Si no se ha hecho más, al menos ya hemos llevado al pueblo las ventajas y los frutos de muchos programas sociales, lo cual incluye que hemos vencido el analfabetismo, y se está librando al pueblo de la especulación
Hoy Venezuela es un pueblo que ha tenido que vencer las consecuencias de los errores de sus anteriores gobernantes; la revolución bolivariana recibió un país deshecho en lo económico y en lo social. Sabemos muy bien lo que se precisa y se requiere para que nuestra revolución no fracase, porque destruir una revolución, hundir a un pueblo, llevarlo al fracaso, es cosa fácil; y lo difícil, lo verdaderamente difícil, es conducirlo hacia la victoria total.
En medio de ideas y de opiniones que se debaten en lo social; en medio de una gran multiplicidad de criterios, cuando cada hombre o mujer cree tener una fórmula; cuando cada hombre o mujer cree tener resuelta la compleja ecuación para conducir nuestro país y nuestro pueblo, es válido precisar qué nos reparó toda la segunda mitad del siglo pasado; porque esta revolución al menos ha liberado a la palabra de todas las mordazas; donde al menos ha librado a las ideas de todas las trabas; donde al menos hemos librado al pueblo de todos los miedos y temores; donde al menos, si no se ha podido hacer mucho más, es porque nuestra revolución ha sido presa del imperialismo y sus lacayos y, ha habido que reconstruir la república, ha habido que salir casi a diario a defender la revolución de la calumnia internacional.
Si no se ha hecho más, al menos ya hemos llevado al pueblo las ventajas y los frutos de muchos programas sociales, lo cual incluye que hemos vencido el analfabetismo, y se está librando al pueblo de la especulación.
Esas madres que levantan sus hijos en sus brazos, esas multitudes que creen en sus líderes; esos hombres, esas mujeres, esos jóvenes, esos niños y niñas, nuestros viejitos hoy son como todo un ejército unido que confía en la capacidad del gobierno revolucionario para llevarlos a la victoria final; fácil sería defraudarlos en sus esperanzas, hundirlos en el abismo. Lo difícil es la lealtad, que los hombres y las mujeres de sensibilidad, de honor, de cariño y amor por su pueblo, sean capaces de encontrar las fórmulas precisas para no defraudarlos o conducirlos a la derrota.
Esa es la responsabilidad de la revolución ante el pueblo que quiere al mismo tiempo una responsabilidad con ‘nuestramérica’ entera.
Ese es el difícil trabajo de la revolución, la tremenda tarea de un pueblo con historia ejemplarizante en el ámbito universal, tratando de abrirse paso por encima de todos los determinismos, tratando de marchar adelante por encima de todos los obstáculos.
Cuando es el egoísmo, la miseria humana, las bajas pasiones, quien dicta la conducta, cuando es la ambición, el afán de lucro, las ansias de poder, que dicta la conducta de los hombres y las mujeres, no hay moral ni mucho menos ética para hablar.
Sobre ideas confusas no marcharemos más que al fracaso. Entender que la violación del principio de no intervención ayuda, efectivamente, a las dictaduras; mil veces es preferible la vida dura de la campaña en lucha abierta, mil veces es preferible la satisfacción de combatir a un entreguista de la patria, que soportar la tarea de un criminal impuesto por el imperialismo. Revolución es siembra de ideas, revolución es esfuerzo propio. Revolución es formación de conciencia, revolución es la victoria que no se logra con el esfuerzo de otros, sino con el esfuerzo propio. Las revoluciones no se importan, nacen en los pueblos. Salvador Allende, afirmó: «ser joven y no ser revolucionario es una contradicción biológica».
Alberto Vargas
aporrea.org