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Tras arrasar en los premios Tony, el musical Hamilton, del boricua Lin-Manuel Medina, sigue presente en la memoria y gusto de los amantes del teatro en Estados Unidos

 

Desde hace siglos hay obras de teatro vinculadas íntimamente a la historia de los pueblos, donde se escriben y producen, como las griegas Antígona, Edipo Rey, Medea y Las Troyanas y Orestes y más recientemente está la estadounidense Hamilton, el teatro  musical de Broadway más exitoso de la década, aunque eso sería minimizar considerablemente su impacto en la cultura y la sociedad norteamericana, la cual acaba de adjudicarle 11 premios Tony, considerados los “Oscares” del teatro de Estados Unidos

Para los investigadores es el trabajo de una sola persona, Lin-Manuel Miranda, autor de la música, la letra y el libreto, además de actor protagonista, pero también es el esfuerzo colectivo de un cásting.

Inspirado en Alexander Hamilton, biografía escrita en 2004 por el historiador Ron Chernow. Hoy en día es un best-seller, pero hace solo un año muy poca gente tenía algún interés por el tipo que sale en el billete de diez dólares. Y ahora, Miranda es un autor teatral clave para esta década y las venideras.

Lin-Manuel, con 37 años, se acababa de tomar unas vacaciones después de su primer éxito en Broadway, In the Heights , cuando compró el libro de Chernow en el aeropuerto. No solo lo había acabado antes de volver a Nueva York, sino que ya tenía en la cabeza un posible musical inspirado en la vida de un hombre fascinante entre la letra pequeña de la historia de Estados Unidos. Un hombre que nació en 1755 o 1757 y murió en 1804, tras aceptar un duelo a muerte del vicepresidente Aaron Burr. Entre ambos hechos, Hamilton fue un huérfano pobre en el Caribe, un inmigrante que sirvió en el ejército personal de George Washington, un adalid del federalismo y uno de los padres de la política económica norteamericana. Mano derecha del primer presidente, Hamilton era solo un nombre en los libros de historia y una cara en un billete.

Apariencia de drama histórico convencional, desde la primera esquina de cada decorado hasta el último botón de cada traje, pero música y actitud rabiosamente contemporánea. Hamilton es un musical hip-hop, aunque su avasallador arcoiris de estilos llega a incluir rap de la vieja escuela e incluso britpop. Sin embargo, su mayor atrevimiento consiste en narrar una época de revolución y construcción nacional como algo más lúdico que solemne: los padres fundadores son jóvenes impetuosos que beben mientras conspiran (y viceversa). Y no son hombres blancos, sino que cualquier actor de cualquier etnia podría ser considerado para interpretar a Jefferson, Madison o Washington.

Hamilton es un producto cultural genuinamente norteamericano, síntesis de todas sus grandes contribuciones al mundo moderno: el teatro musical, el hip-hop, el sueño americano, la democracia. Pero, sobre todo, el mestizaje cultural, algo que sigue siendo la piedra sobre la que se levantó una nación. Hamilton era, al igual que Miranda, un inmigrante que inspiró a todo un pueblo de iguales. Es más: la propia obra habla de las complejidades inherentes a formar una unión a través de elementos dispares.

Hamilton tuvo lleno absoluto desde su estreno en el Off-Broadway (febrero 2015), saltó al Richard Rosgers Theater en agosto, con una preventa de entradas sin precedentes, críticas unánimemente entusiastas. Obama afirmó que esta obra es lo único en lo que Dick Cheney y él están de acuerdo. Miranda, un perfeccionista que se pasó años escribiendo y escribiendo (como su personaje) hasta alcanzar la excelencia total, ya ha desvelado sus planes para estrenar versiones simultáneas en otras ciudades de Estados Unidos y Londres. Se ha dicho de Hamilton que es lo que toda una nueva generación necesitaba para volver a interesarse por el teatro, pero solo unos pocos privilegiados van a poder verla con su cast original.

E.A. Moreno Uribe

emorenouribe@gmail.com

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