Pareciera que los acercamientos de quienes mandan para conversar con los excluidos, solamente ocurren en momentos de crisis extremas -y bajo puntaje en las encuestas- para, como dicen algunos, “comprar tiempo”
Por estos días ha reflotado en Venezuela el submarino del diálogo. Un submarino que se sumerge y pasa largas temporadas en las más oscuras profundidades; para de vez en cuando aparecer en la superficie, coincidencialmente cuando el gobierno atraviesa turbulencias.
Lo cierto es que la palabra “diálogo” forma parte del argot de la opinión pública por estos días; pero la gente no deja de pronunciarla con reservas. ¿A qué se deberá?
Quizás a que es un vocablo extremadamente manoseado en estos casi 18 años de autodenominada revolución. A que le hemos puesto demasiada expectativa en el pasado y a que muchos consideran que es simplemente un salvavidas para comprar tiempo por parte de quienes hoy conducen la administración pública nacional.
Así sucedió cuando los difíciles momentos vividos en 2002 y 2003 devinieron en una eterna y estéril Mesa de Negociación y Acuerdos que solamente arrojó frustración. Y en 2014, fecha que marcó una conmoción nacional y generó otro acercamiento que terminó convertido en sal y agua. Motivos para no creer, los hay.
Aunque no se puede hacer tal afirmación postulándola como una verdad, pareciera que los acercamientos de quienes mandan para conversar con los excluidos, solamente ocurren en momentos de crisis extremas –y bajo puntaje en las encuestas- para, como dicen algunos, “comprar tiempo”.
Los factores que empujan a los autodenominados revolucionarios a sentarse a hablar confluyen una vez más. Pero como en el cuento de Pedro y el lobo, ya nadie les cree. Ese es el problema de dilapidar el capital político en promesas incumplidas. Y lo peor es que ahora el lobo sí nos está respirando en la nuca.
¿Es de plano inefectivo un diálogo? No, puede ayudar y mucho. Incluso, aunque tantos venezolanos estén ganados al descreimiento, puede ser la solución. Entonces, ¿por qué flota esa percepción de inutilidad al respecto en el país?
Quizá todo parta de la vocación de monólogo que tiene el gobierno.
Por más de década y media, los venezolanos hemos sido sometidos a un interminable soliloquio generado desde el poder. Las cadenas de radio y televisión, no solamente habituales y frecuentes, sino por demás extensas; aunadas a la multiplicación de medios de comunicación de corte oficialista mientras el contrapeso de los independientes va menguando. Invasiva propaganda a diestra y siniestra, que busca no solamente publicitar los supuestos logros gubernamentales, sino incluso adoctrinar.
¿Y cuál es el resultado? Que el oficialismo se creyó su propio monólogo. Piensan que lo están haciendo muy bien. Se acostumbraron a hablar solo ellos. Se marearon de poder y creen, cuando por fin se sientan a dialogar atosigados por la realidad, que pueden golpear la mesa con el puño y poner las normas, como lo hace en las instituciones del Estado, donde las nóminas de trabajadores deben obedecer, so pena de ser despedidos a pesar de la inamovilidad laboral.
Quienes hoy nos gobiernan son aficionados a los trajes a la medida cuando se trata del diálogo. Y entonces se mandan a coser a sus propios mediadores, esos que dicen lo que es agradable escuchar, los mismos que se retratan sonrientes con una de las partes mientras descalifican a la otra. Y así, las condiciones del supuesto acercamiento pretenden ser impuestas unilateralmente. Sobra comentar cuán inútil es este ejercicio viciado.
Cuando no se ha ejercido realmente la democracia, cuando no es esquema de pensamiento, cuando es solamente una etiqueta que se utiliza de la boca para afuera, no se puede entender que para hacer viable una iniciativa de ese tipo, ambas partes deben poner sobre la mesa tanto agendas como representantes y que hay que llegar a acuerdos mínimamente aceptables para los dos grupos. No se puede dialogar cuando las condiciones son impuestas unilateralmente. Parece una observación tonta, pero vista la situación, es más que necesario hacerla.
Afortunadamente, en Venezuela sí hay democracia. La ha impuesto la gente, saliendo a la calle a votar, entregando el poder legislativo en manos de una alternativa política que le mereció confianza, defendiendo su voto y apoyando a sus líderes elegidos, quienes son hoy representantes de una obvia mayoría.
Una vez más se abre una posibilidad de entendimiento. Pero obviamente, del lado de la Mesa de la Unidad Democrática hay condiciones no negociables: referendo revocatorio este año, liberación de presos políticos, atención a la crisis alimentaria y de salud. Y por supuesto, es la MUD quien decide cuáles serán sus representantes. Esperar otra cosa sería, por decir lo menos, desquiciado.
Esperemos sensatez de parte del otro factor que pretende dialogar, pero que no sabe cómo hacerlo. Apostemos a que sus convidados sean más agudos que ellos y los aconsejen para que nuestra nación supere esta hora menguada.