Se marchó el maestro Inocente Carreño

Al maestro Inocente Carreño no le gustaba que lo “tutearan”
Al maestro Inocente Carreño no le gustaba que lo “tutearan”

El legendario compositor y director de orquestas dejó de existir el pasado miércoles en Caracas, a la edad de 96 años

Inocente Carreño falleció en su residencia caraqueña, en El Cafetal, a los 96 años, el pasado miércoles. Este compositor venezolano deja una obra musical nutrida por la riqueza de un lenguaje propio y representativo de su región de nacimiento, la Isla de Margarita. Fue compositor, músico, director y escritor prolijo. Un maestro en el arte de la partitura, en las que plasmó una variedad de género abordando desde la música sinfónica, académica, coral, así como obras para piano, violín y poemas sinfónicos.

Una de sus obras más emblemáticas y simbólicas del repertorio de música venezolana es “Margariteña”, que es interpretada por todas las orquestas venezolanas y que especialmente ha sido incorporada al repertorio de la Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, bajo la dirección del maestro Gustavo Dudamel, quien siempre la incluye en los programas de las giras internacionales.

Contó que nació en Porlamar faltando tres días para 1920. “Mi madre tuvo que viajar cuando yo tenía cinco años, y yo quedé con mi abuela Mauricia, que llamábamos ‘Güicha’. Fuimos cinco hermanos: Francisco (1910-1965), Remedios del Valle (1928), Judith (1930-2014), Juan Bautista (1932) y yo”.

Desde la banda de Porlamar
“Empecé en una escuelita de pueblo. Como mi tío y mi hermano habían pertenecido a la banda de Porlamar, quizás me oyeron cantar y me metieron en la banda, chiquito, como de ocho años, y empecé con los platillos, después con el redoblante, el corno y luego agarré la trompeta. Cuando tenía 10 años, ya tocaba la trompeta en las retretas, así que cuando llegué a Caracas con 12 años, ya leía música, pero yo no seguí estudiando porque como éramos muy pobres, mi hermano Francisco trabajaba en una zapatería y yo me ponía a ayudarlo para ganarnos ocho bolívares diarios”.

Caracas, hacia 1932, “era una ciudad pequeña, la llamaban ‘la ciudad de los techos rojos’, no había edificios, sino las casas de la época, con tejas. Esa fue la Caracas que yo vi. Catia tenía una laguna y la gente iba los domingos a pasear en los botecitos, ¡figúrese usted! (…) El Silencio era el barrio más feo, al lado del Teatro Municipal. Había prostitutas, ladrones, vagabundos… y después Isaías Medina Angarita acabó con ese barrio y construyó los bloques, en el año 43”, contó alguna vez. “Yo salí de cuarto grado y no seguí. La primaria la terminé como a los 20 años, porque el maestro Vicente Emilio Sojo me dijo, ‘Haga su primaria para darle su diploma de compositor’, porque eso equivalía a un bachillerato”.

Entre sus recuerdos
“En 1935, un señor que tocaba en la Banda Marcial de Caracas me vio tocando trompeta y me recomendó estudiar en la escuela de música y empecé ya con 15 años, pero ya yo sabía, yo el solfeo lo hice en dos años, cuando la mayoría lo hacía en cuatro. Después el profesor de solfeo, como yo solfeaba muy bien, me recomendó con el maestro Sojo, y el maestro me aceptó a regañadientes, yo no sé por qué. Ya eran sus alumnos Antonio Estévez, Evencio Castellanos, el maestro Ángel Sauce…”

“Lo primero que recuerdo haber compuesto fue la música de un vals llamado El engaño, de un amigo mío de Margarita. La primera canción que compuse se llama Ha salido el sol, porque Caracas era muy fría y llovía con frecuencia; otra se llama “El valle está triste”. Mi canción más conocida es “Mañanita pueblerina”, de 1937”.

Archivadores llenos
En entrevista exclusiva que le hizo el periodista Ángel García expresó: “Esos dos archivadores que usted ve allí están llenos de mis composiciones. Yo tengo obras sinfónicas, para orquesta completa, para cuerdas solas, para orquestas de cámara, cuartetos, tríos, quintetos, cuarteto con piano, quinteto de vientos, sonata para violín y piano, para chelo y piano, sonata para oboe… Tengo un réquiem o misa de muertos en diez movimientos”.

“No le tengo miedo a la muerte; yo lo que tengo es un gran amor a la vida, aunque yo sé que estoy en el final. Ahorita no me siento bien, siento un malestar, ya no escucho por este oído (derecho) pero hago ejercicio todos los días. La palabra ‘viejo’ a mí no me suena. Rezo en la mañana, le doy gracias a Dios por el nuevo día…”.

Orgulloso de lo que era…
“Me gustaría que me recordaran como una persona humilde, tranquila, aguantadora, eso sí, orgulloso de lo que soy y de lo que valgo, sin echármela de nada. Una cosa que no me gusta es que me tuteen, los médicos siempre tienen problema conmigo porque me quieren tratar de ‘tú’, pero a mí eso no me cae bien, porque yo a nadie tuteo”.

Especial / E. Moreno Uribe

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