El ambiente de confrontación crece aceleradamente, y se intenta construir un cerco alrededor de la Asamblea Nacional, poder relegitimado recientemente en unos comicios de convocatoria masiva
La Carta Democrática Interamericana se ha puesto en el ojo del huracán en la opinión pública venezolana e internacional, desde que luce como una posibilidad cierta su aplicación ante los complejos tiempos que vive nuestro país.
Carta Democrática y OEA forman, desde hace días, parte del vocabulario cotidiano del venezolano de a pie. Y, cosa insólita, se le debe mucho al gobierno nacional, ya que ha puesto todo el poder de su aparato comunicacional en función de intentar descalificar la posible activación de este mecanismo.
Sin embargo, recordemos que, años atrás, la Carta Democrática fue invocada cuando el entonces presidente de Honduras, Manuel Zelaya, fue desplazado del poder y el para ese momento canciller de Venezuela, Nicolás Maduro, fue el primer defensor de este instrumento.
En aquel momento, el hoy primer mandatario, dijo: “La decisión de la OEA es trascendental. Es una decisión unánime de todos los gobiernos del mundo y lo podemos comparar con la respuesta que el mundo le dio al nazismo y al fascismo”.
¿Por qué la Organización de Estados Americanos era ensalzada en ese momento y hoy es denigrada?
Los confusos hechos de Honduras en 2009 tuvieron dos lecturas: para unos, hubo la destitución de un presidente que pretendía modificar la Constitución con el fin de perpetuarse en el poder; pero para otros, simplemente un grupo de militares secuestraron al primer magistrado y lo expulsaron del país.
Sin pretender entrar en el fondo de lo que realmente sucedió en aquel momento adverso para una nación hermana, el hecho es que el gobierno de Zelaya estaba aliado con el venezolano y sus poderosos lobbys regionales.
Por otro lado, ciertamente había suficientes cabos sueltos en los hechos como para que los organismos multinacionales encendieran sus alarmas.
En conclusión, más allá de las agendas de poder particulares y de los errores de un lado y de otro, el continente tenía que demostrar que le interesa, como colectivo de naciones avanzar hacia la democracia; y la muy cuestionada OEA debía mostrar su capacidad de mediar en función de hacer respetar valores no negociables.
Ahora, cuando el tema de discusión es el difícil momento que atraviesa Venezuela, los mismos que invocaron la intervención de la OEA y la activación de la Carta Democrática, descalifican al instrumento y al organismo.
Se sigue intentando jugar a la ley del embudo, en una región que clama por estabilidad en sus gobiernos e instituciones y que sigue librando una lucha por alcanzar paz y progreso.
Ciertamente, las circunstancias de aquel episodio de Honduras son muy distintos a los de la Venezuela actual; pero ambas crisis van más allá de lo nacional y revisten suficiente gravedad como para que los ojos de los vecinos se vuelvan preocupados hacia lo que sucede.
A los ojos del mundo no se puede seguir minimizando lo que acontece en nuestra nación. Se han desdibujado peligrosamente los límites entre los poderes y unos invaden las competencias de otros, poniendo en serio riesgo el sutil y delicado equilibrio que mantiene a las democracias.
El ambiente de confrontación crece aceleradamente, y se intenta construir un cerco alrededor de la Asamblea Nacional, poder relegitimado recientemente en unos comicios de convocatoria masiva, pretendiendo restar así una voz imprescindible a la ciudadanía venezolana.
Paralelamente, la errada política económica mantiene a la gente entre la espada y la pared, en una situación que amenaza con empeorar, no solamente por la escalada de los precios, sino también por las crecientes dificultades para conseguir los bienes básicos.
A ello se agrega la marcada escasez de medicamentos, que ha llevado al dramático fallecimiento de venezolanos, incluyendo menores, en una situación que requiere de urgentes soluciones, ya que mientras más se posterguen estas, más vidas seguimos perdiendo.
Este cuadro configura desde hace rato un escenario lo suficientemente inquietante como para concitar las voluntades de los vecinos a través de cualquier mecanismo que permita destrancar el juego en Venezuela.
No solamente la Carta Democrática a través de la OEA, sino cualquier instancia de diálogo y soluciones contempladas en nuestra legislación, como el referendo revocatorio, para el cual ya se han completado los primeros pasos muy a pesar de la renuencia del gobierno.
Si hemos llegado hasta un escalón en el cual se toma muy en serio la posible activación de la Carta Democrática en el caso venezolano, se debe sin duda al fracaso de la activación de otras válvulas de escape a la crisis nacional.
Es una situación que hubiera podido evitarse si se hubieran abierto las compuertas de otras soluciones, las mismas que se han ido cerrando sin medir las consecuencias.