos ejercer para arrancarle al desgobierno la solución pacífica a la crisis a través del referendo revocatorio debe ser inmensa, pero tiene que ser una presión ejercida en nuestros términos, al mismo tiempo pacíficos y combativos.
Nuestras convocatorias deben siempre vincular la realidad socioeconómica con la necesidad del cambio político: estamos contra el hambre y por el Revocatorio, contra la escasez de medicinas y por el Revocatorio, contra la inseguridad atroz y por el Revocatorio. Y nuestras movilizaciones no siempre serán de militantes partidistas llamando a la población a asumir la defensa y promoción del cambio político, sino también de militantes y dirigentes políticos acompañando a ciudadanos indignados, a sectores populares en lucha que se enfrentan al gobierno exigiendo comida, medicinas, empleo, agua, luz y seguridad.
Si fuera necesario resumir en dos palabras cuál debe ser la actitud y conducta de los ciudadanos democráticos en esta hora de definiciones, esas dos palabras son: «pacíficos y combativos». ¡Pa’lante, que falta menos!
“No se puede construir un país de convivencia con las armas de la intolerancia, ni se puede construir un país de progreso con las armas de la destrucción…”