Una cruel pesadilla en la que árboles sangrantes lo perseguían hasta hacerle beber sangre en una copa, lo persiguió durante su infancia. Un día decidió que, para deshacerse de ella, tendría que convertirla en realidad, lo que lo transformó en el “Vampiro de Londres”
John George Haigh nació en Inglaterra en 1910 en el seno de una familia perteneciente a la secta Playmouth, que era una hermandad puritana al extremo y consideraba cualquier implicación de modernidad como un instrumento del demonio para corromper al hombre.
La familia Haigh era enfermiza seguidora del credo de la secta, por lo que prohibían al pequeño John tener amistades, ir o llevar compañeros de escuela a casa. Esto, aunado al exceso de limpieza de su madre, lo hicieron un niño retraído, solitario y que evadía cualquier actividad que le hiciera llenarse de polvo o suciedad.
Un sueño sangriento
Durante su infancia, John tuvo una pesadilla muy recurrente, en la que se veía caminando por un bosque de crucifijos que se transformaban en árboles. Las ramas de los árboles derramaban gotas de sangre y luego comenzaban a retorcerse abriéndose heridas en sus troncos de las que manaban abundantes flujos de sangre.
A lo lejos, una figura distorsionada sosteniendo una copa se acercaba a él, recolectando sangre de los árboles hasta llenarla. Cuando por fin estuvo llena, se la ofreció y le ordenó beberla. John deseaba escapar de tan terrible pesadilla, pero a la vez, una poderosa sed se apoderó de él haciéndole desear alcanzar la copa para poder ingerir la sangre.
La extraña sed que sentía en su sueño permanecía con él durante el día, así que Haigh aprovechó un momento de soledad con un compañero para golpearlo en la cabeza hasta matarlo. Posteriormente, le cortó la garganta para poder beber su sangre directamente de la herida.
Durante varios años, John Haigh continuó sintiendo esa poderosa sed de sangre que siguió saciando de las formas más desagradables posibles, como por ejemplo bebiendo su propia orina. Sin embargo, eso no impidió que su necesidad de beber sangre le llevara a cometer varios asesinatos más hasta reunir un total de ocho víctimas.
Su último crimen lo cometió en 1949. En ese tiempo, vivía en una elegante pensión donde alardeaba ser dueño de una importante empresa, ayudado de su pulcritud y elegancia al vestir. Una viuda millonaria residente de la misma pensión que él, albergaba el proyecto de comercializar uñas artificiales y recurrió a Haigh para que la ayudara.
Haigh engañó a la mujer, haciéndole creer que un empresario estaba interesado en la propuesta y la citó para encontrarse en una fábrica para una reunión. El día anterior al supuesto encuentro había comprado un contenedor metálico resistente a la corrosión y más de 150 litros de ácido sulfúrico que hizo enviar al lugar donde se encontraría con la viuda.
En realidad, el sitio de la cita era una bodega casi abandonada a la que hizo entrar a la anciana. Después de ese día, la viuda no volvió a ser vista y los demás residentes de la pensión junto con el propio Haigh fueron a reportar su desaparición. Cuando fue interrogado, señaló que ella ni siquiera se había presentado a la cita y que luego de esperarla por más de una hora se retiró sin llegar a verla.
Sin embargo, los detectives del caso no confiaban en la declaración de Haigh, por lo que decidieron ir a investigar el sitio de la reunión, donde encontraron el barril metálico que él había comprado. Allí hallaron un pedazo de la mandíbula que se identificó como perteneciente a la viuda, manchas de sangre en la pared y tres recipientes con ácido.
Junto a esto se le encontraron antecedentes por robo y estafa. Al ser confrontado con las evidencias, decidió contar la verdad sobre lo sucedido en la bodega: cuando la viuda llegó a la cita, Haigh la condujo al interior donde ella comenzó a mirar varias muestras de papel para las uñas artificiales y en ese momento él le disparó en la cabeza para matarla rápidamente.
Procedió a hacerle un corte en la garganta y servir la sangre que brotaba de la herida en un vaso para beber a sus anchas hasta calmar su sed. Una vez que se sació, sumergió el cuerpo en el contenedor con ácido para disolverlo.
Confesó haber hecho lo mismo con otras personas y comentó sobre el sueño que lo había impulsado a convertirse en un vampiro.
Durante el juicio que se le siguió, se intentó usar su sueño como el causante de un desorden mental que le movía a asesinar para obtener la sangre de las personas que mataba, con la esperanza de que se le declarara fuera de sus facultades y no se le siguiera proceso judicial.
Los estudios psiquiátricos demostraron que Haigh era perfectamente consciente de sus actos durante los asesinatos, aunque él se negó a aceptarlos como crímenes, pues los consideraba rituales para saciar su sed. Finalmente, John Haigh fue sentenciado a la pena de muerte, siendo ahorcado el 06 de agosto en 1949.
Hombre frío y calculador
Los psiquiatras reconocieron los rasgos paranoides de John Haigh como síntoma precursor de una aberración mental que le acarreaba una alteración completa de la personalidad, trastornándole el carácter y la conducta. Sin embargo, el hombre había explotado económicamente a sus víctimas y para los jueces se trataba de algo más que de una mente enferma que bebía la sangre de sus víctimas: era un personaje frío y calculador que premeditaba sus crímenes y actos, fingiendo una locura que lo convertiría en irresponsable ante la ley.