El viaje, si es que se puede llamar así, no es nada grato; el aire del vagón no es suficiente para la cantidad de usuarios. Cuidar que no espaturren a las hijas ya es bastante
Son las 5 y 45 de la tarde del lunes. Rosario, sus hijas de 9 y 11 años y su esposo Marino tienen más de media hora esperando que pase un tren del Metro vacío para poder montarse.
Rosario tiene a sus hijas agarradas de la mano. Marino anda con dos bolsas. Una con tres paquetes de Harina Pan y en la otra dos de azúcar, además de los morrales de las niñas.
La cara de ambos es un injerto entre cansancio y desesperación. Han pasado seis vagones y todos vienen full.
De pronto oyen lejano el ruido del tren que viene raudo y veloz. Y así mismo desaparece la esperanza. Viene full de gente. Analogía de sardinas en lata, pues.
“Pero no todo está perdido”, piensa para sus adentros Marino. “Aquí deben bajarse muchos”, se dice internamente.
Abren el tren. La gente desordena la cola y ataca la entrada.
…Y ¡sorpresa!
Solo se bajan dos personas y entran diez por esa puerta.
El espectáculo es dantesco. La cara de la gente es un poema trágico a la usanza de Horacio Quiroga …y se va el tren.
El suspiro es lo que les queda a los dos padres.
Las niñas se inquietan y acaloradas empiezan a joder.
“Tengo hambre”, dice la mayor…
“Y yo tengo ganas de hacer pipí, dice la de 9”…
la madre ve hacia arriba moviendo insistentemente el pie derecho. El padre solo atina a decir: «ya vamos a llegar, aguanten un poquito».
Mayor conflicto, imposible.
Al rato vuelven los ojos de Rosario y Marino a visualizar el tren de lejos …pero esta vez si hay vida… viene vacío porque
se reporta en la central que la estación de Chacao está a reventar…
Finalmente logran entrar entre empujones, apretones y codazos, pero sin suerte de sentarse.
Algo es algo. Por lo menos tienen garantizado el viaje a Propatria, que es el destino final.
El viaje, si es que se puede llamar así, no es nada grato. El aire del vagón no es suficiente para la cantidad de usuarios. Cuidar que no espaturren a las hijas ya es bastante.
“Estación Chacaíto”, dice la operadora, mientras por la ventanilla se observa otro mar de gente con la misma cara de desesperados que tenían Rosario y Marino.
Se abren las puertas. Salen 20 y entran 30. Cierran las puertas y el entorno se hace más incómodo aun con la mala suerte de que un joven largirucho y flacuchento pide permiso, intenta abrirse paso con su morral negro destiñado y suelta a todo gañote:
“Señoras y señores. La educación ante todo… ¿Quién me regala unas buenas tardes?”
A la gente no le queda más remedio que responder, unos entre dientes, otros espontáneos y también los hay indiferentes que voltean hacia otro lado, con gesto de hastío.
“Hoy le traemos la oferta del día. Los mismos caramelos que venden en la panadería a 500 se los traemos a solo 200 bolivares…”
“Vamos, ¿quién se anima…? Endúlzate la vida”, dice el elocuente vendedor mientras se va abriendo paso en medio de ese vendaval de personas.
Y lo peor de todo es que en medio de la estrechez y el cansancio, hay quienes se animan y se endulzan la vida y compran la mercancia.
Se llega a Sabana Grande, se baja el encantador de serpientes y se montan de inmediato dos jóvenes de pintoresca vestimenta con una corneta en mano que parece más bien un circuito de chiripas achicharradas, situación que no inquieta para nada a los cantores urbanos:
“Buenas tarde mis amigos, señores, señoritas
buenas tardes, abuelita; lo mismo saludo de noche como lo hago ahorita; me dirijo a ti, el de gorrita; y también a aquella señora de la barriguita; no me miren feo porque me hipnotizan; yo solo canto un rato como un parabrisas; no somos malandros ni bachaqueros; somos cantantes del barrio entero; cantamos a todos con mucho afán; para aquel señor que lleva la harina pan…”
Hacen su show tan rápido que hasta les da tiempo de pasar el gorro …y algo se llevan.
Y así, entre estación y estación, hay un desfile de ofertas de personas necesitadas unas, y andariegos los más, que siempre tienen un cuento chino para pedir ayuda contando con la mano generosa y solidaria de los venezolanos.
Casi final de viaje, Rosario y Marino lograron sentarse exhaustos y quedaron rendidos con sus hijas en las piernas, hasta que un pitico los despierta y suena estruendosamente: estación terminal Propatria.
La odisea ha terminado. Al menos la primera parte.
Ahora comienza la otra, subir a pedal y bomba para llegar a casa con todo ese historial del día. Ya Rosamar, la mayor, esperará en casa su cena y Yurcleidy, la menor por fin hará pipi.
Rosario por su parte, comenzará a hacer las arepas y Marino rumbo al pipote para conseguir un poco de agua.
Es la ruta y la historia diaria de Marino, Rosario, Rosamar y Yurcleidy
…Son crónicas de lo cotidiano.
“Lo mismo saludo de noche como lo hago ahorita; me dirijo a ti, el de gorrita; y también a aquella señora de la barriguita…”