Basta revisar entre las innumerables noticias que nos aturden para encontrar informaciones que parecen más bien arrancadas de una desquiciada distopía y no de hechos que estén sucediendo en una nación que, por derecho, debería ser la que tuviera el mayor bienestar de la región
Quienes no están de acuerdo con la actual forma de conducir al país, vienen advirtiendo desde hace mucho tiempo sobre las consecuencias nefastas que tendría el hecho de no cambiar de rumbo.
Advertencias por demás desoídas en medio del frenético rumbo hacia políticas profundamente desacertadas que nos han marcado durante casi 18 años.
Lamentablemente, no se trata hoy en día de las advertencias a futuro de las situaciones indeseables hacia las cuales nos podríamos dirigir: dichas situaciones ya están aquí.
Y basta revisar entre las innumerables noticias que nos aturden para encontrar informaciones que parecen más bien arrancadas de una desquiciada distopía y no de hechos que estén sucediendo en una nación que, por derecho, debería ser la que tuviera el mayor bienestar de la región.
En los últimos días, hemos encontrado entre los titulares dos notas que parecen más arrancadas de la ficción que de la cotidianidad de nuestro entorno: fueron detenidos veinte balseros venezolanos intentando ingresar a la vecina isla de Curazao ilegalmente; y Venezuela es el país con mayor nivel de miseria, según la compañía de información financiera Bloomberg.
Ambas informaciones nos indican que el destino ya nos alcanzó. Que los presagios de deterioro de la situación se han cumplido, porque quienes administran al país y sus bienes no escucharon las advertencias de los expertos y tampoco aprendieron en la cabeza ajena de los numerosos experimentos que en el mundo se han hecho con la fallida fórmula que una vez más se intenta aplicar, con los mismos resultados.
Ya los venezolanos tenemos balseros. Y no los llamados “balseros del aire”, que vienen abandonando el país desde hace más de una década y que suman, según investigaciones del sociólogo Tomás Páez más de un millón seiscientos mil compatriotas. No, ahora sí salen al mar y sin recursos, desesperados y sin idea de lo que van a hacer.
¿Por qué se lanzan unos venezolanos a una aventura tan extrema e incierta como esa?
Quizá tenga mucho que ver con la desesperación de no encontrar alimentos o de que cuando se encuentran, no alcanza el dinero para comprarlos.
Quizá tenga que ver también con el hecho de que las líneas aéreas han sacado de sus itinerarios a Venezuela, tras el incumplimiento del gobierno con los pagos que se había comprometido a hacerles cuando vendieron sus boletos a tasa preferencial.
Además, debe tener mucho que hacer aquí el hecho de mantener cerrada la frontera con Colombia, un correo de entrada y salida natural de nuestra nación en cuanto a las opciones por tierra, la más viva y caliente, con una cultura binacional que se remonta a sus mismos orígenes.
Esos conciudadanos que tomaron tan increíble decisión, quizá ni saben sobre el índice de miseria de Bloomberg, pero lo han sentido en su cuerpo, en su estómago, en su angustia.
El gigante de las finanzas calificó a Venezuela con el país con más miseria del mundo, al sumar su elevada inflación con el índice de desempleo, obteniendo así una cifra de 188,2 %, lo cual nos coloca bastante muy lejos como el país con mayor miseria en el mundo.
Nos siguen en el poco halagüeño ránking Bosnia con 48,97 % y Sudáfrica, con 32,9 %. En el extremo contrario, los países con menos miseria son Tailandia, Singapur y Japón.
Por supuesto, vamos a escuchar de parte de voceros oficialistas las habituales descalificaciones a las informaciones desfavorables; seguidas por las ya conocidas colecciones de insultos. Pero ese no es el tema. Vamos a hablar de lo que sucede aquí, de las responsabilidades que son de ellos y que no enfrentan.
¿Por qué el Banco Central de Venezuela no cumple con su deber de informar oportunamente los índices de inflación?
¿De cuánto estamos hablando realmente?
¿Se cree que se logra esconder algo realmente con esta conducta? Porque la gente compara los precios de alimentos y productos esenciales mes a mes, semana a semana. Y todos sacamos cuentas.
Puede que no hagamos coincidir las cifras, pero todos estamos de acuerdos en que el costo de la vida se le escapó desde hace rato de las manos al gobierno, y eso lo pueden testimoniar trabajadores y padres de familia.
Y desde nuestro punto de vista, Bloomberg se queda corto. Y es que en su índice habla de desempleo, más no de subempleo, de la gente que está en una nómina pero igualmente no logra ni de lejos que sus ingresos cubran sus necesidades más básicas.
Aunque la cifra en cuestión es alarmante, comete el pecado de todo índice: no hay manera de que refleje la tragedia humana que intenta recoger.
Y más que ningún índice de Bloomberg, la prueba fehaciente que el destino ya nos alcanzó, son nuestros nuevos balseros, hermanos venezolanos que huyen desesperados en unos hechos que reproducen a imagen y semejanza a la Cuba castrista. Hemos llegado finalmente, al mar de la felicidad.