Recientemente se cumplieron 27 años de la desaparición física del más grande cantante lírico venezolano de todos los tiempos
Ese diciembre de 1982 en Nueva York fue inolvidable, no solo por su nieve, más de 25 centímetros en las calles de Jackson Heights, esa zona de Queens donde yo vivía, sino porque vimos al célebre cantante y compositor venezolano Alfredo Sadel, durante un fin de semana, en el IncaBar; un bar frecuentado por colombianos, hondureños, mexicanos y venezolanos.
Hice mi cola para entrar y apretujarme en ese sitio que estaba de moda. Quedé a dos metros del exiguo escenario donde se presentara esa noche.
Hacia la una de la mañana, un presentador, con acento bogotano, anunció que el vocalista interpretaría solo cinco piezas o más, si se sentía bien, y si el público dejaba de fumar, porque de los contrario el se marcharía. Cundió el silencio, unos cuantos apagaron sus cigarrillos y empezó el show.
Sadel salió con gran pañuelo blanco en la mano derecha y arrancó a cantar “Granada”, acompañado con una pista instrumental, y creo que interpretó además “Diamante negro”. Pero de repente se detuvo e increpó a alguien que estaba prácticamente al borde del escenario y estaba echándole fumarolas con su cigarrillo. Se insultaron, se armó una tángana entre los espectadores, por no sé qué razón o sin razón, y el artista hizo mutis.
Yo, un tanto aburrido y cuidándome de no meterme en un lío mayor, también me fui rumbo un “afethours” de la zona, buscando otro tipo de música y diversiones menos culturales. Días después, un amigo que estaba en esa noche del Incabar, me contó que Sadel había regresado al rato y que culminó su show, pero con un público más respetuoso.
Le perdí el resto al artista. Sé que se instaló en Nueva York un tiempo y regresó a Caracas, para morir el 28 de junio de 1989, antes de cumplir sus primeros y últimos 69 años, tras una infructuosa presentación en el Teatro Teresa Carreño, que sus amigos le habían organizado.
Pero su historia no culmina ahí, los venezolanos siguieron y siguen recordándolo, muy agradecidos además porque fue uno de los auténticos luchadores contra la dictadura perezjimenista.
Artista lírico
A 27 años de la partida física de Manuel Alfredo Sánchez Luna, el nombre legal de Alfredo Sadel, mejor conocido como el tenor de Venezuela, es también recordado como uno de los artistas líricos más destacados en el país, reseñó El Nacional, y además recordó que Sadel inició su carrera en el mundo de las artes al actuar en el filme A la Habana me voy, junto a los cubanos Blanquita Amaro, Otto Sirgo y el argentino Tito Lusiardo. Luego, en 1951 protagonizó Flor del campo junto a Rafael Lanzetta y Elena Fernán, cuya trama y música fue venezolana.
Más de 2.000 canciones grabó el tenor de Venezuela en varios formatos; asimismo, se prevé que sus temas sean recopilados con tecnología digital por la fundación que lleva su nombre.
Alfredo Sánchez Luna, que había nacido el 22 de febrero de 1930 en la parroquia San Juan de Caracas, hizo estudios en la Escuela Superior de Santa Capilla, dirigida por el maestro Sojo. Allí estudió teoría y solfeo, armonía, piano y canto. Trabajó como asistente de Carlos Cruz Diez en la agencia de publicidad McCann Erickson, donde dibujaba y elaboraba avisos de prensa.
Sus difíciles inicios
En el año 1946, Sadel debutó en Radio Caracas Radio, donde grabó su primera canción, titulada “Desesperación”. Sin embargo, la grabación nunca salió al aire.
En ese momento tenía apenas 16 años. Con insistencia, siguió acudiendo a programas de aficionados y luego se presentó en la “Caravana Camel”, un programa radial estelar donde recibió su primera oportunidad.
Fue con un pasodoble, dedicado al torero Diamante Negro, con el cual Sadel se convirtió en todo un fenómeno de ventas: vendió 20 mil copias en un mercado, donde tales cifras eran sencillamente imposibles.
A partir de ese momento, se hizo de un nombre en Venezuela. Grabó discos y hasta le ofrecieron participar en una película: “Flor de campo”, el primer largometraje de factura nacional. Su música, guion y reparto eran 100 % venezolanos. Sadel continuó cantando en programas radiofónicos y grabando nuevos discos y agregando nuevos repertorios. Durante esta época se presentó en “Fiesta fabulosa”, el primer programa de su época. Billo Frómeta, Eduardo Serrano y Manuel Enrique Pérez Díaz le dan composiciones. En 1952 graba los temas “Déjame”, de Conny Méndez, y “Me queda el consuelo”, de Aldemaro Romero. También compone “Por el Prado” y “Cerca de ti”.
En ese mismo año, Sadel debuta en el Teatro Jefferson de New York, y a partir de ese momento, comienza su popularidad en los Estados Unidos. Actúa en el “Ed Sullivan Show”, el “Colgate Comedy Hour” y en “Chance of a Lifetime”, todos programas topes de la televisión americana y que se veían de costa a costa en los EE.UU. También se presenta junto a Lola Flores en el teatro San Juan de Nueva York.
Temperamento volcanico
Según opiniones de amigos y familiares, Alfredo Sadel era un hombre polémico, de temperamento volcánico, muy vehemente en sus criterios, los cuales sostenía con talento. Era una persona muy culta, inteligente y con una gran pasión. Uno de los rasgos más resaltantes de su personalidad era quizás su inmensa condición humana, puesto que era muy sensible a las penurias de su pueblo. Era una persona muy dinámica que siempre tenía proyectos y nunca se conformaba con lo que había hecho.
Siempre pensaba que podía hacerlo mejor. Un ejemplo para la juventud venezolana.
Entre sus canciones e interpretaciones más conocidas están: “Desesperanza”, “Mi canción”, “Canta arpa”, “Di”, “Diamante negro”, “Una noche contigo”, “Granada”, “Toledo” y todo un infinito repertorio de boleros, tangos y canciones latinoamericanas. La más significativa de todas quizás fue la que compuso el maestro Billo Frómeta, llamada “Canción sin título”: “Podría vivir mil años… sin un beso, vivir eternamente… sin amor, pero jamás podría… ni un instante… callar dentro del alma, mi canción”…
E.A. Moreno Uribe
emorenouribe@gmail.com