Si bien el campeón de la Eurocopa 2016 tenía una invididualidad como Cristiano Ronaldo, terminó demostrando que más vale el funcionamiento de todos
Hay quienes discrepan de premios como “El Balón de Oro” por considerar que no se hace justicia privilegiando a determinada individualidad en un deporte colectivo como el fútbol, en el cual no es posible alcanzar logros (victorias, títulos) sin el aporte de cada uno de los jugadores.
Aquí pensamos que no les falta razón, pero “ni tan calvo…” Hay atletas que por sus características especiales, por su oportunismo, son determinantes en los éxitos y se repiten de tal manera que pueden conducir hasta a ganar campeonatos. Y los medios, con su capacidad de penetración y la influencia en quienes suelen sumarse a la emoción por habilidad, condiciones físicas y mentales (o la reunión de todo ello) contribuyen no pocas veces a priorizar la tarea de esos superdotados por encima del trabajo grupal. Algo del individualismo y la necesidad de ídolos que todos llevamos por dentro.
Ahora bien, si algo interesante dejó el resultado de la Eurocopa y el vibrante triunfo portugués, fue el detalle de conseguirlo “a pesar” de la lesión de su mejor jugador, que regresó a la cancha al final para -desde la banda- aupar y dar consejos, suerte de “DT asimilado” que en momento alguno fue retirado de la banda o advertido por los jueces. Luego del triunfo y fiel a su costumbre, no tuvo empacho en “robar cámara” y estar en plano principal, como primera figura.
Si se considera importante el resultado en tales condiciones es porque, precisamente, fue fruto de un trabajo colectivo, de un grupo que no bajó la guardia ante la salida de su figura estelar y mantuvo el ritmo de juego, la confianza en su planteamiento, al extremo de imponerlo a la larga no solo con un golazo sino con otras oportunidades como el testazo salvado in extremis por el cancerbero galo.
Pero, ¿qué hubiera sucedido si, a su vez, el arquero portugués no hubiera tenido tan acertada actuación? Que se notó más por la espectacularidad de sus intervenciones. Pero tan importante como ello y el gol, fue el desempeño de cada uno de los 14 futbolistas que estuvieron sobre el césped, capaces de seguir el libreto, con muy pocos fallos, para neutralizar los esfuerzos de un rival brillante, cargado de favoritismo, y, a su vez, imponer el juego propio.
Hoy disfrutan los lusitanos de su primer título continental. Y quizás lo hacen con gusto especial porque -sin restar méritos a lo que su estrella hizo para contribuir a la llegada al último día-, demostraron al mundo que, más allá de las individualidades, constituían un grupo competente para levantar la copa. Y lo hicieron en el día más significativo.
Armando Naranjo
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