En el país se ha ido configurando una sociedad presa de emociones extremas sobre todo en quienes han sido víctimas de determinados delitos
La cotidianidad en el país se nos ha convertido en territorio incierto, desconocido, plagado de peligros de toda índole y, en consecuencia, atemorizante. Vivimos en “territorio comanche”, suerte de contexto de guerra “donde el instinto te dice” que “des media vuelta… donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes… y aunque no ves a nadie, sabes que te están mirando”.
La vida cotidiana te mantiene constantemente en situación de alerta y nunca bajas la guardia. Se activan emociones -miedo, pánico, terror- que, curiosamente sirven para comunicarnos, para adaptarnos a las situaciones, compartir estados de ánimo y, además, para interactuar. Poco a poco, el miedo enemigo sigiloso y silencioso se ha ido generalizando. El miedo, una emoción que se presenta de forma individual, se comparte simultáneamente en tanto miedo colectivo, por un grupo o una sociedad. Fuertes emociones que fungen de elementos de comunicación simbólica y social.
Estudiosos de la cultura del miedo y del terror distinguen entre el fenómeno estructural y aquel coyunturalmente masivo. Las actuales condiciones del país -crisis política y económica, violencia e inseguridad- han generado una situación de miedo colectivo coyuntural. Enfrentamos acciones de terror selectivo ejercido contra determinadas personalidades. E igualmente de carácter masivo cuando la acción terrorista es indiscriminada y abarca a un conjunto de personas o a grandes sectores de la población.
En el país se ha ido configurando una sociedad presa de emociones extremas sobre todo en quienes han sido víctimas de determinados delitos. Una ciudadanía colocada en posición de impotencia. Una ciudadanía recluida y escondida que interpela azarosa y desorganizadamente al Estado, garante de la seguridad. La sociabilidad consumida por el miedo y el terror. El espacio público arrebatado por la creciente inseguridad y la delincuencia que se lo apropia a sus anchas.
Imposible soslayar el papel que juegan los medios y las redes sociales en tanto «amplificadores de la suerte de las víctimas y sus familiares”. Intermediadores entre un hecho individual y el espacio público, al reseñarlo le confieren a la inseguridad un carácter político que puede convertirse en detonador de crisis sociales profundas.
Maryclen Stelling
aporrea.org