Joachim Kroll: el caníbal
Una infancia solitaria, triste y carente de educación, llevó a este hombre pequeño, común y corriente, a convertirse en un asesino en serie y caníbal
Joachim Kroll nació en Hindenburg, Alemania. Solo fue tres años a la escuela y nunca aprendió a leer ni a escribir. Su madre, que era viuda, falleció cuando él era un adolescente. A raíz de su muerte, sus cinco hermanos y hermanas fueron separados y con el tiempo, perdieron todo contacto.
En 1955, a la edad de 22 años, Joachim acechó a Irmgard Strehl de 19 años, cuando esta iba por una carretera rural cerca de la ciudad de Walstedde. Irmgard fue asesinada por estrangulación y luego violada, un destino que correrían todas las mujeres que fueron víctimas de Joachim.
Durante cuatro años, los extraños impulsos que llevaban a Joachim a matar y a violar permanecieron latentes. Luego, en rápida sucesión, volvió a las andadas, dos veces en un mes. Las víctimas fueron Klara Tesmer, de 24 años, y Manuela Knoot, de tan solo 16 años.
De asesino a caníbal
Fue al matar a Klara Tesmer cuando a Joachim le empezó a gustar la carne humana. Cuando se encontró su cadáver en un bosque cercano, la policía se quedó horrorizada al ver los grandes trozos de carne que le habían arrancado de los muslos y los hombros. Lamentablemente, un tal Heinrich Ott fue acusado por este asesinato y a la espera de su juicio, sufrió una depresión y se ahorcó.
En 1962, Joachim volvió a actuar. Su primera víctima fue Petra Giese, de 13 años. Dos meses después, mató a Monika Tafel de 12 años. Ambas, originarias de la región de Bruckhausen, habían sido asesinadas por estrangulamiento y después violadas. De nuevo, se encontraron signos de canibalismo.
Vinzenz Kuehn, un conocido pederasta, pasó seis años en prisión por el asesinato de Petra Giese y Walter Quicker fue declarado sospechoso del asesinato de Monika Tafel. Como no había ninguna prueba en su contra, fue liberado, pero su mujer lo abandonó y él, desesperado, se colgó en el mismo bosque donde se había encontrado el cadáver de de la niña.
Tres años después, Joachim volvió a matar. Estaba buscando una víctima femenina cuando se topó con una pareja dentro de un vehículo en un callejón solitario. Hermann Schmitz y su novia, Marion Veen, se estaban besando, Joachim se puso delante del carro y empezó a mover los brazos como loco. Creyendo que este hombre tenía algún problema, Schmitz salió del automóvil y fue asesinado de varias puñaladas, ella logró escapar poniendo el auto en marcha, mientras que el vil homicida huyó en medio de la noche.
En septiembre de 1966, Joachim asesinó y violó a Ursula Rohling, de 20 años. Inmediatamente, se sospechó de su novio, Adolf Schickel, la última persona vista en su compañía. Aunque fue arrestado, después lo dejaron en libertad, pero tuvo que hacer frente a las burlas de sus amigos, que estaban convencidos de su culpabilidad. Cuatro meses después de recuperar su libertad, se llenó los bolsillos con piedras y se ahogó en un río.
Joachim siguió asesinando. En Bredeney engañó a una niña de cinco años, Ilona, consiguiendo que se subiera a un tren. Luego, ambos bajaron del tren y él la estranguló y violó para después llevarse su cadáver por partes. A este hombre enloquecido no le importaba la edad de sus víctimas, así que tocó a una puerta elegida al azar, quien la abrió fue María Hettgen, de 61 años, la cual murió a puñaladas.
Poco después, Jutta Rahn, de 13 años, corrió la misma suerte. Se sospechó que un hombre llamado Peter Schay, sobre el que la policía estaba investigando, era el asesino, pero como no había pruebas en su contra, lo dejaron libre. Durante varios años, los amigos y vecinos de este hombre inocente lo rechazaron, hasta que Joachim confesó haber asesinado a Jutta.
En 1976, a Oscar Muller de Laar, Alemania Occidental, su vecino le dijo que el inodoro de su piso estaba atascado. Oscar fue a verlo con la idea de arreglarlo, pero se quedó horrorizado al darse cuenta de que en la poceta flotaban diminutos trozos humanos. Salió del edificio y rápidamente encontró a un agente de policía.
En el barrio había varios policías en ese momento porque esa misma mañana había desaparecido de un parque cercano Monika Kettner, una niña de cuatro años. Un agente acompañó a Oscar, echó un vistazo al inodoro y llamó a sus superiores.
Un grupo de detectives fue a ver a uno de los vecinos de Oscar, Joachim Kroll, para registrar su apartamento. En su nevera encontraron trozos de carne de la niña desaparecida y varias piezas más de carne humana empaquetada. El asesino era consciente de que sus 21 años de homicidios iban a concluir, así que confesó todos los asesinatos que recordaba, pero admitió que había muchos otros de los que no se acordaba.
Como en Alemania Occidental no existía la pena capital, la máxima sentencia a la que pudo ser condenado Joachim Kroll fue cadena perpetua. Falleció de un ataque al corazón en prisión en 1991.
Encuentro en un parque
Mientras Joachim Kroll contaba con todo lujo de detalles sus crímenes hizo referencia a Gabriele Puettmann, a quien había conocido en un banco de un parque. Tenía la intención de matarla y violarla pero cuando le enseñó fotos pornográficas, ella se fue corriendo. Gabriele nunca le habló a sus padres del incidente pero cuando, once años después, fue nombrada en la confesión de Joachim Kroll, se dio cuenta de lo afortunada que había sido al lograr escapar de las garras de uno de los caníbales más conocidos de Alemania.