•Comparto el artículo de mi brillante amigo tachirense, Doctor en Ciencias Políticas, Docente en ULA Mérida, Prof. Lenin Eduardo Guerra, Departamento de Políticas Públicas de La Universidad de Los Andes-Venezuela y que me envía el buen amigo y exsenador por ese estado. José Luis Rincón.
• Y como estamos entre amigos, invito a mi buen amigo Tarek William Saab, Defensor del Pueblo, con quien en el pasado libré tantas batallas en favor de los Derechos Humanos, a que investigue este caso hasta sus últimas consecuencias y castigue a los culpables de tan abominales hechos.
Son contadas las veces que he tomado un artículo de algún amigo para para publicarlo en mi columna. Pero es tan grave, doloroso, patético e infame lo ocurrido con los jóvenes seminaristas en Mérida que no me queda más que solidarizarme con la Iglesia Católica Venezolana, con estos abusados seminaristas y sus familiares como con toda la comunidad católica, apostólica y tromana del país, por este agravio que nos hace recordar el horror que vivió la comunidad judía bajo el régimen nazi. Y pedir desde lo más profundo de mi corazón: “Señor, dadnos sacerdotes santos”
¿Qué clase de protesta es aquella en la cual desnudan forzosamente a los transeúntes para humillarlos? La respuesta es sencilla: no es una protesta. Es terrorismo. Peor aún, es terrorismo de Estado porque se hace con el apoyo y complicidad del gobierno.
Los hechos:
El pasado viernes 1º de julio, un grupo de personas armadas y encapuchadas bloquearon por la fuerza el acceso de la avenida Tulio Febres Cordero en Mérida. Su propósito no fue nunca protestar. Era simplemente impedir que se realizara en esa avenida un acto político en el cual la protagonista era Lilian Tintori, esposa del principal y más connotado preso político venezolano hoy día: Leopoldo López.
Estos grupos armados no se conformaron solamente con cerrar la vía atravesando sus motocicletas, sino que también quemaron cauchos, troncos y hasta vehículos que estaban estacionados en las adyacencias. Además, se dedicaron a robar a los peatones, saquearon comercios y vandalizaron los espacios públicos.
Quizá el asunto no hubiese pasado a mayores, porque la mayoría de las protestas en algún momento causan daños a la propiedad, tanto pública como privada. La cuestión radica cuando unos muchachos, cuatro adolescentes desprevenidos, pasaron por la zona y fueron rodeados por los delincuentes. Al grito de “¿son opositores o chavistas?”, ellos responden con la candidez propia de su edad “somos seminaristas”. Acto seguido se desató la canalla. Los muchachos fueron golpeados, desnudados, escupidos, maltratados, amenazados de muerte, les dijeron que los iban a quemar vivos. Minutos de terror que fueron infinitos. Al final, en un gesto de sádica y cobarde magnanimidad, los hicieron correr desnudos a lo largo de la vía, poniendo término a este ultraje al dejarlos huir.
¿Qué tanto pudo haber pasado por la mente de estos niños? Todo el oprobio, toda la humillación, toda la vergüenza, toda la tristeza, toda la incomprensión, toda la desesperanza… Quizás en esos instantes, como dignos seminaristas, elevaron una oración muda al creador para que su muerte no fuera en vano. O quizá solamente pensaron en sus familias, en lo que creyeron era el final de su vida. O quizá simplemente no entendieron nada de lo que pasaba, como el cordero manso que va al matadero sin saber que va a ser sacrificado. Seguro que estos niños se miraron a sí mismos, desnudos, indefensos frente a sus infames captores, preguntándose por qué los agredían, por qué tanta violencia, por qué los iban a asesinar. ¿Por qué a ellos? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué?
Terrorismo de Estado. He ahí la respuesta a esta infamia. Es terrorismo de Estado cuando se usan métodos ilegítimos por parte del gobierno, o con la anuencia y complicidad de éste, con el fin de inducir miedo o terror en la población para fomentar comportamientos o fomentar objetivos que no se producirían por sí mismo.
Es terrorismo de Estado cuando el mismo Estado crea organizaciones clandestinas convencionales y luego hay negligencia en su persecución.
Es terrorismo de Estado cuando los gobernantes emplean el uso sistemático de la violencia sobre la sociedad civil. Es terrorismo de Estado cuando existe la negativa de limitar o perseguir las acciones de grupos que atenten contra la población.
Es terrorismo de Estado cuando se aplauden y aúpan acciones que conllevan a crear un estado de terror en la mente de las personas, invocando para ello motivos políticos o ideológicos.
Lo sucedido con los seminaristas es una muestra más del desespero del actual régimen por su pronta salida del poder. Pero los desnudados no han sido esos estudiantes.
Es posible que ellos hayan sufrido un desnudo físico. Pero frente a ese desnudo, decenas de miles hemos sido solidarios con ellos, porque cualquiera de ellos pudiera ser nuestro hijo o nuestro hermano. Y hemos cubierto su vergüenza con el manto de nuestro apoyo y afecto. Para ellos siempre habrá cobijo y cariño, compasión y conmiseración.
Hoy más que nunca, y parafraseando a aquel presidente norteamericano puedo decir que seminaristas somos todos.
El verdadero desnudo ha sido esta miseria de gobierno. Quedaron al desnudo sus antivalores, porque nunca han creído en la democracia como el destino de los pueblos.
Quedó al desnudo la fetidez de sus consignas, llenas de odio a falta de un verdadero programa de gobierno. Quedó al desnudo la pusilanimidad de sus acólitos, tristes acólitos capaces de hacerse matar por un mendrugo de pan que les regalas, mientras los personeros del gobierno engordan sus cuentas bancarias en el exterior.
Quedó al desnudo su bajeza moral, llena de una ruindad incalificable si eres capaz de atacar a niños y mujeres indefensas y reírse de ello, como en efecto lo han hecho en las redes sociales.
Quedó al desnudo su evidente cobardía, porque aunque nos humillen una y otra vez usando grupos paramilitares y con la mirada complaciente de la policía, siempre estaremos dispuestos a levantar la frente.
Y finalmente, quedó al desnudo su inminente derrota, porque los aires del cambio ya anticipan un amanecer glorioso en este país, donde este régimen y los suyos sufrirán el juicio severo de la historia.
El desnudo ha sido para el gobernador de Mérida. Ha desnudado su miseria. Y nunca jamás podrá cubrirla de nuevo.