El tiempo revelará que esta jugarreta de exigirnos sorpresivamente una validación de firmas que no estaba prevista en ninguna parte pasará a la historia como el mayor insulto a nuestra inteligencia, como la provocación más innecesaria, obtusa y absurda contra el pueblo venezolano
Me tocó relativamente fácil, sin violencias ni mayores inconvenientes. No pudo ser rápido, pues ya de entrada tenía que recorrer, de ida y de vuelta, una hora y media por tramo, y la cola que tuve que hacer una vez en Caucagua, sitio en el que, como votante del estado Miranda tuve que validar mi firma para la activación del RR por el capricho de los que no terminan de entender que ya están de salida, duró aproximadamente unas tres horas. En total fueron poco más de seis horas de mi tiempo que, lo confieso, pese a que fueron casi todas, básicamente, de espera (algunas de ellas bajo un sol muy poco considerado con mi calva cabeza) no fueron en absoluto horas perdidas.
Ya en los días anteriores, desde que comenzó toda la ordalía, entre las obligaciones diarias ante los tribunales de injusticia y mis oficios habituales me habían llegado, así como destellos de luz en las oscuridades, las noticias de la respuesta del pueblo (debería escribirse en mayúscula y con admiración, que las merece) contra esta última arremetida del CNE no solo contra la voluntad, evidentemente mayoritaria, de cambio, sino contra la más elemental decencia y el más básico sentido común.
Quizás ahora no lo vemos, pero el tiempo revelará que esta jugarreta de exigirnos sorpresivamente una validación de firmas que no estaba prevista en ninguna parte (una que, por ejemplo, no se exigió a los diez millones de fantasmas que supuestamente firmaron contra el decreto de Obama) y además, para mayor oprobio, esto de disponer los puntos y las máquinas en todo el territorio nacional de manera tal que casi fuese una hazaña validarse, pasará a la historia como el mayor insulto a nuestra inteligencia, como la provocación más innecesaria, obtusa y absurda contra el pueblo venezolano de la que hayamos tenido noticia en toda nuestra historia republicana, solo desplazable de su primer puesto por los falsetes que rodean la muerte de Hugo Chávez y que, algún día, se conocerán en toda su magnitud.
Estuve a punto de no validar. No porque no quisiera, sino porque la represión y las agresiones contra quienes son identificados por el gobierno como “enemigos”, como es propio en los regímenes que ya se perciben terminales y acorralados, se han incrementado de manera grave en las últimas semanas, y además tenía que lidiar en tribunales con las consecuencias de los abusos previos.
Apenas era martes en la noche y ya la semana me había dejado su factura sobre la mesa como si le debiera un mes completo. Estaba agotado. De no ser por esos destellos, por esa información que me iba llegando sobre la dignidad con la que los venezolanos habíamos asumido esta nueva y desigual batalla, sumada a la tenacidad de mi hermana, que todo lo dispuso para que fuéramos al menos ella y yo a validar, probablemente me habría quedado en casa.
Doy gracias a Dios por no haber cedido al cansancio y por haber podido constatar una vez más, más allá de los velos que nos impone la dura cotidianidad, que este pueblo y nuestro país todo lo valen.
Paradójicamente, nuestras inefables rectoras del CNE, queriendo hacer la gracia de desanimarnos, pretendiendo intimidarnos con sus triquiñuelas baratas, lo que lograron fue una morisqueta que a Maduro y a muchos otros de su combo debe estarles saliendo ahora, por las noches, como la Sayona.
Cuando escribo estas líneas ya es un hecho que el pueblo de Venezuela le dio en la madre a los obstáculos y a los abusos y ya se superó el número de validaciones que eran necesarias para activar el RR, en algunos casos, con muchísimo más de lo que se requería.
El mensaje está claro: acá la mayoría no cree en “caminos verdes” ni en madrugonazos. Acá se cree en el voto y en la democracia como herramientas de cambio. Este pueblo ha aprendido su lección. Lo demás es puro invento.
Me tocó validar, y ese detalle para mí fue particularmente auspicioso, en una biblioteca. Lo hice rodeado de decenas de personas de todos lados, muchas jóvenes, otras mayores y algunas muy mayores y hasta enfermas, pero todas imbatibles, todas valientes, todas llenas de dignidad y de heroicidad verdadera, pero también escoltado por las obras de Gallegos, de Bello, de Andrés Eloy, de Cadenas. ¡Grandes compañeros de jornada me gasté! La valentía de un pueblo que no se arrodilló ante el absurdo y las palabras, la razón y la sabiduría de quienes representan lo mejor de nuestra nación.
Contra ese río no hay dique posible. El cambio va, aunque a algunos, aterrados por las culpas que han acumulado sobre sus conciencias, les cueste aceptarlo…
“Estuve a punto de no validar, no porque no quisiera, sino porque la represión y las agresiones contra quienes son identificados por el gobierno como ‘enemigos’, se han incrementado de manera grave en las últimas semanas…”