Cuando un alto funcionario brasileño garantizaba confiado la seguridad de los Juegos Olímpicos de Río, un grupo de policías afrontaban su última misión: un cuerpo descuartizado hallado en la playa de Copacabana
Oficialmente, Río de Janeiro está lista para proteger a cerca de medio millón de personas que se esperan asistan al mayor evento deportivo del planeta desde el 5 de agosto.
Hablando con periodistas un mes antes del arranque de los Juegos, Andrei Rodrigues, secretario de grandes eventos del ministerio de Justicia, declaró su «total confianza».
«Estoy totalmente tranquilo», dijo.
Pero como demostró ese mismo día el descubrimiento de un cuerpo sin identificar, desmembrado junto a las instalaciones olímpicas de voleibol playa en Copacabana, no todo va bien en la «Cidade Maravilhosa».
Y la policía de Río -que ha sufrido la muerte de más de 50 colegas este año y protesta contra el atraso de sueldos- no está tranquila.
El crimen en Río puede quizás no ser tan malo como hace una década, pero no ha desaparecido, y está empeorando.
Han habido 2.083 asesinatos en el estado de Río en los primeros cinco meses de este año, un alza de 14% en el mismo periodo del año pasado. El número de asaltos ha explotado y los robos de automóviles también están en alza.
En un vergonzoso incidente, un camión repleto de material televisivo con un valor de más de 400.000 dólares importado por una TV alemana que cubrirá los Juegos fue secuestrado. Finalmente fue recobrado.
El caos real está aislado en el norte de la ciudad y en las enormes barriadas pobres conocidas como favelas, más que en el litoral de Barra da Tijuca, Ipanema y Copacabana donde se congregan generalmente los turistas.
Pero el ambicioso proyecto de policía comunitaria implantado hace ocho años en las favelas enfrenta problemas, los jefes narcos están expandiendo su control y sus batallas salpican a veces barrios usualmente pacíficos.
El mes pasado una banda de unos 20 hombres armados entró a los disparos a un hospital del centro de Río para rescatar a un jefe narco detenido, conocido como Fat Family. La policía mató a hasta nueve personas en la cacería que siguió, según reportes de la prensa local, pero el fugitivo sigue prófugo.
La falta de involucramiento de Brasil en guerras y la simple distancia de centros yihadistas como Siria puede ser la mejor defensa contra un nuevo ataque masivo como los que han ocurrido apenas este año en Bangladés, Bélgica, Irak, Turquía y Estados Unidos, que la organización Estado Islámico se atribuyó o en los que fue inculpada.
Pero ser anfitrión del evento más observado del planeta coloca a Brasil de todos modos en la mira, advierte Robert Muggah, un experto en seguridad del Instituto Igarapé de Río de Janeiro.
«Si un grupo terrorista quiere dejar su marca en un evento global, Río sería un buen lugar para comenzar», dijo.
Brasil no tiene una historia de terrorismo doméstico, pero Río recibirá cientos de miles de visitantes de más de 200 países, lo cual eleva la posibilidad de infiltrados. La frontera con Paraguay es notoriamente porosa, y conseguir las poderosas armas que se utilizan regularmente en las favelas sería relativamente fácil.
En junio, la agencia de inteligencia brasileña, Abin, dijo que había detectado mensajes en portugués vinculados al Estado Islámico en una aplicación de chat en línea. Una alerta incluso más explícita llegó luego de sangrientos ataques islámicos en París en noviembre pasado, cuando un yihadista francés tuiteó que Brasil será «el próximo objetivo».
Rodrigues afirma que una masiva presencia policial garantizará la seguridad en las calles. Habrán 85.000 policías y militares desplegados, el doble que en los Juegos de Londres-2012.
Un centro de coordinación con policías de 55 países será el mayor de su tipo, sostuvo. Y otro centro antiterrorista estará integrado por oficiales de siete países clave, incluido Estados Unidos y los vecinos Argentina y Paraguay.
Se han realizado chequeos de seguridad de casi 394.000 visitantes, y el número debe subir a 600.000.
«Brasil está adoptando hoy las mejores prácticas internacionales», según Rodrigues.
Pero los problemas locales pueden convertirse en el talón de Aquiles de Brasil.
La votación sobre la destitución de la suspendida presidenta Dilma Rousseff debe tener lugar justo después de los Juegos, entre el 25 y el 27 de agosto, lo cual promete tensión política y eventuales manifestaciones.
Y en medio de una severa recesión nacional, el estado de Río de Janeiro que está casi quebrado ha recibido una ayuda de 900 millones de dólares del gobierno federal para evitar lo que el gobernador interino Francisco Dornelles advierte que puede convertirse en «un gran fracaso».
El dinero está siendo usado en parte para pagar sueldos atrasados de policías, que se quejan de la falta de fondos hasta para cosas básicas como papel higiénico en las comisarías o gasolina.
El gobierno promete un paraíso deportivo, pero enojados policías ven otra cosa.
«Bienvenido al infierno», leía un cartel izado por policías en dos protestas en el aeropuerto internacional de Río. «El que venga a Río de Janeiro no estará seguro». EU
YM