Arepa con ñame
La difícil situación por la cual atraviesa el país obliga a las amas de casa a ingeniarse las comidas diarias para sus hijos
12:30 m
Por estos días, cuando llega la hora de comer, en la casa de Francisca se vive un desespero, porque muchas veces no hay que darle a los más jóvenes.
“La situación está difícil, ahora lo que comemos es sardinas, que es el salado más barato que se puede conseguir”, comenta la mujer a quien se lo pregunta. Y también a quien no se lo pregunta. La situación no está para hacer distinciones, para prestarle atención a nada. “Cuando no tenemos salado en la casa, tenemos que ingeniarnos algo para la comida de los muchachos, sobre todo la de ellos”, comentó en la cola del mercado. “Últimamente compro mucha verdura, que es lo que medianamente se puede comprar, la sancocho y la sirvo con unos platanitos y arrocito si consigo”.
La voz de Francisca luce apesadumbrada. Su cara es todo un poema. La preocupación se le sale por los poros. La impotencia le gana la emoción de vivir a sus días. Pero ni por eso deja de luchar.
“Cada vez está más difícil conseguir un poquito de carne o un poquito de pollo, por los altos precios”, le dijo a un amigo. “Y yo no puedo meterme a hacer una cola de cinco horas para comprar el pollo regulado”.
Francisca, aunque nadie le pregunta, lleva a cuestas una enfermedad incurable, pesada, una cruz que comparte con las ansias de saber con qué va a alimentar sus muchachos al día siguiente.
2:15 pm
José, abogado de la república, se puso a ensayar con la cocina estos días, tratando de solventar el balance alimenticio que antes cubría sin problemas, tomando en cuenta que tiene un puesto que antes le permitía vivir tranquilamente.
Esos tiempos están pasando. “Compré yuca para la cena de esta noche”, le avisó a su hermana una tarde. “Ya la plata no me alcanza, de hecho acabo de negociar el aire acondicionado de mi cuarto para cubrir algunos gastos”, le comentó.
Agudo estudioso de las leyes, José no sabe nada de cocina. Y aún así intentó sancochar la yuca. Tomó los tubérculos, los metió sin pelarloss en una olla de presión, y los puso a hervir, orondo él.
Al rato, se dio cuenta que el experimento no le salió bien. Aquello que sacó de la olla era “incomible”. “Y yo que gasté dos mil bolívares en eso”, se quejó. Y casi lloró.
Al rato, entre risas de su hermana y otros familiares, no le quedó otra que olvidar el episodio y pensar en mañana. “Mejor compro pan, si consigo, y me hago un ‘sandwiche’ en las noches”, pensó.
9:30 pm
Una llamada alertó a Coromoto. El teléfono le indicaba que era una ahijada de santo que hace mucho no se comunicaba. “¿Qué pasará”, se preguntó, asustada. Pero contestó igual. “Bendición madrina, ¿cómo está todo?”, le preguntaron.
Tomando aire, Coromoto contestó que todo estaba bien y le hizo saber a su ahijada que le agradaba su llamada. “La llamo porque conseguí una pastica por aquí, para que venga a buscarla”.
Con la cara iluminada, Coromoto llamó a otro ahijado para que la acompañara a Maracay, que fue desde donde la llamaron, para ir a buscar el alimento.
Todo iba bien hasta que, saliendo de Maracay, de regreso a casa, un vehículo policial los detuvo. “¿De dónde son ustedes?”, preguntó un oficial. “Somos del estado Miranda, estábamos visitando un familiar”, contestó Ramiro. “Abre la maleta”, pidió el oficial.
Cuando se dio cuenta del objeto de la visita, el uniformado hizo mil preguntas, se puso duro, pidió facturas. Hasta que se transó por una paca de pasta, ya que Ramiro no quiso darle efectivo.
“Ni sé de qué cuerpo policial era ese oficial”, contó Coromoto al llegar a casa, frustrada, agredida, robada.
“Últimamente compro mucha verdura, que es lo que medianamente se puede comprar, la sancocho y la sirvo con unos platanitos y arrocito si consigo…”
Edward Sarmiento