El primero y el único
El Morocho fue genio y figura hasta su sepultura. Tiene un privilegio inigualable, ser el primer venezolano campeón mundial. Compartió idolatrías con Ramoncito Arias, César Girón, Susana Duijm y el policía Apascacio Mata, algunos de los famosos de la epoca
Corría el año 1969. Caracas era aún una ciudad de techos rojos y tórridos amaneceres. Un valle acogido por el imponente cerro El Ávila.
Era una ciudad de las retretas, donde hombres y mujeres de vestir elegante eran el denominador común.
El tranvía había dado paso a la modernidad, pero aún el Coche de Isodoro era referencia de esa Caracas que muchos añoran y a la que tantas veces le cantó el dominicano más caraqueño de todos, Luis María Frómeta.
La Caracas y la Venezuela de entonces, recién saliendo de su última dictadura, se desvelaba por sus dos pasiones. El beisbol y el boxeo.
En La Pastora, un ícono de la Caracas que se resiste a morir, surge la figura de Kid Helicoide, que a secas no le dice nada a nadie.
Los amigos cercanos. Los vecinos y los que acudían al gimnasio lo llamaban Morocho, porque en efecto lo era, aunque de su hermano se supo poco o nada.
Carlos Hernández fue un púgil de inequívoca estirpe capitalina.
El pastoreño, como también le decían, caminó Caracas por los cuatro puntos cardinales. La vivió y la gozó. No hubo lugar social que no frecuentara, ni festín al que no lo invitaran los políticos para tomarse una foto con el duro del Distrito Federal de entonces.
Morocho Hernández hizo una exitosa pero corta carrera en el aficionado y llegó al rentado con muy buenos augurios.
Y es que esa izquierda en gancho en su mejor condición, tumbaba un castillo.
Peleó en La Habana, Londres, Panamá, San Juan, Nueva York (Madison Square Garden), Los Ángeles, Roma y en las principales plazas de Venezuela con Caracas como epicentro.
Se abrió paso a punta de esfuerzo y talento. Esto último le sobraba.
Compartió el momento con Ramoncito Arias, pero el que cobró fue él.
A Ramoncito se le atravesaron dos clavos calientes, Eder Jofre y Pascual Pérez. Al Morocho también, pero su condición innata lo llevó a lo más alto en un peso donde no había paquetes sino bazookas.
Fue un púgil osado. Peleó con Mantequilla Nápoles y todo el que le pusieron al frente. En cambio, el campeón boricua Carlos Ortiz le sacó el cuerpo.
Su carrera fue vertiginosa. Y su caída también.
Lo mejor que le pudo regalar el Morocho a una Venezuela convulsionada fue el título ligero WBA-WBC que conquistó el 18 de enero del 65 en un Nuevo Circo de Caracas enloquecido con gentes de todos los estratos, muchos de saco y corbata, con la elegante pajilla de la época, venciendo al estadounidense Eddie Perkins por decisión dividida.
Esa noche obtuvo la gloria y un mérito que nadie le puede quitar: primer campeón mundial del boxeo venezolano, a la usanza de lo hecho posteriormente en Colombia por Antonio Cervantes «Kid Pambelé».
Al título conquistado le sobrevino el auge y la caída. Los amigos, las mujeres, la bebida… en fin, la vida misma que pasa despercibida con los años sin dejar de cobrar sus facturas.
Compartió idolatrías con Ramoncito Arias, con César Girón, Susana Duijm y el policía Apascacio Mata, algunos de los famosos de la época.
Después vino la etapa dorada de los cuatro campeones mundiales: Rondón, Gómez, Marcano y Betulio, pero Morocho siguió siendo el «Papá de los Helados», como dicen ahora.
No vi pelear a Morocho. Solo la oportunidad de sus videos, pero crecí con la señal de que fue el mejor.
Cuando comencé mi carrera como reportero, la gran referencia siempre fue El Morocho. No hubo ni habrá un ser de esa generación que diga lo contrario. Y los que venimos atrás, ni de vaina lo refutamos.
Del Morocho se han dicho miles de cosas. De lo humano y lo divino.
Su trayectoria ha sido ampliamente analizada. Su carrera fue brillante y se abrió paso a punta de jabs, uppers y ganchos.
Sus últimos días los vivió en la tranquilidad familiar.
Se nos fue El Morocho, pero me dejó un cuento salido de sus propios labios poniéndome su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, luego de un pesaje previo a la pelea de mi pupilo Israel Contreras ante John Muriel en Turmero.
Y pasó a contarme la anécdota famosa de sus cervezas previas a su pelea con Davey Moore en el Nuevo Circo de Caracas.
«Salí del pesaje. Me fui con unos amigos a jugar dominó y me tomé varias mediajarras. A las 5 llegó mi entrenador, me armó la sampablera, me llevó directo al camerino y me quedé dormido».
«Fue peor… me levanté enratonado y mareado. Cuando subí al ring, veía dos rivales. A alguno de los dos le tengo que pegar».
Y así fue. Le ganó a dos en la misma noche. Y le fracturó la mandíbula.
Ese era El Morocho, genio y figura hasta la sepultura… Son crónicas de lo cotidiano.
“Los vecinos y los que acudían al gimnasio lo llamaban Morocho, porque en efecto lo era, aunque de su hermano se supo poco o nada…”