Los grupos armados del Gobierno no son ya “colectivos” con consignas políticas y pretextos ideológicos, sino grupos hamponiles que -además de reprimir y amedrentar- roban y atracan a sus víctimas en medio de la más absoluta impunidad
El día 4 de Mayo, cuando por primera vez la presidenta del CNE saboteó la reunión de ese organismo con la MUD, estaban aún recientes los intensos disturbios por hambre que en Maracaibo dejaron el saldo de 72 comercios afectados en una sola noche, y el país aún no se recuperaba de una noticia estremecedora que llegó desde Delta Amacuro: venezolanos se enfrentaron a golpes disputándose trozos de comida descompuesta que habían obtenido tras saquear… ¡un camión recolector de basura!
Clap y paramilitares
Un mes después, el pasado jueves 3 de junio, cuando por quinta vez nuevamente esa reunión CNE-MUD fue saboteada por una insólita suspensión hecha 5 minutos antes de la hora prevista para su realización, ya los severos disturbios por hambre tenían como escenario no el extremo occidental del país o el lejano delta del Orinoco, sino las principales avenidas del centro de Caracas. A pocas cuadras del CNE, mientras las rectoras pesuvistas de ese organismo rehuían el cumplimiento de su deber constitucional, en las avenidas Urdaneta, Fuerzas Armadas y San Martín, grandes grupos de ciudadanos que reclamaban indignados acceso a los alimentos de primera necesidad se enfrentaban a la fuerza pública y a los grupos paramilitares maduristas, mal llamados “colectivos”, que esa tarde aciaga además de reprimir a la población agredieron, robaron y vejaron a un total de 19 periodistas que cubrían aquellos hechos.
Todo este cuadro revela y resume, con mucha más eficiencia que cualquier discurso, cuál es la profundidad de la crisis venezolana, y cuáles son las respuestas que ante el país están planteadas: la crisis económica, social, política y moral del régimen es de carácter terminal. El madurismo no garantiza ni gobernabilidad económica, ni seguridad ciudadana, ni el funcionamiento ordinario de los más elementales servicios públicos. Ante este caos de hambre, sed, apagones y crimen desatado, la receta de Maduro para aferrarse al poder consiste en controlar a la población mediante la mezcla de hambre y terror.
Régimen bachaquero y pran
La inviabilidad del plan madurista es evidente en la calle, que lo repudia con fuerza. La pretensión de eliminar el expendio de los productos básicos de consumo masivo a través de la red de comercios, y darle el monopolio de la distribución y venta de tales productos a grupos de activistas políticos oficialistas, busca convertir al régimen en una suerte de “bachaquero único”, encargado de suministrar alimentos solo a quienes muestren sumisión al régimen y de castigar con hambre cualquier disidencia. Una operación como esta implica ejercer una violencia desmesurada contra la población, y conscientes de que la inmensa mayoría de los efectivos de la Policía Nacional “Bolivariana” y de la Guardia Nacional están renuentes a reprimir a una población hambrienta que incluye a sus propias madres, esposas e hijos, entonces el régimen coloca de nuevo en la calle a los grupos paramilitares oficialistas que el jueves pasado fueron vistos reprimiendo ciudadanos y agrediendo periodistas. No son ya “colectivos” con consignas políticas y pretextos ideológicos, sino grupos hamponiles que -además de reprimir y amedrentar- roban y atracan a sus víctimas en medio de la más absoluta impunidad, imitando así el “orden por miedo” establecido por el “Pranato” en las cárceles venezolanas…
El país del cambio
Frente a ese camino madurista, de degeneración y deterioro, de hambre y terror, se levanta la alternativa que busca el mayoritario país que quiere cambio. Una nueva mayoría integrada por quienes siempre nos hemos opuesto al régimen, y por quienes ahora descubren su verdadera naturaleza; una nueva mayoría compuesta por los pobres de siempre y por los empobrecidos de ahora; una nueva mayoría que no desea “participar en la rapiña”, como quisiera el madurismo, sino que quiere acabar con la rapiña, y construir un país donde el estudio y el trabajo productivo sean las vías seguras para mejorar la vida de manera sostenible.
El país que quiere cambio, encabezado por la MUD, quiere dotar a Venezuela de un nuevo gobierno capaz de ordenar la economía para garantizar a los ciudadanos el acceso a los alimentos y las medicinas, un nuevo gobierno que combata al hampa en vez de reprimir abuelitos y atracar periodistas, un nuevo gobierno que restablezca progresivamente la calidad y cobertura de los servicios públicos fundamentales en vez de echarle la culpa de los apagones a los ciudadanos o a los trabajadores. Un nuevo gobierno, en fin, que trabaje por el país siete días a la semana y no solo 4 días al mes…
Combatividad serena
El absurdo plan madurista para aferrarse al poder revela los niveles de desesperación de un régimen que está en caída libre, un régimen que es derrotado electoralmente en la parroquia 23 de Enero y en la OEA, un régimen al que lo abandonan sus seguidores de Catia y sus aliados de Unasur. La conducta absurda y errática del régimen se debe a eso: a su desesperación. Aquí el desesperado es Maduro. Lejos de estar desesperado, el pueblo venezolano lo que está es arrecho, indignado, dolido. Pero al mismo tiempo, está esperanzado. Esperanzado en que esta situación no la aguanta nadie, en que esto tiene que terminar en breve y que tras superar este amargo momento de la historia venezolana seremos capaces de abrir caminos de progreso y avance.
Pero eso requiere de nosotros, de esta nueva mayoría nacional expresada políticamente en la MUD, una mezcla poco usual en la política venezolana, una necesaria combinación de combatividad y serenidad. En efecto, pasa a veces que cuando algunos actores políticos quieren ser «reflexivos» se convierten en pasivos, en expectantes, en desmovilizadores, generando así descontento y decepción en sus seguidores. Otras veces, cuando quieren mostrarse «combativos», se comportan de manera desmesurada, desbocada, peleando hasta con su sombra, generando una hiperactividad que a menudo desemboca en derrotas, y en más decepción. Hoy, cuando lo que está en juego es nada más y nada menos que la posibilidad de poner fin a esta pesadilla, el país requiere de todos tener la madurez necesaria para postergar ambiciones que pueden ser legítimas pero que hoy no son pertinentes, y poner por encima de todo la Unidad no solo de palabra, sino también de propósito y de acción.
Este pueblo ha sufrido mucho, y se merece la victoria que poco a poco entre todos hemos venido construyendo. Todos somos necesarios, pero nadie es más importante que un pueblo unido. ¡Palante!
“El absurdo plan madurista para aferrarse al poder revela los niveles de desesperación de un régimen que esta en caída libre…”