Senderos del buen camino es el primordial deber del Estado
Le expresión coloquial de “árbol que nace torcido nunca su tronco endereza”, no creo que pueda ser absolutamente aplicable en una sociedad justa, muchos árboles (personas) que nacen muy derechos terminan torcidos por no ser atendidos oportunamente fumigándolos contra las plagas.
Rousseau decía que el hombre nace bueno, pero la sociedad lo corrompe. Hasta cierto aspecto tenía razón, porque todo depende del medio ambiente social donde se comporta, independientemente, sea de riqueza o de pobreza.
Las penas no acaban con los delitos y si bien es indudable que el penado hasta llegar a ser procesado debe ser sancionado conforme la ley, lo más importante es su rehabilitación y reinserción a la sociedad y este es el más exigente y primordial deber del Estado, el señalamiento de senderos del buen camino.
Para llegar esa vía, existen muchas reglas tanto del derecho natural como del positivismo y aún religioso sobre ética y moral, pero tomando algunas de Cesare Beccaria, “De los delitos y las penas”, así: las leyes deben atender, en primer orden, las normas de convivencia social; las penas deben tener por fin disuadir a los demás ciudadanos; la justicia debe ser inexorable atendiendo al bien común; el poder legislativo y el poder judicial deben estar separados; la gravedad del delito está en el daño que cause a la sociedad. No obstante, el delito no se termina aplicando aún hasta la pena de muerte, sino con medidas de prevención que tienen un lapso de tiempo importantísimo, está en aprovechar de dar instrucción sobre los senderos del buen camino, antes de que el menor cumpla los catorce (14) años de edad.
El primer lugar lo tiene la enseñanza de convivencia y paz ciudadana, que debe ser materia desde el preescolar, primaria y secundaria, inagotable, comenzando con el respeto entre las personas, en su hogar, su familia y obviamente, respetándose en su conducta íntima de su aseo personal. Anteriormente, las boletas escolares establecían tres patrones: conducta, aplicación y aseo.
Los maestros eran exigentes en examinar la limpieza de las uñas y el cabello, inherentes al cuerpo humano, no importaba si tenían alpargatas o cadenitas de oro.
La instrucción es más importante que la educación universitaria. La instrucción cívica está en el aire, es permanente en la voluntad de enseñar a lo socrático. A dónde vas, de dónde vienes y adónde quieres ir, es coloquial la instrucción, sin fórmulas inflexibles, pero deberá existir una relación de “pater familiae”, de confianza y de respeto ente el maestro y el alumno.
Pero ahondando en el concepto sobre la prevención del delito, es concordante con la instrucción cívica, el certificado de residencia obligatorio y el examen psico-social anualmente.
De estos tres modelos de convivencia, se obtendrá la nueva gente que deseamos para minimizar en todas sus manifestaciones al delito.