Para Angelis y Dennis Figueroa, dos mujeres venezolanas arrojadas de un camión en marcha por “presuntos” efectivos de la Guardia Nacional, que lo hicieron para “castigarlas” porque protestaban exigiendo comida para sus hijos. Angelis tiene fractura de cráneo, Dennis de cadera. Ocurrió en Porlamar, “Margarita es una lágrima”, Venezuela entera lo es
En uno de los barrios de Petare Norte, una periodista del equipo de Prensa Unidad intenta entrevistar a un ama de casa. Es una mujer de tez oscura, extremadamente delgada. Como suele ocurrir en las familias de los sectores populares; también en ésta el eje del grupo familiar es una pareja. Pero no la pareja “clásica”, papá y mamá. Las dos personas que son el pilar de esta familia, ubicada en la pobreza urbana venezolana, esta integrada por la madre y la abuela. La madre tiene “veintipico”, y está en la calle, guerreando, buscando el sustento, trabajando como vendedora en una tienda, o como cajera de automercado, o como buhonera, o “bachaqueando”. Mientras, quien está en la casa dando el frente, atendiendo a los muchachos y tratando de mantener el barco a flote, es la abuela, una mujer que apenas está en los cuarenta y tantos, pero a quien la pobreza, los partos, la enfermedad y el hambre la hacen parecer mucho, mucho, más vieja.
El equipo de prensa de la Unidad Democrática ha recibido una instrucción muy clara de la Mesa: su misión es hacer comunicación política de servicio público. Por eso, al revisar los contenidos de www.unidadvenezuela.org usted encontrará que por cada nota con una declaración de un dirigente político, hay hasta cuatro notas sobre protestas populares o testimonios directos de cómo el ciudadano de a pie se las ingenia para sobrevivir a la crisis y para transformar indignación en esperanza. Buscando ese tipo de testimonios, nuestra colega de Prensa Unidad subió los 432 escalones que la llevaron, rayando ya el mediodía, hasta la puerta de ese rancho. “Buenos días, señora. Soy periodista ¿Podría decirnos cuántas comidas hizo su familia ayer? ¿Qué podrá prepararles hoy? ¿Cómo consigue los alimentos para alimentar a su familia..?”
La mujer reaccionó de manera cordial, pero tímida. No expresó molestia por la presencia de la periodista en la puerta de su humilde vivienda, incluso le permitió pasar a la pequeña salita en la que unos muebles desvencijados eran el único confort, y unos trofeos deportivos y medallas escolares, el único adorno. Pero no hablaba. Sus ojos brillaban cuando oía las preguntas, sus manos temblaban cuando ofreció un vaso de agua a la periodista, pero no contestaba. Cuando ante ese silencio la periodista inició su retirada, una voz la detuvo: “Yo sí quiero hablar”.
Era la voz de una niña. Con apenas once años, insistía: “Yo sí quiero hablar”. La periodista le explicó los impedimentos legales para tomar su testimonio, la necesidad de proteger su identidad y el obligatorio consentimiento expreso de sus representantes. Pero la decisión de la niña era inconmovible: “Yo quiero hablar, yo quiero decirle como vivimos”. Así fue como, tras el permiso concedido por la abuela y protegiendo celosamente su identidad, se dio la conversación.
Contó como, ese mismo día, siendo ya las doce del mediodía, no había desayunado aún. Relató como en numerosas ocasiones había dejado de asistir a la escuela por no haber tenido absolutamente nada qué comer. Refirió como en otros días la disciplina se sobrepuso al hambre y logró efectivamente ir a la escuela solo para oír el sonido de su estómago vacío, mientras otros compañeritos, menos desafortunados ese día, ingerían su merienda. Compartió incluso una referencia que la periodista advirtió en todo su dramatismo solo cuando escuchó detenidamente la grabación: la parte en que dice que cuando está resfriada sufre menos, porque la gripe le quita el apetito y así no advierte el hambre…
Mientras esto ocurre en plena Caracas, en el interior del país la situación es mucho peor. Los caraqueños recién están conociendo la hambruna que azota a la Venezuela profunda desde hace al menos siete años. Antes, en la Venezuela que tenía gobiernos democráticos y civiles, los habitantes del centro del país y de la faja norte-costera veían con preocupación a nuestros compatriotas de la frontera Sur, pues esos municipios presentaban niveles de pobreza similares a los de Haití. Ahora la situación es al revés: los habitantes de la frontera cruzan puentes hacia Colombia en masivas manifestaciones, o se dirigen hacia Brasil en largas caravanas, para buscar los alimentos que el gobierno hizo desaparecer de los anaqueles en los mercados, abastos y bodegas venezolanas. Pero los habitantes del centro-norte del país, que no tienen línea fronteriza con nadie, no tienen siquiera ese precario consuelo. Allí los únicos que pueden utilizar sus aviones o yates para hacer mercado en Aruba o Trinidad son los altos jerarcas del régimen, los boliburgueses, los testaferros y demás casta de enchufados. El resto del pueblo está o languideciendo en las colas o asfixiados en las garras “cívico-militares” del bachaqueo.
En los pueblos y en los barrios, el venezolano no puede ser engañado. Todos sabemos que la caída de los precios del petróleo no es la causa de esta tragedia, porque todos los países petroleros han sufrido por la caída de los precios y ninguno está como Venezuela, sin alimentos ni medicinas. También el pueblo sabe que la única “guerra económica” que existe en Venezuela es la que el Gobierno ha desatado contra la gente de trabajo. El pueblo ha visto como los altos funcionarios, la alta dirigencia del PSUV y sus “amigos”, testaferros, socios y “relacionados”, han cambiado de casas, de carros, de hábitos y hasta de aspecto, mientras que el pueblo enflaquece víctima de lo que ahora en la calle todo el mundo llama “la dieta de Maduro”. El pueblo sabe, en fin, que la vocación ladrona del régimen es tanta, que hasta en la distribución y venta de las bolsas de comida por parte de los activistas políticos de los llamados “Clap” ha sido denunciada la existencia de irregularidades, favoritismos, exclusión y corruptelas. Para decirlo con palabras de nuestro pueblo, “estos tipos no tienen paz con la miseria”.
Pocos imaginaron que cuando Maduro, en los tiempos del llamado “Dakazo”, dijo en cadena nacional “que no quede nada en los anaqueles”, se refería también a los anaqueles de alimentos y medicinas. Pero en esa situación estamos. Este es un régimen que no cumple sus promesas, pero sí sus amenazas. Por eso hoy el pueblo venezolano también cumplirá la suya: lo vamos a revocar este año 2016, para que nunca más un demagogo intente construir su poder sobre la necesidad y el dolor de la gente. Alí Primera dijo alguna vez: “la patria es el hombre”. Hoy en Venezuela, la patria es el hambre, hambre de alimentos, necesidad de medicinas, hambre de justicia, de cambio, de progreso, de paz. ¡Pa’lante!
“Los caraqueños recién están conociendo la hambruna que azota a la Venezuela profunda desde hace al menos siete años…”
RADAR DE LOSBARRIOS / Jesus Chuo Torrealba