Las colas, violencia y maltrato forman parte de la naturaleza de la ideología del régimen, y para que el ciudadano no resulte víctima de esos y otros males, debe renunciar a su libertad u someterse a la voluntad del poder
La realidad del país responde al desarrollo de un modelo que se inscribe dentro de la estrategia política, que usa a la economía como instrumento para su imposición y consolidación. Esta afirmación es ya común entre distintos analistas, en especial de la ciencia de la economía.
En un programa de opinión reciente, la economista Tamara Herrera comentaba sobre nuestra realidad país, paseándose por los diversos instrumentos que han impuesto los altos mandos del gobierno para el dominio de la economía, como lo son el control de precios, de cambio, conceptos dogmáticos sobre la propiedad privada y la repatriación de capitales, entre otros, los cuales no motivan el desarrollo, por contrario llevan a donde estamos, perturbando la producción y con ello estimulando la escasez, que finaliza en el racionamiento.
Esta opinión interesante, validada por su compañero de foro, el también economista José Guerra, y de la que se puede tener de otros especialistas, lleva a la conclusión que todos esos actos son intencionales en la búsqueda de generar los resultados que vivimos, y que la historia demuestra que siempre sufren las sociedades que transitan iguales caminos. Así, ubicados fuera de ese vital campo de la racionalidad social, podría entenderse que esos profesionales nos hablan de un modelo que podría titularse desde sus consecuencias o resultados, es la economía del racionamiento.
Este objetivo es fundamental para el modelo político del Socialismo del Siglo XXI, por cuanto permite al poder público contar con una herramienta efectiva para quebrar las voluntades de la sociedad y con ello imponer su ideología de dominación. Su desarrollo lo vemos hoy en los novedosos Consejo Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), que ponen en manos de instrumentos del partido de gobierno la distribución de los alimentos básicos regulados, los cuales, según denuncias, llegan fundamentalmente a sus afectos, entonces usan el dolor del hambre como instrumento político para subyugar a la población y sumarla a sus intereses. Así se entiende que la escasez es uno de sus mejores aliados, la cual deriva de la economía del racionamiento.
Más ello nada tiene de novedoso, ya desde hace décadas la estrategia viene en camino, con los procesos de confiscación de activos, impactos sobre el sistema para la producción y los servicios, control de la población, entre otros programas, cuyos efectos son la destrucción del aparato productivo y de servicios, dependencia de las fuentes externas para la provisión de los bienes y servicios, con un nacional débil y vulnerable dispuesto al sometimiento para a cambio obtener los recursos que alivien sus necesidades, o sea lo que hoy forman parte del sistema de vida venezolano.
Es de temer que los especialistas de las ciencias de la economía se pronuncien con que este modelo, visto en sus efectos ineludibles y ciertos, es antisocial, a lo cual solo cabe coincidir, más, igualmente es de aceptar que esa no es la preocupación del gobierno, por cuanto su objetivo es otro, es alcanzar y usufructuar el poder. Ello se puede deducir de las conductas que tienen ante las necesidades de la población y del reconocimiento de su incapacidad para adentrarse en una verdadera política de desarrollo.
Entonces, las colas, violencia y maltrato forman parte de la naturaleza de la ideología del régimen, y para que el ciudadano no resulte víctima de esos y otros males, debe renunciar a su libertad u someterse a la voluntad del poder. Por esto esos malestares los mantendrán, mientras su proyecto de dominación lo vean inconcluso.
Esta economía del racionamiento forma parte de su cadalso político, por cuanto en contrario con sus objetivos, la población al salir a protestar y exigir derechos, en especial el de la alimentación y la salud, o sea el de la vida, muestra su rebeldía a someterse a la voluntad de quienes son autores de su tragedia.
Rafael Pinto