Como reina en el bullicio escolar, todos se creen con derecho a darle un coscorrón por el motivo más nimio, por “quítame esta pajita”, al presidente Nicolás Maduro
En la asfixiante atmósfera de la Venezuela en el año que corre del 2016, todos parecen tener un blanco para que le espeten con la furia que sienten los burlados y estafados, de todas las calamidades que por estos días padecemos los venezolanos. Ese blanco se llama Nicolás Maduro Moros, el autobusero, presidente constitucional de la República Bolivariana de Venezuela por mandato del pueblo y escogencia que hizo Hugo Chávez Frías en la postrimería de su muerte.
Tirios y troyanos le disparan a mansalva y desde todos los ángulos. Como reina en el bullicio escolar, todos se creen con derecho a darle un coscorrón por el motivo más nimio, por “quítame esta pajita”.
Pues bien, este señor, Nicolás Maduro Moros, no quiso ni lo deseó, ni mucho menos conspiró, ni tuvo que llevarse a nadie con sus cachos romos, para ser el mandamás de Venezuela, es decir, el presidente constitucional de la República Bolivariana de Venezuela.
Él estaba quieto y como tantos otros rezando para que su Comandante (Hugo Chávez Frías) se sanara en La Habana de los Castro, cuando de improviso llegó el que ahora se le conoce como “el eterno”, aquel 9 de diciembre de 2012, para soltarle de sopetón su apoyo, en la cara consternada de Diosdado y Elías y tantos otros que se creían merecedores de que ese dedo todopoderoso lo escogiera como receptáculo del que ha pasado a llamarse “el legado”, así a secas.
Nicolás miró el cielo, recordó de donde venía y sintió que por dentro algo le trastabillaba, como un “mareo” que de vez en cuando, de tarde en tarde, le sigue dando al conjuro de las informaciones que desde todas partes le llegan del acontecer nacional.
El cuento
¿Cuántas historias urbanas circulan por ahí como hijas putativas del folclor político nacional que hablan de los pormenores de cómo fue que “el eterno” puso el dedo en Nicolás Maduro Moros y no en otro, de su larga lista de hijos dilectos?
El imaginario colectivo es poderoso y echa a andar historias para explicar fenómenos y acontecimientos que se mantienen en el mayor de los hermetismos políticos.
Este “cuento de camino” me lo contó un exembajador que a su vez alguien del círculo íntimo se lo contó en una de esas noches de mucho pesar de las que sucedieron en el largo velorio que fue utilizado para inmortalizar la memoria del difunto presidente, sobre todo para que el pueblo llano se despidiera con llanto en los ojos de su comandante eterno.
Todos vimos los ojos llorosos de un pueblo que no creía lo que sus ojos estaban viendo, de la caída de un día para otro del que fuera líder indiscutible de esta parte del siglo XXI venezolano.
Leyenda urbana
Ya “el eterno” había decidido que su sucesor sería Adán Chávez, en la onda de repetir el modelo de sucesión que Fidel Castro había dispuesto en Cuba con Raúl Castro, su hermano.
Pero un día de esos de profunda meditación, “el eterno” decide que lo mejor es consultarlo con los “santos”, esto es, el consejo de “babalaos” que le asistían a los jefes cubanos en algunas consultas de complicada resolución, y como tal se lo comunicó a Fidel, lo que ocasionó una consulta con la velocidad que el estado de salud del paciente lo aconsejaba.
Se les transmitió a los “consejeros” espirituales el objeto de la consulta, cuya pregunta estaba ceñida a evacuar la inquietud de quién de los que integraban la breve lista debía ser nombrado sucesor. Ahí estaba el círculo más cerrado del presidente Chávez, por supuesto Adán, su hermano, Diosdado, Nicolás, Elías, entre otros. No pasaban de siete, le dijeron al exembajador, los consultados para tamaña responsabilidad.
Los babalaos fueron descartando nombres hasta que quedó uno solo en pie, el nombre del señor Nicolás Maduro. Fue un momento muy solemne, cuya consulta estaba presidida nada más y nada menos que por el babalao mayor, Fidel Castro.
De esta manera se selló la suerte de Maduro, con la que Adán se salvó de llevar el famoso legado (un paquete, pero Adán para entonces no lo veía así), de su hermano presidente. Como Adán ya se sabía el escogido, hubo que transmitirle la mala noticia de que los “santos” le habían dado la espalda. Me dicen que hubo muchos compungidos por esa noticia por el lado de la tierra de Barinas, sobre todo cuando parecía estar garantizado que el poder pasaba de unas manos a otras manos de la misma ungida familia, porque no es lo mismo dar el vuelto que quedárselo.
¿Un legado o una losa?
Apartándonos de esta historia urbana, lo cierto es que desde aquel día cuando “el eterno” anunció al mundo que el nominado a la presidencia era Nicolás Maduro, “más claro que la luna llena”, este sintió un peso muy grande sobre sus hombros, que no ha hecho más que crecer desde ese día hasta hoy.
Al pasar de los días y de las primeras alboradas de euforia, Maduro se habría de preguntar: ¿Por qué a mí me echas esas broma horrenda? ¿Qué te he hecho yo sino servirte y servirte más y más, para que vengas y me hayas puesto este legado tuyo sobre estos hombros que no puedo llevar? ¿Por qué no a Diosdado?
Primero, ¿quién acepta de buenas a primera tal legado? Yo, como dice Pedro Picapiedra: inmediatamente hubiera pedido exilio al país más lejos del mundo, me hubiese cambiado la identidad física, me hubiese escondido en las mazmorras de Siberia, donde el camarada Stalin solía esconder a sus presos más dilectos.
Yo también, dice Cicerón, “hubiese berreado, suplicado, llorado, hincado (de rodillas, ¿hay otra forma menos fastidiosa de hincarse?), para que esa broma se la hubiesen echado a Diosdado Cabello y no a mí”.
El señor Nicolás Maduro ha pasado las de Caín con el fulano legado, que hasta sin comida se quedó en los anaqueles de los supermercados, sin harina, sin azúcar, sin arroz, sin aceite, y para colmo, ¡sin pañales!, y no ha dicho «esta boca es mía», para echarle la culpa a quien le puso ese legado como un fardo en sus anchas espaldas, tal como dicen que llevan algunos los que con sordina denominan, “un matrimonio obligado”. Yo digo que Diosdado no hubiese tenido espaldas para eso.
¿Habrá alguien del chavismo que un día con el corazón asido por una mano sincera, se lo agradezca? Saquen ustedes sus propias conclusiones.
“Los babalaos fueron descartando nombres hasta que quedó uno solo en pie, el nombre del señor Nicolás Maduro…”